Redacción (Viernes, 05-05-2018, GaudiumPress) Después de haber sido bautizado por San Juan Bautista, Nuestro Señor fue conducido por el Espíritu Santo al desierto, situado entre el Río Jordán y la ciudad de Jericó, a fin de ser tentado por el demonio.
Tres tentaciones
Allá llegando, Jesús se puso en oración e hizo un ayuno total, quedando durante 40 días y 40 noches sin comer ni beber. Al final de ese período, el demonio apareció y le dijo:
«¡Si eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se transformen en panes! Pero Jesús respondió: ‘Está escrito: No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’ » (Mt 4, 3-4).
Entonces, el demonio lo llevó a Jerusalén, lo colocó en el pináculo del Templo y afirmó:
«¡Si eres Hijo de Dios, lánzate de aquí abajo! Porque está escrito: ‘Dios dará órdenes a sus Ángeles a tu respecto, ellos Te llevarán en las manos, para que no tropieces en alguna piedra’. Jesús le respondió: ‘También está escrito: ¡No tentarás al Señor tu Dios!'» (Mt 4, 6-7).
Por último, el diablo condujo a Jesús al tope de un monte muy alto, le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y declaró: » ‘Yo Te daré todo eso, si te arrodillas delante de mí, para adorarme’. Jesús le dijo: ‘Vete, satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor tu Dios y solamente a Él prestarás culto’. Entonces el diablo lo dejó. Y los Ángeles se aproximaron y sirvieron a Jesús» (Mt 4, 9-11).
Afirma Santo Tomás de Aquino que Cristo se retiró al deserto, «como a un campo de batalla, con el fin de ser allí tentado por el diablo».
Ese acontecimiento fue prefigurado por Moisés, que quedó en total ayuno por 40 días y 40 noches, antes de recibir de Dios las tablas de la Ley (cf. Ex 34, 28). Y también por el Profeta Elías, el cual caminó por el desierto durante el mismo período hasta llegar al Monte Sinaí (cf. I Rs 19, 8).
Contraste entre Adán y Jesucristo
Al contrario de Nuestro Señor Jesucristo, que rechazó al demonio, Adán cedió al maligno cuando cometió el pecado original. Él perdió aquello que el demonio prometiera: «Seréis como Dios» (Gn 3, 5).
«Pues con el pecado la vida divina se extinguió en su alma; si hubiese correspondido al mandato del Señor recibiría un agregado de felicidad, mantendría el estado de gracia y habría hecho notable progreso en la vida espiritual. Por tanto, aquello que el tentador fingía querer dar fue justamente lo que le robó.
«A Nuestro Señor él ofreció el servicio de los Ángeles y todos los tesoros de la Tierra, cosas que era incapaz de conceder, pero que fueron entregados a Jesús-Hombre junto con la realeza sobre toda la humanidad y sobre el orden de la creación, por haber vencido a satanás y haber abrazado los tormentos del Calvario.
«Es que un principio que debe nortear constantemente nuestra vida, hasta la hora de la muerte: nunca podemos dialogar con el demonio, criatura maldita que siempre quita aquello que promete. Debemos terminar cualquier conversación con él ya al inicio, con el apoyo de la Palabra de Dios, a imitación de Nuestro Señor Jesucristo.»
Comenta el gran exegeta Fillion: «Adán, vencido por la serpiente y expulsado del Paraíso terrestre, había visto a los Ángeles cerrar su puerta de entrada. El hijo del hombre victorioso ve el desierto transformarse en Edén, y los espíritus bienaventurados aproximarse a Él para servirlo.»
La tentación es un beneficio
¿Qué es la tentación? «Se llama propiamente tentación a lo que instiga al pecado».
Dios permite que el demonio nos tiente, «con vistas a nuestro beneficio, para darnos la oportunidad de adquirir fuerza, experiencia y sagacidad en la lucha contra él, y, derrotado éste, otorgarnos el premio de no haber cedido […]
«Las tentaciones nos obtienen, sobre todo, méritos para la eternidad. Tanto el santo como el pecador son tentados, y a veces el primero más que el segundo, a juzgar por el modo atroz con que Satanás embistió contra Nuestro Señor.
«La gran diferencia entre ambos es que uno recusó las solicitaciones y el otro se rinde. Luego, ser tentado no es un desastre, por el contrario, puede ser hasta una buena señal.
«Por nuestra parte es necesario no consentir y, para ello, apoyémonos en el auxilio divino, pues sería una insensatez concebir nuestras cualidades como el factor esencial en la lucha contra el demonio, el mundo y la carne».
Cuando una persona en estado de gracia cede a la tentación y comete un pecado mortal, ella expulsa a Dios de su alma y se lanza en las garras del demonio; si no se arrepiente y continúa en esa vía, ella puede llegar incluso a adorar al príncipe de las tinieblas.
He aquí lo que enseña San Juan Bosco:
«Si alguien nos quisiera dar el mundo entero para llevarnos a adorar a Satanás, es decir, a cometer un solo pecado, rechacemos con horror cualquier ofrecimiento».
Pidamos a Nuestra Señora, terror de los demonios, que nos proteja continuamente contra las insidias del maligno, compenetrados de que es preferible morir a cometer un pecado grave.
Por Paulo Francisco Martos
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