domingo, 24 de noviembre de 2024
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Medicina ancestral auténtica

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Redacción (Domingo, 13-05-2018, Gaudium Press) La homeopatía es muy tendiente a atribuirle el origen de la gran mayoría de las enfermedades al sistema nervioso. Incluso cuando pescamos una infección, los homeópatas se inclinan a intentar descubrir si fue una insuficiencia inmunológica de origen anímico. Entonces sus tratamientos consisten en inducir las defensas del cuerpo, a que cumplan su trabajo como corresponde para proteger el organismo que les fue asignado. Las medicaciones homeopáticas tienen casi el mismo principio que las vacunas: Lo similar cura. Pero respecto a esto los especialistas en medicina alopática y cirujanos son muy escépticos.
Sin embargo nadie puede negar que una tristeza, una depresión, ansiedad o emociones fuertes sin control, afectan mucho nuestro estado de ánimo y repercute en la salud. Dr. Plinio Corrêa de Oliveira decía que le parecía que el sistema nervioso cumple la función de comunicar el alma con el cuerpo. Los católicos sabemos que el origen de las enfermedades está en el pecado. Sin él no habrían entrado a nuestro cuerpo no solamente las enfermedades sino tampoco la vejez y la muerte.

El hombre se desordenó de tal manera que la inteligencia, la voluntad y la sensibilidad -decía también Dr. Plinio- perdieron la coordinación perfecta que les daba ese don maravilloso que Dios nos regaló gratuitamente llamado libertad. Así que al parecer el mal manejo de nuestra libertad es lo que nos lleva no solamente a enfermar nuestro organismo, sino también el gran organismo social en que vivimos, con enfermedades como la corrupción administrativa, la violencia, la depravación y otros males para los que cada día los remedios alopáticos que le suministramos son menos eficaces. Y son remedios alopáticos para nuestro organismo social enfermo, la inconmensurable cantidad de leyes, decretos y resoluciones gubernamentales que a diario se aprueban en las corporaciones legislativas nacionales o municipales de casi todos los países, que renunciaron a ajustar la ley positiva con el espíritu de la Ley de Dios y el Evangelio, y por esto esas normas no curan las lacras que a diario aumentan en la vida social.

Pero esto de que «lo similar cura», levanta un interrogante: ¿será que un defecto moral se cura con otro o algo parecido?

Muy similar a un defecto moral del que queremos curarnos es una contrición perfecta tras un riguroso examen de conciencia, un dolor del pecado, propósito de reparación y humillante confesión ante el sacerdote penitenciario. El alma noble consigue sumergirse en la gravedad inmunda del pozo séptico en que cayó, y ante esa evidencia que no puede negar ni relativizar, termina arrepintiéndose de corazón, con lo cual comienza el tratamiento curativo, si es que no queda milagrosamente curada al instante.

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El misterioso soplo de Nuestro Señor Jesucristo sobre sus discípulos, aquel atardecer del día primero de la semana, cuando los invistió del poder de perdonar pecados (Jn 20, 22), es el remedio más eficaz para sanar esas heridas emocionales de la vida, que el demonio infecta volviendo vicios y pecados que traen de paso enfermedades físicas a veces crónicas.

El alma humana queda tan expuesta a tantas vicisitudes y desgracias desde el vientre materno, que incluso después del nacimiento y bautismo siguen atacándonos inclementemente, porque lo que quiere el autor de esos males no es solamente enfermarnos sino acabar con nuestra vida de gracia para toda la eternidad. Pero Jesús Nuestro Señor dio poder a sus apóstoles para curar toda enfermedad y dolencia (Mt 10,1) lo que nos hace suponer que por la sucesión apostólica, hoy día nuestros obispos y sacerdotes tendrían ese poder del que las laicas facultades de medicina se apropiaron en algún momento, no se sabe bien si por insuficiente fe de los sucesores de los apóstoles.

Por Antonio Borda

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