Redacción (Martes, 05-06-2018, Gaudium Press) El mes de junio es dedicado por la Iglesia al Sagrado Corazón de Jesús. Durante este mes, los fieles son invitados a venerar, honrar e imitar con más vehemencia al amor generoso y fiel de Cristo por todos.
Esa devoción, a pesar de ya existir desde el inicio de la Iglesia, cobró más intensidad el 16 de junio de 1675, cuando Nuestro Señor apareció a Santa Margarita María Alacoque mostrándole su Corazón rodeado por llamas de amor, coronado por espinas, con una cruz y una herida abierta de la cual brotaba sangre.
«Este es el Corazón que tanto amó a los hombres, y nada guardó hasta agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. En reconocimiento, de la mayor parte solo recibo ingratitudes: por sus irreverencias y sacrilegios, por las frialdades y los desprecios que ellos tienen por Mí en ese Sacramento de amor», dijo Nuestro Señor a la Santa.
Cada uno de esos detalles tiene una explicación y simbolismo. El Corazón es miembro nobilísimo, símbolo del amor que Dios tiene por nosotros y que llevó a su Hijo a encarnarse y redimirnos. La Cruz simboliza no apenas la que Él llevó hasta el Calvario para consumar la redención, sino también nuestros pecados, indiferencias y falta de Fe. Las Espinas simbolizan la tibieza de las almas que no rezan, no reciben los Sacramentos, olvidan fácilmente sus obligaciones y no buscan corregirse de sus defectos. La Herida de la lanza simboliza los que lo atacan, blasfeman, adoran a satanás y abandonan la Iglesia. Y las llamas representan la hoguera de amor, de misericordia que Nuestro Señor tiene hacia los hombres.
El Papa Benedicto XVI afirmó cierta vez sobre esta fiesta que, «la contemplación del ‘lado traspasado por la lanza’, en la cual resplandece la voluntad infinita de salvación por parte de Dios, no puede ser considerada, por tanto, como una forma pasajera de culto o de devoción: la adoración del amor de Dios, que encontró en el símbolo del ‘corazón traspasado’ su expresión histórico-devocional, continúa siendo imprescindible para una relación viva con Dios». (EPC)
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