Redacción (Martes, 12-06-2018, Gaudium Press) Después de la primera expulsión de los vendedores del Templo, Nuestro Señor permaneció algún tiempo en Jerusalén. Cierta noche, fue Él buscado por un príncipe de los judíos llamado Nicodemo.
La Luz y las tinieblas
Era miembro del Sanedrín y, con miedo de perder su reputación entre sus compañeros, fue a encontrarse de manera oculta (cf. Jn 3, 1-2) con Jesús, que lo atendió bondadosamente y mantuvo con él una conversación.
Aunque Nicodemo fuese hombre inteligente y con amplia cultura, Nuestro Señor emplea en ese diálogo un lenguaje simple para expresar las más grandiosas ideas. Esta unión de la simplicidad y la grandeza proporciona a las palabras del Divino Maestro una majestad incomparable.
Jesús con Nicodemo. Museo diocesano, Palma de Mallorca, España |
Jesús le habla sobre varios temas, entre los cuales: el Bautismo cristiano, el Espíritu Santo, su Pasión, el Cielo, los condenados al Infierno y los bienaventurados. Y trató al respecto del odio que los malos tienen contra los buenos, simbolizados por las tinieblas y por la luz.
Le dijo Nuestro Señor: «La Luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la Luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que practica el mal odia la Luz y no se aproxima a la Luz para que sus acciones no sean denunciadas. Pero quien practica la verdad se aproxima a la Luz, para que sus acciones sean manifestadas, ya que son practicadas en Dios.» (Jn 3, 19-21).
Enemistades entre los buenos y los malos
La enemistad entre los buenos y los malos está consignada en un trecho del Génesis que, debido a su transcendental importancia, es llamado Protoevangelio: «Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu posteridad y la posteridad de ella. Esta te pisará la cabeza y tu armarás traiciones a su calcañar» (Gn 3, 15). El pronombre «ti» designa al demonio, el jefe de los malos, y el sustantivo «mujer», a la Santísima Virgen, la Reina de los buenos.
Algún tiempo después de ese contacto con Nicodemo, Jesús fue al Templo por ocasión de la fiesta de las Tiendas, y los fariseos quisieron matarlo. Entonces Nicodemo, ya movido por la gracia divina, defendió a Nuestro Señor preguntándoles: «¿Será que nuestra Ley juzga a alguien antes de oír o saber lo que él hizo?» (Jn 7, 51).
Se percibe que la gracia fue trabajando esa alma. Y cuando la muerte de Cristo, Nicodemo ya se tornó un verdadero cristiano. Él se aproximó piadosamente al Sagrado Cuerpo llevando «unos treinta kilos de perfume» (Jn 19, 39) a fin de colocar en las fajas de lino que lo envolvieron, antes de ser puesto en la tumba.
Y Nicodemo avanzó de tal modo en la virtud que se tornó un santo. Su memoria es celebrada el 31 de agosto. Después de la conversación con Nicodemo, Jesús se quedó algún tiempo en Jerusalén; entonces emprendió el viaje de regreso para Galilea, con sus discípulos.
Impresionada por la distinción y nobleza de Jesús
Al pasar por una ciudad de Samaria, Jesús, cansado del viaje, se sentó junto a un pozo y sus discípulos fueron a comprar algo para alimentarse. En cierto momento, vino una samaritana a buscar agua y Nuestro Señor le pidió: «¡Dame de beber!» (Jn 4, 7).
El Señor conversa con la Samaritana Iglesia Santa María de la Encarnación, Granada, España |
Los judíos consideraban los samaritanos como extranjeros y no se relacionaban con ellos, pues mantenían un culto diferente – llegaron inclusive a construir un templo en el Monte Garizim; solo aceptaban el Pentateuco, o sea, los cinco primeros Libros de la Biblia.
Pero el Redentor quiso hacer bien a esa alma y, por medio de ella, a toda la población de la ciudad. Se inició, entonces, una conversación donde se nota la simplicidad y la modestia de la samaritana. Ella preguntó a Jesús: «¿Cómo es que tú, siendo judío, pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Jn 4, 9).
Habiendo el Divino Maestro respondido: «Si conocieseis el don de Dios y quién es Aquel que te dice: ‘Dame de beber’, tú le pedirías, y Él te daría agua viva», la samaritana comienza a tratar a Jesús de Señor (cf. Jn 4, 11).
Comentando ese cambio de trato de «tú» para «Señor», afirma el grande exegeta P. Fillion que la samaritana quedó impresionada no solo por las palabras, sino también «por la distinción y nobleza de Jesús».
Siendo Dios, Jesús conocía perfectamente la vida moral de esa pobre mujer. Y visando despertar su consciencia adormecida – pero no empedernida -, Él dice a la samaritana: «¡Ve a llamar a tu marido y vuelve aquí!»
– Yo no tengo marido, respondió ella.
Y Nuestro Señor agregó:
– Dijiste bien que no tienes marido. De hecho, tuviste cinco maridos, y el que tienes ahora no es tu marido (cf. Jn 4, 16-18).
La divina pedagogía
Habiendo el Redentor apuntado claramente sus pecados, ella se convirtió radicalmente y fue a la ciudad a proclamar todo lo que de grandioso viera y escuchara. El resultado inmediato de ese apostolado fue extraordinario:
«Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Jesús por causa de la palabra de la mujer que testimoniaba: ‘Él me dijo todo lo que yo hice’. Los samaritanos fueron a Él y pidieron que permaneciese con ellos; y Él permaneció allá dos días.» Y muchos otros se convirtieron oyendo al propio Jesús, y decían: «Este es verdaderamente el Salvador del mundo» (Jn 4, 39-42).
Esa samaritana, llamada Fotina, se tornó después una santa. Conforme el antiguo Martirologio romano, su memoria era celebrada el 20 de marzo.
En la divina pedagogía empleada por Nuestro Señor, ya sea con Nicodemo, ya sea con la Samaritana, se nota que Él no escondió nada, pero dijo las verdades que precisaban ser afirmadas.
Así debe actuar el apóstol con relación a aquellos que desea realmente atraer y santificar: «La verdad y el bien le son enseñados integralmente por la Iglesia. No es escondiendo sistemáticamente el término último de su formación, sino mostrándolo y haciéndolo deseado siempre más, que se obtiene de los hombres el progreso en el bien.»
Por Paulo Francisco Martos
(in «Noções de História Sagrada» – 152)
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Bibliografía
Cf. FILLION, Louis-Claude. La sainte bible avec commentaires – Évangile selon S. Jean. 2 – Paris: Lethielleux. 1887, p. 44. Cf. Idem, ibidem, p. 53.
CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Revolução e Contra-Revolução. 5. ed. São Paulo: Retornarei.2002, p. 124.
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