Redacción (Jueves, 21-06-2018, Gaudium Press) Una tarde se encontraba San Juan Bosco, en quien se destacaba su profundo conocimiento de las almas, recorriendo las avenidas de su ciudad natal, con el objetivo de llevar ovejas al redil de Dios.
Y he ahí que, en un instante, avista, del otro lado de la calle, un joven que sufría fuertes tentaciones, pues estaba siendo atormentado por una multitud de demonios.
De repente, el santo ve a lo lejos otro niño que se aproxima al joven.
Llegando a su encuentro, todos los demonios que allí atormentaban al muchacho huyen inmediatamente. Al contemplar esta escena, el hombre de Dios se pregunta:
– ¡Qué niño misterioso! ¡Quién podrá ser, pues consiguió espantar todos los demonios! ¿Será por acaso el Niño Jesús o el Ángel de la Guarda del pobre muchacho? Se indagó a sí mismo San Juan Bosco.
Tal vez el lector haya pensado algo similar.
En ese mismo momento, aparece al justo sacerdote su Ángel Custodio, que le pregunta:
– ¿Te gustaría saber quién es aquel niño que consiguió ahuyentar el escuadrón de demonios?
Obteniendo una respuesta afirmativa, el Ángel prosiguió:
– Aquel niño es una mala amistad, que equivale a toda esa presencia diabólica.
Así, los demonios, al ver al niño malo aproximarse, partieron tranquilos. Ellos sabían que aquella amistad valía por el trabajo de todos ellos…
Es el caso de decir: ¡»Dime con quién andas y te diré quién eres»!
Por María Alejandra Acevedo Sánchez
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