Redacción (Jueves, 28-06-2018, Gaudium Press) Mirando a nuestro alrededor, percibimos que vivimos en una época convulsionada, llena de aflicciones, peligros y amenazas.
Pero después de chocar ante la realidad, fácilmente caemos ante la hipnosis que producen las distracciones del mundo y el corre-corre del día a día nos hace olvidar, o no querer ver, la vorágine de confusión y calamidades en que estamos inmersos.
Sin embargo, me pregunto ¿Qué impresión nos daría si nos fuese dado por un instante ver con los ojos del espíritu? Si viésemos aquello que es más real que lo meramente palpable, porque es eterno… ¿Qué pasaría si pudiéramos ver el estado de las almas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo?
Imaginemos que puestos en medio de una de las «grandes» ciudades modernas, pudiésemos con todos nuestros sentidos percibir el estado en que se encuentran las almas de sus habitantes. Sin duda, al mismo tiempo que asqueados por el fétido olor del pecado, veríamos asustados como muchos de los que se presentan ante el mundo con la máscara de la normalidad e indiferencia, pertenecen a una innumerable cantidad de almas inmundas, encadenadas a sus vicios por los demonios, ciegas, pero seguras de sí mismas, que ríen locamente y se revuelcan en el lodo frívolo de los placeres carnales, esperando el día de la ira, el día de su perdición. Contemplaríamos así la evidente locura de un mundo sin temor de Dios, donde los impíos y mediocres viven impasibles en el fango mentiroso del pecado, alimentándose de las bellotas de los puercos infernales, sin arrepentimiento, poniendo en juego su destino eterno a cada segundo que pasa…
Pero creo que ninguna visión sería tan triste, tan desgarradora, tan lamentable, como percibir con claridad cómo la inocencia está siendo atacada, perseguida y con experticia y sutilidad viperina brutalmente arrancada de los niños, que hasta en las más tiernas edades es cada vez más difícil de encontrar. ¡Qué triste sorpresa nos daríamos si pudiéramos ver las almas de los niños de nuestro tiempo!
Y para finalizar esta visión, imaginemos resonar sobre nuestras cabezas con aire de indignación y amenaza la voz de Nuestro Señor Jesucristo repitiendo las palabras que pronunció hace dos mil años: «Ay de aquel que escandalice a uno de estos pequeños. Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar» (Mt, 18,6 )
Sin duda quedaríamos tan horrorizados ante semejante visión que se grabaría para siempre en nuestras mentes. ¡Y qué bien nos haría!
La virtud de la inocencia
Pero para poder apreciar mejor el trágico panorama y la enormidad del desastre que significa la pérdida de la inocencia de los niños, es primordial que entendamos bien qué es la inocencia.
Es un grave error entender la inocencia como una cualidad exclusiva de la niñez, que es descartada una vez se alcanza la madurez. La inocencia es la virtud por la cual distinguimos por connaturalidad y con total clareza el bien del mal. Podríamos decir que es la lucidez del alma y por lo tanto la virtud que nos hace capaces de alcanzar la Verdad.
San Luis Gonzaga, Vitral en Alsacia |
El P. Santiago Ramírez, OP, famoso tomista del siglo XX, defendía muy acertadamente y con mucha precisión la siguiente tesis: si la inerrancia realmente está con los inocentes, entonces se puede decir que el conocimiento total de la verdad es aristocrático, o sea, es privilegio de unos pocos, pues son escasos en el mundo los que conservan la inocencia desde la infancia.
«Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8)
Sin duda Nuestro Señor al hablar de los hombres de corazón puro se refiere a los inocentes, que verán a Dios en la eternidad como premio, pero también en esta tierra conocerán sus designios. ¿Cómo?
«Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad.» (Juan 4:23)
Los verdaderos adoradores son los inocentes que con su mirada pura y cristalina son capaces de reconocer a Dios en este mundo actuando en sus creaturas y con sabiduría divina discernir los planes del altísimo.
La inocencia es el inicio de la sabiduría como explica claramente Mons. Juan Clá en el libro «El Don de Sabiduría en Plinio Correa de Oliveira» del cual seleccionamos algunos trechos:
El Dr. Plinio consideraba la cuestión -de la inocencia- como algo mucho más sutil que la simple ausencia de pecado, ya sea venial o mortal. Según él, Dios le da al nin?o, ya desde su nacimiento, un conjunto de instintos y propensiones que son nobles, puesto que han sido infundidos por Él, para proporcionarle así la capacidad de juzgar rectamente y de elegir siempre lo mejor.
…así como todos los seres vivos tienen sus instintos, también el hombre, además de esas tendencias inherentes a la naturaleza animal de su cuerpo, posee inclinaciones propias de su alma racional, tan inerrantes como son certeras y ordenadas las de los animales.
Así, para el Dr. Plinio, la inocencia consiste en la fidelidad a la verdad de los juicios que la persona hace de acuerdo con esos primeros patrones.»
…A partir del momento en que el hombre comete un pecado, ya es pasible de error, porque sofoca esos principios; pero, mientras se mantiene fiel, es inerrante. Por eso, cuando el niño va madurando hasta llegar a la edad adulta, no soólo debe conservar el proceso de conocimiento que tenía desde la infancia, sino también profundizar y enriquecer la interpretación de la realidad, de manera que su desarrollo, a lo largo de la vida, se realice en consecuencia de tales principios aplicados dentro de la inocencia, hasta llegar a la noción de Dios. Por tanto, siendo fiel a los primeros principios, el niño llegará a ser inocente en el pleno sentido de la palabra.
Inocencia Perdida
Como acostumbra explicar Mons. Juan Clá, el hombre es un monolito de lógica, y por lo tanto no se lanza al pecado, al error, sin antes crear una falsa justificación, una racionalización equívoca. Nadie hace el mal por el mal, explica el Doctor Angélico, por lo que siempre es necesario al hombre camuflar su error bajo la apariencia de bien, por más remoto o ilusorio que este sea. Y esto puede llegar a un paroxismo tal como el que vemos comúnmente hoy en día, de negar las cosas más evidentes, de inclusive querer deformar la propia naturaleza de las cosas.
Y es por esto que la inocencia se pierde, no como muchos creen, por los pecados carnales. No solamente, sino que la inocencia se comienza a perder una vez que el vitral del alma es manchado y ofuscado, al llenarlo de subjetivismos y sofismas, distorsionando así la visión de la realidad.
En un mundo sin inocencia reina la confusión, imperan las tinieblas y el padre de la mentira gobierna fácilmente las almas. Todo es ilusorio, materialista y pacato, un mundo de falsedad y utopías ególatras… Y es ahí que se entiende, por más paradójico e increíble que parezca, que los únicos verdaderamente realistas son los inocentes.
¿Meditemos en que sociedad vivimos? Si somos realmente objetivos veremos que lamentablemente los medios de comunicación, la televisión y el internet, las modas, etc… se han convertido en asesinos sistemáticos de la inocencia.
¿Cuántos son capaces de ver eso? ¿Cuántos protestan contra esta masacre? ¿Quiénes se protegen de este eminente y constante peligro?
¿Será que nosotros mismos milagrosamente hemos conservado la inocencia en un mundo tan adverso a ella? Un tema para largas meditaciones sin duda.
Inocencia restaurada
«Saudade» es un vocablo poco común de difícil definición incorporado al español, de origen portugués. Se intenta definir como un sentimiento afectivo, próximo a la melancolía, estimulado por la distancia temporal o espacial a algo amado y que implica el deseo de resolver esa distancia. Es como un profundo anhelo que el alma tiene, una añoranza de algo que se ha perdido y se desea recuperar.
Esta palabra fue la que el Dr. Plinio Correa de Oliveira quiso utilizar para explicar cuál debe de ser nuestro primer paso para restaurar la inocencia. ¡Si, restaurar la inocencia!
¿Pero será posible restaurarla? ¿Es posible restaurar un tejido que fue manchado y rasgado en mil pedazos? «Para los hombres eso es imposible, pero para Dios todo es posible.» (Lucas 18:27)
Por lo tanto aunque el «tejido» de nuestra alma, aunque nuestra túnica bautismal una vez blanca y hermosa esté maculada y hecha trizas por innúmeros pecados no debemos desesperar. Jamás podemos perder la esperanza.
Debemos llenar nuestro corazón de saudades de la inocencia perdida. Y con ese deseo ardiente de ser restaurados pedir a Nuestra Señora que no solamente nos renueve por entero, si no que infunda un rayo de su propia inocencia Inmaculada en nuestras almas.
Con esta intención cierta vez el Dr. Plinio a pedido de sus hijos espirituales compuso de improviso una hermosa oración durante una de sus conferencias, con la que terminamos esta meditación:
Hay momentos, Madre mía, en que mi alma
se siente, en lo que tiene de más profundo,
tocada por una saudade indecible.
Tengo saudades de la época en que yo os amaba,
y Vos me amabais, en la atmósfera primaveral
de mi vida espiritual. Tengo saudades de Vos, Señora,
y del paraíso que ponía en mí
la gran comunicación que tenía con Vos.
¿No tenéis también Vos, Señora, saudades
de ese tiempo? ¿No tenéis saudades de la bondad
que había en aquél hijo que fui?
Venid, pues, ¡Oh la menor de todas las madres!
y por amor a lo que florecía en mí, restauradme;
recomponed en mí el amor a Vos, y haced de mí
la plena realización de aquel hijo sin mancha
que yo habría sido, si no fuese tanta miseria.
Dadme, ¡Oh Madre!, un corazón arrepentido
y humillado, y haced brillar nuevamente
antes mis ojos aquello que, por el esplendor
de vuestra gracia, yo comenzara
a amar tanto y tanto…
Acordaos, Señora de este David
y de toda la dulzura que en él ponías. Así sea.
Por Santiago Vieto
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