Redacción (Viernes, 29-06-2018, Gaudium Press) María Felicia de Jesús Sacramentado: así se llamaba en religión la joven paraguaya carmelita descalza beatificada en Asunción el pasado 23 de junio, cuyo encuentro definitivo con el Señor se dio en sus jóvenes 34 años de edad, el 28 de abril de 1959. En su país natal, todos la llaman «Chiquitunga»; como fue apodada por su familia y en sus círculos sociales.
A ejemplo del Sol de su vida que fue la Eucaristía, ella fue una víctima que se inmoló por Él, como laica comprometida con la Iglesia primero, y como religiosa de clausura después. «Me he ofrecido como pequeña víctima por los sacerdotes», refirió cierta vez.
Su espiritualidad sencilla y penetrante, va directo a lo esencial sin grandes rodeos, y está en consonancia con los vuelos místicos de las tres grandes Teresas: la Santa Madre Teresa de Jesús, Santa Teresita del Niño Jesús y Santa Teresa de los Andes. María Felicia de Jesús Sacramentado, sigue el surco abierto por ellas, muy especialmente por la de Ávila, la gran reformadora del Carmelo.
Como las tres, también la nueva Beata dejó escritos de profundo sentir cristiano y carmelitano. «Tengo sed de una entrega total», escribió. ¡Cuánta cosa está dicha en esta corta frase! Este es un ideal de vida, el más sublime que se pueda imaginar.
En el blog «Amigos del Carmelo Teresiano» se recoge una afirmación bellísima a propósito de ella: «su vida fue una Misa, en la escucha de la Palabra, en ofertorio, como consagración y como comunión». Ya próxima a su muerte llegó a escribir: «Si no fuera por este Pan, ese Pan de Vida, no sé lo que de mí hubiera sido». Jesús Sacramentado, de quien tomó el nombre, fue su fuerza, junto con María, a quien se consagró como esclava de amor.
Chiquitunga escribió un breve relato de vida que fue publicado por las Carmelitas Descalzas del Paraguay bajo el título de «Diarios Íntimos». Igualmente conocemos algunas poesías de encantadora simplicidad y densidad teológica, bien como 61 cartas escritas de su puño y letra.
En su pluma palpita un amor apasionado de combatiente. Ella no concebía la existencia vivida en mediocridad. A decir verdad, a cualquier bautizado se le pide integridad y no medias tintas; pero ella fue de los pocos que logran esa coherencia consumada, renunciando al amor humano y a promesas de bienestar personal y de prestigio social que tantas veces el mundo no deja de presentar, engañosamente, como alternativa.
No es el caso de retratar en estas líneas toda una vida que, aunque corta, fue fecunda. Apenas dejo aquí transcriptos unos versos que muestran su perfil eucarístico. Son rimas sin pretensión pero muy hondas. No son para nada de erudición académica o literaria; son versos de un niño o de una niña… de aquellos que entran -y solo ellos- en el reino de los cielos.
La Hostia elevada, con nívea transparencia,
con resplandor divino irradia en el altar;
yo quiero que mi vida, trocadas las substancias,
cual Hostia consagrada, tras sí deje un camino
de intensa claridad.
Yo quiero en sacrificio, cual víctima inmolada,
mi vida se consuma en santa Caridad.
¡Señor!, por la Hostia pura, el Pan de Vida Eterna
y el Cáliz de la Sangre de nuestra Redención,
concede a los que unidos así te suplicamos.
Perdón de nuestras culpas y Eterna Salvación.
¡Señor mío y Dios mío!
¿Se puede decir algo de más trascendente con tanta precisión e ingenuidad? Estamos delante de un modesto pero verdadero tratado de teología eucarística, al alcance de todos: de quien está recibiendo catequesis para primera Comunión o del teólogo familiarizado con la ciencia divina.
«Todo te Ofrezco Señor» fue el lema que ella estampaba en sus escritos como una fórmula química «T2OS» (T al cuadrado OS). En esta consigna esta resumida la radicalidad de su ideal.
La palabra Todo no admite relativizaciones; ¡todo es todo y punto! Solo que todo al cuadrado, es una excelencia dentro de que pueda significar de por sí la totalidad. Es como decir: absolutamente todo, desde ya, sin apelación y para siempre.
Luego sigue la noción de ofrenda, palabra que significa sacrificio, holocausto, inmolación, destrucción… eucaristía. Como el incienso que se quema al ser derramado sobre brasas o como la cera que se derrite al calor del fuego, así quiso ser ella y así fue.
Y, por fin, la razón de ser de ese ofrecimiento tan generoso: El Señor.
Que la flamante beata interceda por la comunidad carmelitana de Asunción con quien compartió los últimos años de su vida y por todas las carmelitas descalzas del mundo, sus hermanas de hábito; por la Iglesia del Paraguay y por su país natal al que tanto quiso. Por fin, por todos los cristianos del orbe que se empeñan en cumplir los propósitos bautismales entre los cuales este, tan, tan, tan primordial: adorar a Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Por el P. Rafael Ibarguren, EP
(Publicado originalmente en www.opera-eucharistica.org)
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