jueves, 21 de noviembre de 2024
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Lugares de cristianos perseguidos en Japón son agregados a lista de Patrimonio de la Humanidad

Nagasaki (Miércoles, 04-07-2018, Gaudium Press) La Catedral de Oura se levanta en medio de los árboles de una colina que mira hacia una bahía en Nagasaki,Japón. En medio de la vegetación, una escalera asciende hacia la edificación, el templo más antiguo de estilo occidental en el país. Es fácil imaginar el silencio que debía haber reinado en el día en el que el padre Bernard Petitjean abrió sus puertas en 1865 sin saber que escribiría una de las más bellas páginas de la historia de la Iglesia en el continente. Sería el día en que el Milagro de Oriente saldría a la luz y cuyos lugares serían reconocidos 153 años después como Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO.

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Catedral de Oura, Nagasaki. Foto: Fg2

En total, 12 lugares fueron incluidos en la lista y son los principales recuerdos de una experiencia de fe única en el mundo: 210 años de una comunidad de creyentes que pudo mantener la fe en Cristo y en su Iglesia a pesar de no contar con sacerdotes ni templos. La Catedral de Oura en Nagasaki, la villa de Sakitsu en Amakusa, al Prefectura Kumamoto y las ruinas del Castillo Hara hacen parte de los lugares reconocidos en la Lista de Patrimonio Mundial actualizada el pasado 30 de junio.

Pero ¿cuál fue el Milagro de Oriente? ¿Cuál fue el hecho sorprendente que maravilló al P. Petitjean en ese día providencial y que sería destacado de manera notable por el papa Pío IX dos años después? El sacerdote, perteneciente a la Sociedad de Misiones Extranjeras de París, era uno de los primeros en regresar tras la prohibición de la presencia de los misioneros en Japón de 1587 y la prohibición total de la religión cristiana decretada en 1614. El retorno de los misioneros marcaba el reinicio de una misión que se creía perdida por la persecución, en un territorio donde no debía existir ni un solo creyente después de más de 200 años.

Pero lo que trajo la brisa marina ante el sacerdote en ese día fue mucho más hermoso que el sonido del mar y la belleza del paisaje. Un grupo de habitantes locales se encontraba frente a él, portadores de un mensaje inesperado: «Pertenecemos a su misma fe. ¿Dónde podemos encontrar la imagen de Santa María?» Estos creyentes ocultos que sobrevivieron la persecución se acercaron a los misioneros confiando en una profecía que prometía el retorno de los sacerdotes y la posibilidad de acceder a los sacramentos en libertad siete generaciones después del inicio de la persecución.

Los fieles generaron una comunidad que apoyaba su fe en secreto, sobrellevaba con dolor los actos de apostasía impuestos por el gobierno practicando la contrición y el sacrificio personal para buscar la misericordia de Dios después de ellos, bautizando a sus hijos de generación en generación, recordando los misterios de la fe a través del rezo del Santo Rosario y el culto ayudado en imágenes religiosas encubiertas en las formas tradicionales del budismo y la veneración a los ancestros.

Cuando los creyentes confirmaron que los sacerdotes del templo de Oura eran los mismos que habían sido profetizados y que representaban la fe católica que había sido transmitida de generación a generación entre sus familias, más de diez mil cristianos volvieron a la Iglesia. La semilla de la fe permaneció oculta en la tierra y germinó en lo secreto para dar un fruto de evangelización y un impulso de vida al que sería el centro más importante de la fe católica de Japón.

Con información de Aleteia.

 

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