Redacción (Jueves, 05-07-2018, Gaudium Press) La niñita que jugaba en el parque bajo la mirada atenta de la mamá, vestía una batita azul de flores amarillas y rojas un poco más abajo de las rodillitas cogida atrás con gran moño. Llevaba abrigada media-pantalón blanca y calzaba unos zapatitos de cuero con hebillas doradas color vino tinto, adornados con un moñito de tela del mismo color. Mamá estaba leyendo una revista y a cada rato levantaba la vista para verificar lo que hacía la niña y su hermanito que jugaba más allá con algunos amiguitos. Todo transcurría normalmente aquella tarde fría pero ligeramente dorada por un tibio sol medio otoñal. Los otros niños jugaban y también estaban vigilados por las mamás.
Unas madres cuidando niños inocentes que juegan en un parque cualquier tarde fría, seca, sin lluvia ni viento, pero bañada la luz dorada de un sol preparándose para irse a dormir, no es nada raro en una ciudad moderna. Los niños tienen que jugar a alguna hora del día y las madres deben cuidarlos. En este caso los niños y las madres eran casi los mismos de esa hora de la tarde en el parque del conjunto residencial.
¿Qué jugaba la niña del vestidito azul solita y conversando con su muñeco-bebé? Lo acomodaba y desacomodaba dentro de un pequeño coche, lo envolvía y desenvolvía con una corta manta, lo cargaba un rato como queriendo consolarlo por imaginar que lloraba y le daba del pequeño biberón, repitiendo sin dejar de conversarle quizá las mismas palabritas que seguramente oía de mamá o de otras madres cuando están atendiendo un hijito pequeño, indefenso y necesitado. Jugaba solita a ser una mamá aplicada, abnegada y juiciosa, que lo daba todo de sí misma para atender los requerimientos de un hijito imaginado, que necesitaba y pedía con un llantito que solamente se oía en la mente de la niña.
Una espectacular bandada de palomas urbanas, descendió repentinamente en el parque atraída por un montón de arroz blanco seco que alguien esparció. Los niños corrieron a ver comer a las palomas y tratar de coger alguna. La pequeña mamá observó seria de lejos, pero resistió al principio la curiosidad infantil. Al fin, al cabo de un ratito, le propuso a su bebito que si quería ir a ver las palomas, lo cual obviamente aceptó y ella corrió con su muñeco en los brazos porque ardía también de curiosidad. Mientras los otros correteaban tratando de coger alguna paloma, la niña observaba todo y pensaba en algo, sin soltar de los brazos su bebé-muñeco bien envuelto en el trozo de manta con el que lo abrigaba.
-Es hora de irnos, dijo mamá mientras se acercaba al grupo. Tu bebito debe ir ya a dormir.
-Está viendo las palomas, respondió inmediatamente la niña. Mamá quiso hacer un juego de ideas y le preguntó a su hijita si ella también se entretenía viéndolas o solamente quería que las viera el muñequito.
-Quiero que sueñe con palomitas esta noche, respondió la niña muy apersonada de su papel maternal, casi como si de hecho fuera ya una madre velando incluso por los sueños de su hijito… Y yo también, dijo en voz baja mirando al piso, un poco tímida por tener que reconocer que ella además disfrutaba inocentemente de la escena y quería soñar con las palomas….
-Tal vez tú no sueñes con palomas esta noche pero tu bebito sí, dijo la intuitiva mamá que acostumbraba dejar volar la imaginación de su dos hijitos.
-Bueno, dijo la niña. Lo que yo quiero más es que él sueñe con ellas…
La mamá sonrió y pensó un poco, y pareció comprender que precisamente su propia inocencia maternal, se le mantenía en el alma era con aquellas sus renuncias y abnegaciones de joven madre que venía asumiendo desde hacía unos años atrás.
Por Antonio Borda
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