Redacción (Viernes, 13-07-2018, Gaudium Press) En el Sermón de la Montaña, Nuestro Señor no habló apenas para los judíos de aquella época, sino a los hombres de todos los tiempos. Sobre todo para nuestros días él es fundamental, pues corrige muchos errores de la mentalidad que actualmente impera. Continuemos comentando las Bienaventuranzas enseñadas por el Divino Maestro.
Mansedumbre y combatividad
«Bienaventurados los mansos, porque poseerán la Tierra» (Mt. 5, 5).
«La mansedumbre elogiada por Cristo en este versículo consiste, sobre todo, en ser el hombre constantemente señor de sí mismo, controlando sus propias emociones e impulsos. Ella le impide de murmurar contra las adversidades permitidas por Dios y lo lleva a no irritarse con los defectos de los hermanos, buscando, al contrario, deshacer los desentendimientos y disculpar con generosidad las ofensas recibidas.»
Entretanto, mansedumbre no significa concordar con todo y nunca tomar actitud contra el mal; en ese caso, sería connivencia. El hombre verdaderamente manso es combativo; él ama a Dios sobre todas las cosas y lucha tenazmente contra todo aquello que es contrario al Omnipotente. Nuestro Señor, «manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29), demostró su combatividad, por ejemplo, al expulsar con un chicote a los vendedores del Templo.
La Tierra que los mansos poseerán «es al mismo tiempo la Iglesia militante y la Iglesia triunfante, esto es, el Reino de los Cielos contemplado en su conjunto. Es una locución extraída del Antiguo Testamento, donde ella designa normalmente la Tierra Santa […]. Poseer la Tierra y entrar al Reino de los Cielos son, pues, expresiones sinónimas».
Desear ardientemente la santidad
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados» (Mt 5, 6).
La palabra «justicia» significa aquí santidad, perfección moral. Esta debe ser deseada ardorosamente por todos los hombres, pues dijo Nuestro Señor en ese mismo Sermón: «Sed, por tanto, perfectos como vuestro Padre celeste es perfecto» (Mt 5, 48).
La santidad solo puede ser alcanzada a través de reñido combate contra enemigos internos y externos. Los primeros son nuestros propios defectos. Los externos son innúmeros; citemos apenas algunos: ambientes, internet, amistades que nos inducen al pecado, y sobre todo el demonio.
Es preciso siempre progresar en la vida espiritual, deseando la perfección en todo lo que pensamos, queremos o hacemos. Eso solo se consigue con mucha oración, frecuencia a los Sacramentos y creciente devoción a Nuestra Señora.
Quien así actúa es saciado, o sea, obtiene el Cielo.
Miserias corporales y espirituales
«Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7).
Los misericordiosos no son aquellos que tienen hacia el prójimo apenas una compasión sentimental, propia del romanticismo, sino los que se esfuerzan para disminuir sus sufrimientos, por amor de Dios. Según la etimología, misericordia proviene del latín miseris cor dare – tener compasión de la miseria del otro.
Debemos tener pena no solamente de las miserias corporales del próximo, sino sobre todo de las espirituales, que son las más importantes, pues el alma es superior al cuerpo. El buen ejemplo, una palabra de ánimo para practicar el bien, o de censura para impedir el mal, son actos de misericordia muchísimo más valiosos que dar una limosna.
En el mundo materialista en que vivimos, se habla mucho de las obras de misericordia corporales, pero prácticamente nada de las espirituales.
Debemos también ser misericordiosos, sufriendo pacientemente cuando nos ofenden. ¿Y si la ofensa es dirigida contra Dios?
Afirma San Juan Crisóstomo: «Es digno de alabar ser paciente en el sufrimiento de las propias injurias, pero soportar pacientemente las injurias contra Dios es suma impiedad.»
Contemplar la acción de la gracia en las almas
«Bienaventurados los puros de corazón, porque vendrán a Dios» (Mt 5, 8).
«Al oír hablar en ‘puros de corazón’, se piensa luego en la virtud angélica. No obstante, como explica Fillion, esas palabras «no designan exclusivamente la castidad, sino el alejamiento del pecado, la exención de toda mancha moral. El corazón es aquí considerado, a la manera hebraica, como el centro de la vida moral.»
«El alcance de esta expresión es, por tanto, mucho más amplio y profundo. El puro de corazón tiene todas las intenciones y aspiraciones dirigidas hacia el Altísimo y para el beneficio del próximo. Admirando todo cuanto es santo, noble y elevado, transborda del deseo de hacer bien a los demás, por amor a Dios […].
«Sería, entretanto, un equívoco juzgar que el premio prometido en esta Bienaventuranza se refiere exclusivamente a la eternidad, exigiendo toda una vida de abnegación y aridez a fin de alcanzar la visión beatífica. Al contrario, como enseña Santo Tomás, en las Bienaventuranzas Nuestro Señor promete también para este mundo la recompensa. Y Fillion afirma que la pureza de corazón confiere ‘ya en esta Tierra un comienzo de visión, un conocimiento más perfecto del Dios que se revela a las almas puras’.
«¿Cómo se dará esto? Sin duda, por medio de la gracia. Pues, mientras la impureza ciega las almas para todo cuanto es elevado, quien tiene un corazón limpio ve a Dios en esta vida a través de la fe, admirando los reflejos divinos en las criaturas; sobre todo, contemplando la acción de la gracia en las almas. Es esta, además, una de las más bellas y altas manifestaciones de Dios en esta Tierra.»
Por Paulo Francisco Martos
(in «Noções de História Sagrada’ – 156)
…………………………………………………………………………….
Bibliografía
CLÁ DIAS, João Scognamiglio. EP. O inédito sobre os Evangelhos. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae, 2013, v. II, p. 48.
FILLION, Louis-Claude. La sainte Bible avec commentaires – Évangile selon S. Matthieu. Paris: Lethielleux. 1895, p. 103.
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica II-II, q.136, a.4, ad.3.
SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I-II, q.69, a.2.
Deje su Comentario