Redacción (Viernes, 27-07-2018, Gaudium Press) La Iglesia conmemoró el día 26 de julio la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen María.
La santa pareja poseía una religiosidad ejemplar. Eran exponentes de la fidelidad a Dios en el Antiguo Testamento y, por eso mismo, ansiaban por la venida del Mesías prometido.
Tal vez el deseo de San Joaquín y Santa Ana hubiese sido ansiar ardientemente estar entre los ancestros del Salvador.
Sucede, sin embargo, que, según una piadosa creencia, los años pasaban, ellos envejecían y no les nacía un hijo que alimentase sus justas y piadosas esperanzas.
Algo en el fondo de sus corazones, tal vez una premonición cargada de Fe, les enseñaba que las grandes esperas son el preludio de grandes dones de la Providencia Divina.
Entonces, continuaron esperando con la más fina punta de la esperanza: la confianza.
¡Y, no se vieron desilusionados!
Santa Ana, ya en avanzada edad concibe un bebé que, pasados los meses de gestación, trae al mundo una niña.
Y la niña que ella da a luz no era otra que Aquella que, llamada María, habría de ser la Esposa del Espíritu Santo y la Madre del Verbo Encarnado.
San Joaquín y Santa Ana, son así, paradigmas de aquellos que esperan contra todas esperanza.
¡Ellos son un magnífico ejemplo de aquellos que, sabiendo ser fieles en el esperar y confiar, reciben el céntuplo de las promesas divinas!
Las lecciones que Santa Ana y San Joaquín nos traen son que la Divina Providencia, a veces, demora a atender, pero no falla. ¡Cuando paga, paga con intereses… y qué intereses!
Pidamos a esta pareja extraordinaria de Santos, nos concedan a todos la gracia de ser firmes en la fidelidad; esperar, esperar, esperar; confiar, confiar, confiar.
¡La Providencia atenderá y dará mucho más que aquello que pedimos!
Por João Sérgio Guimarães
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