sábado, 23 de noviembre de 2024
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El hypercell que no logró apagar el sol de un atardecer

Redacción (Lunes, 06-08-2018, Gaudium Press) Ayer iba un hombre por la calle. Era uno de los muchos que miraba el suelo, o a veces indiferentemente el cielo, u observaba los buses ruidosos de la avenida; casi que respiraba el smog que de ellos salía. Y sin embargo el atardecer estaba siendo maravilloso.

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Poco después de las cinco de la tarde, la especial conformación de las nubes hizo que los rayos que partían del sol se elevaran en forma de abanico con la fuerza del fuego de artificio. Eran fuegos con varias tonalidades de dorado, rayos todos muy brillantes. Pero el hombre que respiraba el smog no podía ver el atardecer, también porque los simples y pesados edificios se lo impedían.

A las cinco y quince de la tarde iba caminando también otro hombre, también por la misma ciudad, en un sector un poco más despejado. También había buses, también hacían ruido, también había edificios -tal vez menos, pero algo en el alma titiló cristalinamente cuando al levantar la mirada contempló los dorados y naranjas rayos de sol.

– Ohhh, qué maravilla. Hace tiempo que no había habido un atardecer así en esta ciudad…

– ¿Seguro?, susurró una cálida voz interna, venida de lo profundo del alma. – ¿No había habido rayos así, o no los habías podido ver? ¿O no los habías querido ver?

– Ahora que me pregunto, no sé… De hecho mis padres me dijeron muchas veces que esta era la ciudad de los bellos atardeceres.

– ¿Era o es?, inquirió una vez más la voz.

– Supongo que lo sigue siendo. Pero estos edificios ya no los dejan ver. Y también las mil cosas por hacer. Y las mil correrías por llegar a la meta, por ganar, no siempre sabiendo qué…

En ese momento timbró su teléfono celular.

– Hola Fabio. ¿Supiste? Ya salió al mercado el smartphone que tanto esperamos. Trae cosas que ni nos imaginábamos. Se pueden ver imágenes en 3D. No lo podrán robar, pues además de tener un super reconocimiento facial invulnerable, cuando detecte peligro estará enviando siempre su ubicación a una leve pulsera del dueño portador. Además el teclado ya no es solo touch soft, sino que…

Fabio pronto dejó de prestar atención a las bondades ‘milagrosas’ del celular de Ricardo. Ya las había oído tantas. Cada año era igual; y cuando al llegar el nuevo teléfono buscaba la ‘maravilla’, resulta que no era tanta, y que no duraba mucho. Ahora sólo estaba extasiado con el atardecer.

– Oye lo único que me interesaría ahora del hypercell es que tuviera la mejor cámara del mundo para captar este atardecer. ¿Lo estás viendo?

– Sí, sí, está bonito, dijo Ricardo bajando un poco el blackout del gran ventanal de su oficina, en el último piso de un edificio del Wall Street criollo; sentía que la vista del radiante poniente lo estaba era encandilando. – Pero bueno, menos poesía hombre, ¿ o es que ahora te estás volviendo místico? Este Fabio y sus cosas raras. Atención, acá, que es que estamos hablando es de ‘mooneey’, camarada: Moooneeey. Contante y sonante si nos hacemos a un buen lote de supercell para la re-venta.

– «¿Más dinero?», pensó. Fabio a sus treinta años, lejos estaba de ser millonario pero gozaba de una buena situación financiera, fruto de un trabajo laborioso, metódico, astuto y ágil; no siempre enteramente honesto. Pero ahora no. Ahora solo quería ser ‘encandilado’ por ese atardecer que comenzó a variar sus matices del dorado al naranja, al rosado y al violeta, en delicada sinfonía.

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Los recuerdos comenzaron a revivir en su memoria.

Como cuando de niño iba con tíos y primos a la hacienda florida de las afueras de la ciudad, a pescar, a ver los reflejos del sol en las aguas del lago, a contemplar las montañas y respirar el aire puro matizado de pinos y abetos, a ver los animales. Recuerdos como cuando en atardeceres maravillosos en esa misma hacienda encontraba con la ayuda de su madre los lindos huevos de pascua que conservaba por un tiempo como el mayor de los tesoros. Recordó la iglesia de piedra del pueblo. Sintió que de los recovecos de su memoria subía un aire de alegría y de tristeza.

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El lote de re-venta de hypercell había quedado lejos y Ricardo se quedó hablando solo, mientras que Fabio había entrado en el túnel mágico del tiempo, hacia muchos de sus recuerdos encantados de su infancia. Mañana hablaría con Ricardo. Durante media hora él sólo sería atardecer y recuerdos, desde la mesa de un café que había felizmente hallado a su paso.

Por Saúl Castiblanco

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