sábado, 23 de noviembre de 2024
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¿Errando también se aprende?

Redacción (Lunes, 06-08-2018, Gaudium Press) El Papa de la «Belle Époque» y de la «Paz Armada» en Europa fue León XIII con sus 25 años de gobierno. Había sido antecedido por otro cuyo pontificado también fue muy largo, el más largo de la historia del papado y al que el liberalismo sectario le arrebató los Estados Pontificios, maniatándolo políticamente hasta donde más pudo, sin que alguien convocara a la cristiandad entera para hacer algo realmente efectivo e impedir los atropellos. Todo se perdió con las maniobras políticas y tragicómicas de Luis Napoleón que terminaron siendo una auténtica traición.

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León XIII

Mientras París, Viena, Londres y la misma Roma se dedicaban a las óperas y gozar la vida disfrutando los nuevos inventos que asombraban a la gente, Berlín se armaba hasta los dientes en manos de un Kaiser protestante, megalómano y perturbado tal vez por el defecto de su brazo atrofiado, que después Hitler manipularía sentimentalmente, usándolo como símbolo para imponer un saludo militar autoritario parecido al del facismo, pero que evocaba al emperador alemán derrotado y humillado. También usó un bigote mutilado como el de Charlot que recordaría por contra-evocación los bigotes en punta del mismo Káiser, al que tanto compadecía su propio pueblo mientras el comediante Chaplin promovía con su personaje pobre, vagabundo pero de «nobles sentimientos» al futuro dictador. Maniobras psicológicas colectivas para manipular la opinión pública y llevarla veinte años después a la segunda guerra, prevista por la Virgen en Fátima, ya que del Vaticano no surgía ninguna advertencia.

León XIII fue el Papa de la consagración del mundo al Sagrado Corazón de Jesús por pedido de una monja aristócrata alemana, del exorcismo contra satanás y sus ángeles apóstatas, de la instauración de la cátedra tomista obligatoria en los seminarios diocesanos y casi cien documentos pontificios de los que la mayoría de los obispos de tendencia liberal no hicieron mucho caso, resaltando apenas con bombos y platillos solamente los de mero contenido social. Es que el liberalismo dialéctico de Hegel ya había tomado cuenta de muchas cabezas mitradas, y una guerra sorda se había declarado entre ellos con discretos codazos, empujones y rodillazos como en los partidos de futbol hoy día, sin que se tome a mal o irrespetuosa la dolorosa comparación. Y se quiso conciliar la doctrina de la Iglesia con algunas ideas liberales, tal vez buscando cierta comprensión y tolerancia de las más radicales sectas dueñas del periodismo y en vía de esclavizar la opinión pública mundial, como ya sucede hoy día. Pero de la evidente carrera armamentista como de la vida disoluta de la sociedad de aquel entonces no dijo casi nada, o realmente muy poco para denunciar la escandalosa fabricación de armas y esa vida de los cabarés, el cine, las modas inmorales y las sórdidas novelas de la bohemia literaria europea.

También es muy raro que no haya presentido la brutalidad de la guerra que se venía y sus consecuencias para Europa y el mundo, presentimiento que sí tuvo su sucesor Pío X presentimiento que tal vez le arrebató la vida, pues «enfermó» misteriosa y repentinamente apenas comenzó el conflicto, ya que al parecer alguna de las potencias involucradas, temía la encíclica de un papa santo desenmascarando el infame juego político que le costó a Europa más de 20 millones de muertos, la caída de Rusia en el comunismo, la ruina de la aristocracias cristianas, la destrucción de mucha de la arquitectura medieval y la casi aniquilación total de las más bellas y mejoradas razas equinas del continente, por mencionar también lo menos.

El Dr. Plinio Corrêa de Oliveira gustaba mucho de la historia y de un adagio francés que bien se puede aplicar a los que tanto la han tergiversado: Chassez le naturel, il revient au galop. ¡Nada que temer! La verdad algún día será proclamada desde lo alto de las azoteas (Lc 12,3) cuando por fin el Inmaculado Corazón de María triunfe como Ella lo prometió en Fátima, precisamente cuando llegaba el trágico final de aquella Belle Époque mundana, sensual y despreocupada de lo que el más alto Clero del mundo tampoco advirtió nada en su momento, aunque buenos párrocos y algunos obispos de provincia lo denunciaban a pesar de la sorna y la burla de la prensa liberal.

Por Antonio Borda

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