Redacción (Viernes, 17-08-2018, Gaudium Press) De entre las enseñanzas del Divino Maestro, transmitidas en el Sermón de la Montaña, fijaremos nuestra atención en dos puntos de transcendental importancia: la castidad y el Infierno.
Quien es casto goza de la auténtica libertad
Afirmó Jesús:
«Oísteis lo que fue dicho: ‘No cometerás adulterio’. Yo, sin embargo, os digo: Todo aquel que mire a una mujer, con el deseo de poseerla, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt 5, 27-28).
Se refiere aquí Nuestro Señor al Noveno Mandamiento de la Ley de Dios: «No codiciar la mujer del prójimo». Haciendo eco a las palabras del Redentor, San Pablo declara que los adúlteros no entrarán al reino de Dios (cf. I Cor 6, 9-10).
El Noveno Mandamiento es un complemento del Sexto, que ordena: «No pecar contra la castidad».
La palabra «castidad» proviene del latín castu, que significa puro. Por esa razón tal virtud es también llamada «pureza». Y en el Apocalipsis está afirmado que nada de impuro entrará en el Cielo (cf. Ap 21, 27).
¡Cuántas personas viven hoy en la tristeza, causada en considerable medida por la depresión! La verdadera alegría nos es proporcionada por la pureza. Es lo que dice San Efrén:
«¡Oh castidad, tu llenas de felicidad el corazón que te posee, tú eres las alas del alma que se eleva al Cielo! ¡Oh castidad, tú engendras la alegría espiritual y destruyes las tristezas! ¡Oh castidad, tú moderas las pasiones […] y libras el alma de las crueles agitaciones! ¡Oh castidad, tú iluminas a los justos y encadenas a satanás en sus abismos tenebrosos!».
Quien se deja llevar por la impureza se torna esclavo de ella; realmente, afirmó Nuestro Señor: «Todo hombre que se entrega al pecado es su esclavo» (Jn 8, 34). Aquel que es casto goza de la verdadera libertad, como escribió San Cipriano: «La pureza es la libertad del bien, la prisión del mal, la coraza del pudor, la muralla de la fuerza, la espada de la disciplina, la armadura de los fuertes».
La principal causa de la disolución de la familia es la lujuria, hoy dominante, que se propaga sobre todo por internet.
Huir de las ocasiones próximas de pecado
Para practicar la castidad son fundamentales la oración y la vigilancia. «Vigilad y orad para que no caigáis en tentación» (Mt 26, 41), dijo el Redentor en el Huerto de los Olivos.
Vigilancia aquí significa huir de las ocasiones próximas de pecado, tomando especial cuidado con los ojos. Por no haber vigilado sus miradas, el Rey David cayó en pecado de adulterio con Betsabé, mujer de Urías, uno de los treinta valientes del ejército del soberano.
Y como un abismo atrae otro abismo, David se precipitó hasta en el crimen de homicidio, pues acabó tramando la muerte del fiel Urías (cf. II Sm 11, 2-24).
«Debemos cortar irremisiblemente todo cuanto constituye para nosotros ocasión próxima de pecado, cómo haríamos si un miembro enfermo comprometiese gravemente la salud de todo el organismo. Podrá ser una mala amistad […] un mal libro, un vídeo inconveniente o, tantas veces, el acceso a internet que lleva a pecar.»
«Luego a seguir, el Divino Maestro subraya la radicalidad con que deben ser practicados los Mandamientos, exhortándonos a llevar hasta los últimos extremos el principio de la fuga de las ocasiones de pecado.»
«¡Si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, arráncalo y lánzalo lejos de ti! De hecho, es mejor perder uno de tus miembros, que todo tu cuerpo ser lanzado en el infierno. ¡Si tu mano derecha es para ti ocasión de pecado, córtala y lánzala lejos de ti! De hecho, es mejor perder uno de tus miembros, que todo tu cuerpo ir para el infierno» (Mt 5, 27-30).
En los Evangelios hay 15 referencias al Infierno
Nótese que Nuestro Señor, en ese trecho, habla dos veces del Infierno. Es más, en los Evangelios hace 15 referencias al Infierno.
Explica Plinio Corrêa de Oliveira:
«El Infierno es un lugar material, donde hay un fuego material. Y ese fuego es tanto más terrible, en relación al fuego de la Tierra, que San Alfonso de Ligorio, el gran doctor de los novísimos, decía que hay una regla de tres.
«Consideren una llama muy bien pintada en un cuadro; ella produce la ilusión visual del fuego, pero no tiene calor. Ya la llama de una vela tiene calor. La diferencia entre la llama pintada y la de la vela es mucho menor que la existente entre el fuego de la Tierra y el del Infierno.
«No sabemos que especie de material alimenta el fuego del Infierno. Pero Dios sabe, y esto basta. Quien muere condenado no precisa conocer lo que es ese fuego, sin embargo lo siente. Y, por un designio de Él, el fuego duele en el alma, si bien que esta sea espiritual.
Y quema el alma como quema el cuerpo.
«De manera que las almas lanzadas allí sienten aquel fuego enteramente. ¡Y, para usar la expresión de muchos que fueron al infierno – San Juan Bosco es uno de ellos -, el alma está en el Infierno no como uno de nosotros, por ejemplo, que sufriese con una quemadura de tercer grado en la superficie del cuerpo, sino como una brasa; ella es fuego!»
Para mantener la castidad, así como todas las otras virtudes, y salvar nuestras almas, es esencial tener la perfecta devoción a Nuestra Señora, la Madre castísima.
Volvámonos a Ella llenos de confianza, pues la Santísima Virgen es el Refugio de los pecadores.
Por Paulo Francisco Martos
(in «Noções de História Sagrada» – 160)
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Referencias
Apud CORNÉLIO A LÁPIDE. In BARBIER, SJ, Jean-André. Les Trésors de Cornelius a Lapide. Paris : Librairie Ch. Poussielgue. 1876, v. IV, p. 219.
CLÁ DIAS, João Scognamiglio. EP. O inédito sobre os Evangelhos. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae, 2014, v. IV, p. 398.
CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Os novíssimos do homem. In revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano XIII, n. 153 (dezembro 2010), p. 29.
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