Phoenix (Sábado, 18-08-2018, Gaudium Press) El Obispo de Phoenix, Estados Unidos, redactó un artículo dedicado a recordar a los fieles las enseñanzas de la Iglesia sobre el Juicio Final, como parte de una serie de escritos sobre las Cuatro Últimas Realidades (Juicio Final, Infierno, Purgatorio y Cielo). Para exponer la forma en que la justicia divina evalúa el estado de las almas en su paso a la eternidad empleó una figura de los Padres de la Iglesia: la imagen del alfarero.
Juicio Final. Templo de la Compañía de Jesús en Quito, Ecuador. Foto: Gustavo Kralj / Gaudium Press. |
«Nuestras vidas son similares a un terrón de arcilla. Nosotros somos formados por las decisiones que tomamos en la vida», expuso el prelado. «Mientras vivimos, somos arcilla húmeda en la rueca del tiempo. Mientras está todavía húmeda, la arcilla puede ser formada y reformada hasta que se convierte en una hermosa vasija. Sin embargo, una vez que se coloca en el fuego, su forma se fija permanentemente». Esta permanencia de la arcilla en su forma final es una imagen del alma al momento de la muerte. «Así es con cada uno de nosotros. Una vez que morimos y estamos de pie delante de Dios, nuestra forma fundamental, es decir, nuestra opción ‘hacia’ Él o ‘contra’ Él se fija para siempre. El tiempo para elegir lo bueno o lo malo termina con la muerte porque es el tiempo para el juicio».
Tras expresar con este ejemplo cómo el destino final de las almas se define en el momento de la muerte, Mons. Olmsted explicó que la doctrina católica enseña que serán dos juicios los que enfrenta cada persona. «El Juicio Particular sucede inmediatamente en el momento de la muerte cuando el alma, ahora separada del cuerpo, se para delante de Dios para dar cuenta de lo bueno que se hizo y por los pecados que se cometió», explicó. «El Juicio General, por otra parte, se refiere al final de los tiempos, en la venida de Cristo, cuando todo será revelado, y el Juicio Particular de cada alma será ratificado por todos para ver y entender».
«La sociedad secular en que vivimos ha perdido contacto con esa realidad eterna llamado juicio. En el mundo de hoy, el pecado es minimizado o declarado de poca importancia», advirtió el Obispo. » Muchos buscan comodidad en la creencia conveniente de que la mayoría la gente irá al cielo cuando mueran. Olvidar que habrá un juicio muestra que estamos perdiendo contacto con las realidades y las consecuencias de nuestras vidas y la razón de nuestra existencia».
El Juicio Final da sentido a los sufrimientos y los méritos de la vida presente, recordó el prelado. «Sin embargo, es increíble, muy pocas personas se preparan seriamente para la muerte y el juicio», se lamentó. «Muchos de nosotros, incluso nosotros, los que amamos a Jesús, nos encontramos persiguiendo las cosas que tienden a consumir nuestra vida cotidiana como carrera, dinero, poder y posesiones, dando la muerte y juicio poca atención. Muerte y juicio, sin embargo, son hechos reales; que van a suceder si estamos preparados para ellos o no».
Finalmente, Mons. Olmsted recordó que la fe enseña que es el amor lo que determina esta última realidad, siendo ésta la guía de la preparación del alma para su encuentro con Dios. «En el crepúsculo de la vida, Dios no nos juzgará sobre nuestras posesiones terrenales y éxitos humanos, sino en la medida de cuánto hemos amado», afirmó San Juan de la Cruz, citado por el Obispo. Los Diez Mandamientos están incluidos en los dos mandatos citados como principales por Jesús: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo».
«Así que, en última instancia, el juicio será simple; al final, todo tiene que ver con el amor. El amor es la única cosa que da sentido a nuestra existencia; el amor es también el fruto de nuestra redención y el amor es el tema en el que todos seremos juzgados. Cuando miramos nuestra vida entera a través del lente de la fe, vemos con claridad por qué Dios nos creó: para amar y ser amado por Él y disfrutar de la felicidad eterna en Su presencia», explicó. «Por lo tanto, el propósito en la vida es buscar a Cristo, que es Amor. Cuando nos entregamos completamente a Él, encontramos que el amor es una Persona. Si vivimos nuestra vida centrada en el amor de Cristo, entonces nuestra actitud antes del juicio de Dios no será de miedo sino de esperanza sostenida por el amor».
Con información de The Catholic Sun.
Deje su Comentario