Redacción (Martes, 04-09-2018, Gaudium Press) Se van difundiendo en el orbe católico las capillas de adoración eucarística perpetua. Generalmente son espacios anexos a las iglesias parroquiales donde el Santísimo Sacramento se expone en permanencia durante 24 horas seguidas. Los fieles se comprometen a adorar al Señor en turnos fijos. También llegan personas en horas que pueden escoger según su conveniencia, aunque no estén inscriptos.
Esta práctica devocional ha tomado mucha vigencia en casi las Diócesis del mundo. Ya Benedicto XVI saludaba esta realidad en su discurso de augurios natalicios de 2005: «Es conmovente para mí ver como en la Iglesia se está descubriendo la alegría de la adoración eucarística y se manifiestan sus frutos».
Cien años antes, San Pío X, conocido como el Papa de la Eucaristía por haber franqueado a los niños la posibilidad de comulgar tempranamente y a los fieles la comunión diaria, llamó a la Adoración Perpetua «la obra más sublime de todas las obras».
Hay que hacerle salir de su retiro
Escribió San Pedro Julián Eymard, Fundador de los Sacramentinos: «Hay que hacerle salir de su retiro a Jesús Eucaristía para que se ponga de nuevo a la cabeza de la sociedad cristiana que ha de dirigir y salvar. Hay que construirle un palacio, un trono, rodearle de una corte de fieles servidores, de una familia de amigos, de un pueblo de adoradores».
De eso se trata. Es necesario motivar a los servidores, para que sean buenos amigos y fervientes adoradores.
En la historia de la Iglesia, constatamos que hasta el siglo XII, el culto eucarístico se limitaba al momento de la celebración de la Misa. Posteriormente, empezaron las celebraciones extra litúrgicas y públicas, siendo la más significativa la solemnidad del Corpus Christi. También, más tarde, otras formas de adoración como las Cuarenta Horas, la Adoración Nocturna o los Congresos Eucarísticos. La Adoración Perpetua, que tuvo sus orígenes en conventos y monasterios desde donde fue permeando al ámbito social, acogida por el clero secular y por las propias diócesis. En la actualidad se calcula que hay en el mundo cerca de 2.500 lugares con la adoración perpetua establecida.
La cifra impresiona, es un bello logro… pero podría ser mucho mayor. Tanto más que se comprueban los frutos en los lugares donde se adora perpetuamente al Pan de los Ángeles: aumento de asistencia a la Misa y de recepción de los sacramentos, muchos católicos vuelven a la práctica religiosa después de haberse alejado, crecimiento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, renovación de la vida familiar, valoración de la vida comunitaria en las parroquias y mayor participación en las pastorales…
Hasta se evitan homicidios…
Hay un ejemplo impresionante que fue muy sonado en su momento; vale la pena registrarlo aquí. En Ciudad Juárez, una de las ciudades más peligrosas de México por causa de la criminalidad, se abrieron diez capillas de Adoración Perpetua y el resultado fue extraordinario: en el espacio de cinco años (2010-2015) las tasas de homicidios se redujeron de 3.766 a 256 solamente ¡Es seguro que la práctica de la adoración ha incidido en este resultado!
Independientemente de resultados tan positivos, espirituales y prácticos, Jesús nos espera siempre. Se quedó en este sacramento precisamente para estar con los hombres. Y los hombres le dejan solo…
Impresiona la interpelación que hace Jesús en Getsemaní a sus tres íntimos apóstoles: «Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: ¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo?» (Mt. 26, 40). A cada fiel el Señor pregunta lo mismo; nos interroga con dolor aunque sin amargura y lleno de suavidad, como quien convida a un amigo: «¿Ni una hora?»
El Santísimo Sacramento es la tabla de salvación para nuestra sociedad descarriada. Lo es también la Virgen Santísima… que nos lleva a su Divino Hijo presente en la Eucaristía. Hay una bellísima advocación mariana: «Nuestra Señora del Santísimo Sacramento». Ella fue el primer sagrario donde Jesús moró durante nueve meses, dándole la Virgen su carne y su sangre. María nos da la Eucaristía, remedio de inmortalidad, en oposición al alimento funesto que nos dio Eva.
¿Cuándo la humanidad se rendirá ante el yugo suave del Señor que nos espera en tantos lugares donde está expuesto? Cuando esto suceda, se podrá decir que se realiza la súplica: «hágase Tu voluntad en la tierra como en el cielo».
Jesús nos conmina dulcemente a asistir a la Misa dominical. Pero cada día, infatigablemente y sin rendirse, nos atrae… tantas veces en vano. En el camino entre nuestra casa y el trabajo o el estudio o el lugar donde vamos, a menudo hay un lugar donde está el Santísimo: una iglesia, una capilla, un oratorio. ¿Y ni una hora podemos acompañarle, ni cinco minutos, ni siquiera uno? ¡La presencia real de Cristo en mi camino es un privilegio inmerecido y una enorme responsabilidad!
Concluyamos con una reflexión: el poeta Virgilio sentenció «fugit irreparabile tempus» (El tiempo escapa de forma irremediable). En efecto, los años pasan y van dejando su huella, mientras los corazones de piedra se empeñan en no beneficiarse de los benditos efluvios que parten de la Hostia consagrada. Irremediablemente llegará también el día del arreglo de cuentas.
Quiera Dios que en ese día, por los ruegos de María Santísima, el Rey de tremenda majestad nos salve, ya que Él es fuente de piedad, como reza el himno latino Dies Irae: Rex tremendæ maiestatis, qui salvandos salvas gratis, salva me, fons pietatis.
Por el P. Rafael Ibarguren, EP
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