Sevilla (Lunes, 17-09-2018, Gaudium Press) El Arzobispo de Sevilla, Mons. Juan José Asenjo, ha elogiado al pintor sevillano, Bartolomé Esteban Murillo, como «genio del arte y cristiano ejemplar». Esto en su más reciente carta semanal a propósito del Año de Murillo que se celebra en la jurisdicción eclesial con ocasión de su 4º Centenario de nacimiento.
En la carta, el prelado señala que Murillo «fue esencialmente, aunque no exclusivamente, un pintor religioso», una faceta que fue ampliamente conocida por los arzobispos, el cabildo y las instituciones religiosas con las que colaboró en Sevilla durante 30 años, sobre todo como miembro de las Hermandades del Rosario y de la Vera Cruz, así como de la Tercera Orden de San Francisco y de la Santa Caridad.
Bartolomé Esteban Murillo, Sevilla / Foto: Gustavo Kralj – Gauidium Press. |
«Fue amigo de muchos miembros de la corporación capitular sevillana, singularmente de Justino de Neve. Fue grande además su cultura religiosa. Pero, sobre todo, a su genio artístico indiscutible, Murillo unió una fe sincera y una piedad no fingida, todo lo cual le confirió una clara afinidad o connaturalidad con la verdad revelada, el sentido sobrenatural de lo divino, el ‘sensus fidelium’, del que hablan los teólogos, que Dios concede a quienes viven cerca de Él con sencillez de corazón», subraya Mons. Asenjo.
De acuerdo con el Arzobispo de Sevilla, «nadie da lo que no tiene». Por esta razón asegura estar convencido de la «profunda religiosidad de Murillo», que explican unas obras «que nos muestran la visión de un cielo amable, claro y límpido».
«Murillo nos brinda además la belleza de las manos y los rostros de sus inmaculadas, de las santas Justa y Rufina, de los ángeles que sirven de escabel a sus purísimas y la mirada de la santidad de san Fernando en el cuadro pintado con ocasión de su canonización en 1671, todo lo cual es capaz de tocar el corazón de quienes contemplan sus obras sin prejuicios ni corazas, intuyendo en la belleza visible, la belleza invisible de Dios», prosigue el prelado.
Mons. Asenjo recalca el hecho que en el hogar cristiano de Murillo nacieron dos vocaciones: la de su hijo Gaspar Esteban, quien se hizo sacerdote y canónigo de Sevilla; y la de su hija Francisca María, quien fue religiosa dominica en el Convento de Madre de Dios en Sevilla.
Asimismo resalta la «fuerza evangelizadora de sus pinturas», resultante del programa iconográfico del pintor, quien centró gran parte de sus pinturas a las obras corporales de misericordia; y de la finalidad didáctica que confería a sus obras, incluso apologética.
De sus obras sobresale su interés por la Inmaculada Concepción: «Él se insertó de lleno en el movimiento que propugnaba en la Sevilla de la primera mitad del siglo XVII la definición dogmática de la Inmaculada Concepción. Sus diecinueve inmaculadas lo atestiguan», narra Mons. Asenjo, quien luego añade: «La abundancia y exuberancia de las inmaculadas de Murillo tiene seguramente mucho que ver con la pasión con que vivió Sevilla la prehistoria del dogma inmaculista. Tales inmaculadas fueron el referente visual y plástico de una fe en la concepción inmaculada de la Virgen que creció incesantemente en Sevilla, ciudad mariana por excelencia, que tanto contribuyó a la declaración dogmática del papa Pío IX de 8 de diciembre de 1854».
Virgen del Rosario de Murillo, Museo del Prado, Madrid. / Foto: Gaudium Press. |
Bartolomé Esteban Murillo nació en Sevilla en 1617 en una familia de 14 hermanos. Huérfano de padre y nueve años después de madre, queda a cargo de Ana, su hermana mayor, quien le permite acudir al taller del pintor Juan del Castillo, quien era su pariente.
En 1630 comienza a trabajar en Sevilla como pintor independiente, recibiendo su primer encargo importante en 1645 cuando pintó una serie de lienzos para el claustro de San Francisco el Grande. Este mismo año contrae matrimonio con Beatriz Cabrera, con quien tuvo nueve hijos.
Tras pintar dos grandes lienzos para la Catedral de Sevilla, se especializa en los temas iconográficos que aún hoy lo identifican: La Virgen con el Niño y la Inmaculada Concepción.
Murillo falleció en Sevilla el 3 de abril de 1682.
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Con información de la Archidiócesis de Sevilla.
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