Redacción (Martes, 18-09-2018, Gaudium Press) ¿Quién no soñó con un tesoro?
Probablemente todos ya soñaron con el encuentro de un gran tesoro. Un tesoro que traiga despreocupación de toda especie, para el resto de la vida.
La imagen de un tesoro escondido y que podemos encontrar marca a fondo el imaginario de los hombres, en todos los períodos de la humanidad.
Tanto es así que el propio Nuestro Señor Jesucristo en sus parábolas usó la imagen del tesoro escondido, del tesoro encontrado, del tesoro perdido, para explicar lo que es el Reino de los Cielos. (Mt 13, 44)
Hay un tesoro a disposición de cada uno de nosotros.
Tesoros los hay de todas las especies.
Existen los tesoros materiales que son los más citados, más proclamados como disponibles para ser encontrados.
Pero existen también otras formas de tesoros. Y estos parecen ser los tesoros verdaderos y sin duda los de mayor valor…
Estoy hablando de los tesoros espirituales que, aunque menos recordados, son los que nuestras almas verdaderamente anhelan. Son estos tesoros espirituales a los que nos remiten las parábolas de Nuestro Señor.
Si quieren, estos son los verdaderos tesoros…
Son tesoros que nunca se pudren, tesoros a los cuales el gusano roedor no ataca.
Vale la pena que ellos sean buscados por quien nunca los tuvo. Y, también para los que los tuvieron y perdieron, vale la pena ir atrás de ellos, buscarlos, incesantemente.
Muchas veces no sabemos que es la falta de esos tesoros la que nos trae añoranzas inexplicables, o, lo que es peor, vacíos incomprendidos y malestares que no sabemos de dónde vienen.
¡Tesoros… que son los únicos capaces de traer la porción de felicidad que podemos gozar en esta tierra de exilio!
¡Descubrí un mapa de ese tesoro!!!
Él está bien descrito, es mapa bien trazado, bien diseñado, sus indicaciones nos conduce al tesoro. Quien «diseñó» ese mapa fue, nada más nada menos que San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia.
Aquí va para usted este mapa; él mismo es un tesoro… ¡Tesoro que, con cuánta razón, es de los más deseados!
Máximas de San Alfonso María de Ligorio para encontrar el tesoro de la felicidad
Para vivir siempre bien es preciso que grabemos profundamente en el alma ciertas máximas generales de vida eterna:
– Todo lo que viene de Dios, o próspero o adverso, es bueno y para nuestro bien
– Cueste Dios lo que cueste, nunca nos saldrá caro.
– Sin Dios no se puede tener verdadera paz.
– Perdido Dios, está todo perdido.
– Solo es necesario amar a Dios y salvar el alma.
– Lo que no se hace por Dios, redunda en sufrimiento.
– Quien ama a Dios, en todas las cosas encontrará placer; quien no ama a Dios, en ninguna cosa encontrará verdadero placer.
– Solo el pecado se debe temer.
– ¿De qué sirven en el momento de la muerte, todas las grandezas de este mundo?
– Todas las cosas de este mundo acaban, el gozo y el sufrimiento; pero la eternidad nunca tiene fin.
– Quien reza se salva; quien no reza se condena. (Obras ascéticas, BAC, Madrid, 1954)
Por João Sérgio Guimarães
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