Redacción (Miércoles, 19-09-2018, Gaudium Press) Explica Mons. Juan Clá, EP, fundador de los Heraldos del Evangelio, cuál debe ser la intención primera de un apóstol con relación a sus prosélitos o posibles prosélitos: «Los discípulos de Jesús deben, con el auxilio de la gracia y el buen ejemplo, alumbrar y orientar a las personas, ayudándolas a reavivar la distinción entre el bien y el mal, la verdad y el error, lo bello y lo feo, indicando el fin último de la humanidad: la gloria de Dios y la salvación de las almas, que supondrá el gozo de la visión beatífica». 1
Es claro. Es necesario que todos continuamente reordenemos nuestro ser, hagamos como que una ‘profilaxis’ espiritual, pues tenemos un destructivo factor interno de desorden llamado pecado original, y además el mundo y el demonio continuamente buscan sacarnos de los ejes en los cuáles Dios quiere que nos establezcamos, su ley imperecedera. En ese sentido, afirma también Mons. Juan Clá que uno de los problemas más grandes del mundo es «la terrible pérdida del sentido moral que destruye las almas de tantos contemporáneos nuestros». 2
Para que la persona practique el bien es necesario que tenga siempre presente qué es el bien, cosa que fácil se ‘olvida’ por las voces estridentes o sutiles del mundo, el demonio y la carne. Y en esto el apóstol debe colaborar. Además, es interesante apuntar que Mons. Juan no habla solo del bien, sino que recuerda la triada magnífica de los trascendentales del ser: bien, verdad y belleza, pues cada uno lleva al otro, son reversibles entre sí. El mal es feo, la mentira es mala; el bien es bello, la verdad es buena.
Contemplar el Orden del Universo |
Entretanto, lo que en cierto sentido es novedoso es la estrategia que Mons. Juan propone al apóstol para renovar las nociones primeras en las almas: «Para que esto llegue a concretarse [ndr. saber orientar a las personas], la condición es que seamos desprendidos y admirativos de todo lo que el universo es reflejo de las perfecciones divinas, de manera que siempre tratemos de ver al Creador en las criaturas. Entonces nuestros pensamientos y nuestro proceder tendrán un brillo derivado de la gracia». 3
Admiración y contemplación de las múltiples maravillas que Dios puso en el Universo, viendo al Creador en las criaturas, que dará al apóstol una eficacia fruto de la gracia. Realmente es sorprendente y muy interesante, por no decir maravilloso. Es como si Mons. Juan dijera que la observación admirativa del Orden del Universo es un sacramental, una ocasión para que Dios produzca la gracia. Es como si dijera que Dios de esa manera -en esa contemplación admirativa de la naturaleza, de los hombres, de la acción de la gracia, etc.- quiere producir la gracia. De esa forma el hombre se va tornando «un reflejo fiel del Absoluto». 4 Dios, reflejado en el orden del Universo, nos va enseñando en la contemplación de este Orden, quien es Él.
Es claro que esta contemplación no exime del estudio de la ley, por ejemplo de la ley moral, entre otras cosas porque también «el Decálogo es [también] un reflejo del Creador». 5 Y también recuerda Mons. Juan que hay que recurrir a la oración y la vigilancia, según el dictamen del Señor: «La oración es indispensalbe, pero no suficiente: es necesario también vigilar y alejarse completamente de aquello que conduce al pecado». 6 Pero he aquí un ejercicio en cierto sentido fácil, y que podemos realizar constantemente para acceder a la gracia y a la unión con Dios: buscar a Dios en los seres creados, admirar sus cualidades, sus maravillas, sus superioridades, las múltiples cosas que por su belleza nos sorprenden, y que deben traspasar el umbral de nuestros meros sentidos para llegar a un corazón admirativo que exclame: ¡Oh maravilla, yo te amo no solo porque eres deleitable, sino porque me traes noticia de la Deleitabilidad Absoluta, de Dios!
Por Saúl Castiblanco
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1 Clá Dias, Joao Scognamiglio. Lo inédito sobre los Evangelios – Comentarios a los Evangelios dominicales Ciclo A Domingos del Tiempo Ordinario. Libreria Editrice Vaticana. 2014. p. 61
2 Ibídem. p. 82.
3 Ibídem. p. 61.
4 Ibídem. p. 67.
5 Ibídem. p. 73.
6 Ibídem. p. 79.
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