miércoles, 27 de noviembre de 2024
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Verónica Antal, rumana, mártir de la pureza, fue beatificada

Ciudad del Vaticano (Miércoles, 26-09-2018, Gaudium Press) Mientras el Papa Francisco realizaba una visita apostólica a los Países Bálticos, todos ellos todavía librándose de las profundas heridas causadas por una ocupación comunista de más de 50 años, otro país que también vivió bajo el tacón de la bota soviética realizaba una ceremonia religiosa llena de alegría.

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Hablamos de Rumania y de la Beatificación de Verónica Antal.

La Iglesia y el pueblo rumano tienen ahora una nueva Beata.

Se trata de una joven de poco más de veinte años que prefirió ser muerta antes que renunciar a su castidad: una actitud que sirve de ejemplo a jóvenes de todo el mundo.

La ceremonia en Rumania fue realizada con la presencia del cardenal Giovanni Angelo Becciu, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, que en la ocasión hizo votos para que «Dios dé a Rumania el mismo coraje que tuvo Verónica Antal, para caminar en los caminos de la bondad y el amor».

La nueva Beata Verónica Antal

«La nueva Beata Verónica Antal, devota de Santa María Goretti, ‘ícono de la pureza’, consagró su vida a Jesús y a Él fue fiel hasta el martirio, ocurrido en un contexto trágico de grandes sufrimientos y de persecuciones para los cristianos de esta tierra», resaltó el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, en la homilía de la Misa de beatificación de Verónica Antal, realizada en la mañana del pasado sábado 22, en la Iglesia de la Asunción en Nisiporesti, Rumania.

En la época del comunismo

«En aquel triste período» -dijo el purpurado- érase preso «no solamente por oponerse al régimen, sino también porque estaban listos para testimoniar su fe en Jesús, un aspecto que a los ojos de los perseguidores aparecía como la ‘culpa’ mayor a ser punida. La vida de la comunidad católica fue particularmente colocada a dura prueba por la doctrina comunista» con una educación leninista-marxista, «dañina para toda la sociedad rumana, pues excluía a Dios y los valores cristianos del horizonte de vida de las personas, en una tentativa de destruir las almas».

Una vida común santificada

La Beata Verónica estaba leyendo la biografía de Santa María Goretti, sin saber que de allí a pocos días, tendría el mismo fin: muerta por las manos de un hombre que quería aprovecharse de ella.

La nueva Beata -ahora con su martirio en odium fidei oficialmente reconocido- comentando aquella lectura, había confidenciado a una amiga que, si fuese necesario, también ella se habría comportado así.

En un pedazo de papel había escrito: «Yo soy de Jesús y Jesús es mío» y, de hecho, para permanecer fiel a Él, prefirió la muerte.

La familia

Nacida en una familia de agricultores Nisiporesti, Moldávia (norte de Rumania), significó mucho para la infancia de Verónica la figura de la abuela, quien le enseñó a rezar y a participar de la Misa dominical, además de iniciarla en el uso de la rueda de hilar y la costura, aprendizajes que le permitieron fabricar diversas ropas típicas de su país.

Era una niña alegre como todas las otras: nunca se negaba a ir a la escuela, incluso teniendo que contribuir con el trabajo en el campo al cual toda su familia se dedicaba. Los padres comenzaron a preparar su dote, convencidos que la esperaba un futuro con una casa y una familia propia.

Llamado del Señor

A los 16 años, entretanto, Verónica recibió el llamado del Señor.

La oración del Rosario, la Eucaristía y la participación en la Misa diaria para la cual caminaba cerca de ocho kilómetros a pie, teniendo que levantarse antes del amanecer, ya no le son lo suficiente: ella quiere entrar a un convento.

Infelizmente, sin embargo, el gobierno comunista había suprimido todas las órdenes religiosas en Rumania, teniendo ella que contentarse en vivir su vida de clausura en casa, donde organiza un cuarto donde se puede recoger en oración siempre que sintiese necesidad.

Verónica se tornó una fiel seguidora de la Orden Tercera Franciscana y adhirió a la Milicia de la Inmaculada.

Emitió, de forma privada el voto de castidad y se tornó el alma de la parroquia.

Su caridad para con los pobres, la enseñanza en la catequesis de los niños y la ayuda a los enfermos solitarios, a las personas ancianas, y las madres en dificultad eran sus características.

Su lema era: «Esta es la voluntad de Dios: la santificación». Y ella nunca lo olvidó.

El martirio

Fue en función de los preparativos para el Crisma que algunos jóvenes harían al día siguiente, que Verónica permaneció en la iglesia. Era la noche del 23 de agosto de 1958.

Las otras jóvenes ya habían salido, pero en seguida afirmaron haberla visto inquieta y pálida, como si presintiese lo que le sucedería.
En los ocho kilómetros entre los campos que debía de atravesar, Verónica encuentra a Pavel, un joven de la ciudad que comienza a agredirla con propuestas indecorosas, y delante de su rechazo, la mata con 42 cuchilladas, dejándola sangrar hasta la muerte en un campo de maíz.

Ella será encontrada a la mañana siguiente en un pozo de sangre, inviolable, con la corona del Rosario todavía apretado entre los dedos.

Murió como vivió…

«Vivió como una santa y así murió», decían todos en la ciudad.

Luego comenzaron las visitas al lugar de su martirio como un santuario.

Hoy, la nueva Beata es venerada y a ella los fieles confían sus problemas.

Por su vida y por su muerte ella puede ser inscrita, con razón, entre los así llamados Santos de la Pureza, cuyos ejemplos más conocidos actualmente son Santa María Goretti y Santo Domingo Savio, quien decía: «La muerte, pero no el pecado».

Pero, poco se habla de estos jóvenes santos que comienzan a formar una legión de santos que defendieron con la vida la pureza:

-Anna Kolesárová, la eslovaca beatificada hace pocos días;

-Teresa Bracco, la joven italiana muerta durante un ataque nazista;

-Carolina Kozka, polaca retirada de la casa por un soldado de la ocupación rusa. (JSG)

 

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