Redacción (Sábado, 29-09-2018, Gaudium Press) Todos los hombres están de acuerdo en que debería de ser uno de los principales objetivos de la humanidad el alcanzar la paz, pero el problema es que no todos la buscan de la manera correcta, o mejor dicho, no todos buscan la paz correcta.
Vemos esta problemática claramente en una de las ideologías más características y perversas de nuestro tiempo que consiste en algo que podríamos denominar de «pseudo-pacifismo», una gran mentira que pretende que la paz se encuentra en la simple no agresión, en la tolerancia sin límites, en la no reacción, en el siempre ceder y jamás emitir juicios al respecto de nada.
Para desenmascarar este error no hace falta más que mostrar la verdadera visión de aquello que veladamente se ha intentado deformar, mejor dicho destruir… la Paz.
¿Que es la paz? Según el Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino, la paz es la tranquilidad en el orden. Ninguno de estos dos elementos «tranquilidad» u «orden» pueden ser eludidos. Sin tranquilidad no hay paz, y tampoco la habrá en ningún momento, lugar ni circunstancia hasta que no haya orden.
«La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da.» Juan 14:27
Como consecuencia de este pasaje del evangelio diferenciamos la «paz» del mundo, de la Paz de Jesucristo, la única verdadera.
La «paz» del mundo es aquella que ampliamente satisface los espíritus mediocres y egoístas, otorgando una ilusoria tranquilidad en medio del desorden, de la afrenta a las leyes de Dios, del gozo de la vida, y propone idolatrar la tolerancia como valor supremo, pues lo único que importa es evitar todo conflicto y en última instancia librarse de la Cruz.
Esa es la mentira en la cual no solamente caen los que han entregado su alma al mundo, si no que se infiltra también en la propia religión como una sutil «herejía blanca», que bajo apariencias de bondad y dulzura exalta de manera desordenada la misericordia poniendo de lado o menospreciando el papel de la justicia.
Los defensores de esta «herejía blanca» censuran o simplemente hacen oídos sordos a las muy claras enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo:
«No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz, sino espada». Mateo 10:34
¿Pero será posible que la Sabiduría Eterna y encarnada se contradiga diciendo «la paz os dejo…» y después «no vine a traer paz… «? Admitir una contradicción sería reconocer un error y por lo tanto blasfemar contra Dios, en quien no cabe ninguna imperfección. Pero entonces, ¿cómo se entiende esto?
Podemos encontrar respuesta en una famosa máxima que se atribuye a Vegecio, escritor romano. Pues sí, lamentablemente el pensamiento de los mismísimos paganos parece aventajar en el sentido común al de muchos «librepensadores cristianos»:
«Si vis pacem, para bellum» (Si quieres la paz, prepara la guerra).
Lógico y evidente. Para establecer la paz ya sea interior o en el exterior del hombre es necesario comprarla a sangre y fuego, luchando incansablemente contra el demonio, el mundo y la carne en lo interior, y contra la herejía, la mentira y el error en lo exterior.
Por lo tanto Jesucristo efectivamente trae la paz, pero aquella paz que se conquista por la espada; la espada de la división que distingue el bien y recrimina el mal. Y solo en esa aparente paradoja y real síntesis, encontraremos la reconciliación y la verdad.
«La vida del hombre sobre la tierra es un servicio militar» Job, 7
¡Hablemos las cosas claras! De todo esto se deduce lo siguiente: No existirá paz verdadera y duradera en la tierra hasta que todos los hombres se sometan a la Verdad y se rijan por los mandamientos de la ley de Dios. La paz que propone un nuevo orden tolerante y globalista es mera ilusión y peor aún una comunión de los profanos.
Porque: «El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.» Mateo 12:30
Decía al respecto el maestro y fundador Plinio Corrêa de Oliveira:
Los diez Mandamientos son la propia Ley natural; los puntos fundamentales de todo orden que debe existir en el mundo. Si el mundo cumple los diez Mandamientos, tendrá paz y prosperidad. Una prosperidad que no significará vicio, sino gloria, y encaminará al hombre a la sabiduría y a la nobleza. Si el mundo abandona esos Mandamientos, se pueden establecer tratados e instituciones; se puede jurar la paz y descubrir elementos magníficos de aproximación entre los hombres -las facilidades de comunicación, por ejemplo-; se puede hacer lo que se quiera, y el mundo terminará precipitándose en la vorágine de todas las crisis.
Nos enseña San Agustín que el hombre no es capaz de amar al prójimo si no ama a Dios. Si no ama a Dios, el hombre sólo se ama a sí mismo. El es capaz de amar al prójimo sólo cuando lo ama por amor de Dios. Sacad el amor de Dios de la Tierra y habréis eliminado todos los Mandamientos; quitad los Mandamientos y la vieja y manoseada expresión latina «homo homini lupus» se tornará verdadera: el hombre se transformará en un lobo para el hombre.
¡Es inútil hablar de la ONU, ni de paz en el mundo donde el hombre es un lobo para el prójimo! Porque la guerra es la condición natural del hombre egoísta que choca con otro hombre egoísta. Y el egoísmo y el neopaganismo servirán, sobre todo, para engendrar las mayores guerras. Por eso entramos en el ciclo trágico de las guerras mundiales: la Primera Guerra, la Segunda, y el espectro de la Tercera, que ronda en torno de nosotros.» 1
Decía G. K. Chesterton: «Una buena paz es mejor que una buena guerra, Una buena guerra es mejor que una mala paz»
Una buena y constante guerra contra el mal traerá la Paz de Cristo en el interior de las almas y tarde o temprano en lo temporal. Pero en cambio una mala paz siempre será ilusoria, nunca en el interior y tarde o temprano desatará la peor de las catástrofes… Al fin y al cabo de la lucha nadie se escapa.
Es necesario que los católicos abramos los ojos y nos demos cuenta que tanto es necesaria la bondad de la paloma como la astucia de la serpiente, según nos aconseja el Divino Salvador.
El mal es dinámico y no parará hasta no corroer la sociedad por entero. La humanidad lleva siglos en un proceso de decadencia que cada vez le aleja más de los principios de la Fe Católica, y la «revolución» 2 avanza tanto en el campo espiritual como el temporal sin muchas veces encontrar oposición. A pesar de las claras advertencias del cielo, como el mensaje de Nuestra Señora en Fátima, pocas personas se lo toman en serio y están dispuestas luchar en contra de la corriente.
Certera es la observación del profesor Plinio Corrêa de Oliveira:
«El poder del mal se encuentra en la mediocridad de los buenos.»
Esta pasividad delante de la afrenta a las leyes de Dios, de la impune indecencia de los espectáculos y de las modas, del crimen, de la profanación de lo sagrado… esta pasividad como mínimo debe de ser considerada inmoral, para no decir digna de condenación. Y si hay dudas, en las propias sagradas escrituras encontraremos la sentencia para el pseudo-pacifista mediocre:
» Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca» Ap, 3:16
Cuando haya en la tierra al menos algunas almas encendidas de amor y veneración por la Iglesia, que como llamaradas ardiendo de santa indignación contra el mal, estén dispuestas a entregar su vida al servicio de Nuestra Señora, Pulchra sicut acies ordinata (hermosa como un ejército en orden de batalla). Cuando estos «apóstoles de los últimos tiempos» 3, como leones puros y fuertes, ardorosos guerreros se lansen en la lucha contra la «revolución» 4, todo será muy diferente… Y estos sí merecerán el título de pacificadores.
No lo olvidemos, la verdadera Iglesia siempre ha sido y será militante; esto nos lo enseña el propio catecismo. Y como la Iglesia es inmortal por mandato Divino, no debemos dudar que esos santos guerreros surgirán, y sin duda de manera esplendorosa para contrarrestar tanto mal hecho por el «pseudo-pacifismo», y mucho más importante, para conquistar ese nuevo Continente de la Paz que será el Reino de María.
Por Santiago Vieto
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1.Trecho de un discurso del profesor Plinio Corrêa de Oliveira, del 20 de mayo de 1973 (sin revisión del autor).
2. Para entender el significado de la palabra Revolución en este contexto, ver el libro del profesor Plinio Corrêa de Oliveira, Revolución y Contrarevolución.
3. Ver significado en el Tratado de la Verdadera devoción a la Virgen María de San Luis María Grignion de Montfort.
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