Redacción (Domingo, 30-09-2018, Gaudium Press) Una de las notas tónicas en los múltiples y maravillosos comentarios que Mons. Juan Clá hace de los Evangelios dominicales 1 es la de la división de los hombres en dos grandes categorías: La de aquellos que confían en Dios y los que confían en sus propias fuerzas. Monseñor Juan busca mostrar en sus obras esa gran señal de ‘predestinación’ de aquellos que van desconfiando de sí, hasta el punto de confiar plenamente en Dios.
Incluso, en un mismo hombre, pueden darse esos dos movimientos, el de autosuficiencia que lo pierde, y el de confianza divina que lo salva: por ejemplo con San Pedro.
Siendo muy noche, Pedro y demás apóstoles se encontraban en una barca sacudida por las fuertes olas, cuando vieron una figura que se les acercaba, que creyeron era un fantasma. Entretanto, era Jesucristo, que caminaba majestuoso sobre el mar.
Dijo Jesús: » ‘¡Ánimo, soy Yo, no tengáis miedo!’ Pedro le contestó: ‘Señor, si eres Tú, mándame ir a ti sobre el agua’. Él le dijo: ‘Ven’. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús, pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: ‘Señor, sálvame’. Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ‘¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?’ En cuanto subieron a la barca amainó el viento». (Mt 14, 27-33).
Pedro salta de la barca al encuentro de Jesús Museo diocesano, Tarragona |
Al anterior texto, comenta Monseñor Juan. Primero, que ante las tempestades: «¿Nos topamos con vientos contrarios e impetuosos? Mantengamos la calma. Aunque sea de manera imperceptible, Jesús está siempre presente y, de un momento a otro, se dejará ver por nosotros». 2 Es decir, tengamos fe. Pero aunque tengamos fe, a veces flaquea, como se pasó con el apóstol Pedro.
«Pedro, siempre lleno de ardor y casi nunca sin medir las consecuencias de sus peticiones y actos, al oír la voz de su maestro pasó del estado de pánico al de entusiasmo y le pidió a Jesús que lo mandara ir hasta Él, caminado sobre las aguas. Conocía bien el poder de Jesucristo y sabía que una palabra suya sería suficiente para obrar el prodigio. Su deseo era reunirse con el Señor, aunque fuera a nado. No buscaba un milagro. Sólo deseaba estar muy cerca del maestro, a quien tanto amaba». Era un amor que se fundamentaba en la fe, y que lo animaba a pedir lo arriesgado, la operación de un milagro, el cual le fue concedido. Pero la fe flaqueó.
Al oír la orden de Jesús – «Ven» -, Pedro, lleno de alegría, salta de la barca y empieza a caminar sobre las aguas en busca del maestro. Pero, una es la tempestad estando dentro de la barca y otra, más violenta, estando fuera de ella, sin la protección de ésta. El discípulo deja de mirar al Maestro y pone atención en la furia de las olas. Aquella fe inicial y espontánea disminuye, cediendo el lugar de nuevo al miedo, esta vez asentado con fuerza en el instinto de conservación. Debilitada su confianza, el mar perdió solidez bajo sus pies.
Ésta es nuestra historia: Siempre ocurre que, a lo largo de nuestro caminar hacia el Reino Eterno, tarde o temprano, nuestro fervor disminuye o incluso a menudo su sensibilidad vuelve al punto de partida. Y, entonces, somos probados en nuestra fe. ¡Ay de nosotros si en tales circunstancias olvidamos que todo lo bueno que tenemos proviene de Dios! Si en la primera tentación perdemos el entusiasmo y la confianza, terminaremos sintiendo cómo la ley de la gravedad se cobra el peso de nuestra miseria: infaliblemente pereceremos. La única solución en ese momento será imitar a San pedro, gritando: ‘Señor, sálvame’ 3.
Entonces: Movido por una gran fe y amor en el Señor, Pedro quiso ir hasta Él en medio de la borrasca y obtuvo un milagro. Pero viéndose cercado del peligro, pensó en el peligro y dejó de confiar en Jesús para confiar sólo en sus exiguas fuerzas, y comenzó a hundirse. Sin embargo entonces, nuevamente acudió al Señor y fue salvado. Moraleja: Sólo se salvan los que acuden al Señor… San Agustín lo dice mucho mejor:
«San Agustín saca una hermosa lección espiritual de ese acontecimiento: ‘Para cada uno su cupididad [ndr. Ansia desordenada de placer] es una tempestad. Amas a Dios: caminas sobre el mar, la hinchazón del siglo cae bajo tus pies. Amas al siglo, te engullirá. Sabe devorar a sus amadores, no soportarlos. Pero cuando tu corazón fluctúa con la cupididad, invoca la divinidad de Cristo'». 4
O con otros matices, San Jerónimo: «Jerónimo escribe estas palabras: ‘Ardía en el alma la fe, pero la humana fragilidad le arrastraba a lo hondo. Se le consiente algo a la tentación para que se aumente la fe y entienda Pedro que es conservado no por la facilidad de la petición, sino por la potencia del Señor'». 5
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Afirma Monseñor Juan que esta es una época de una ignorancia religiosa sin par: «Atravesamos la peor crisis de fe que haya habido en la Historia, sumergidos en un laicismo avasallador, verdadera amenaza y desafío para la Iglesia. Se comenzó por llevar una vida opuesta a lo que se creía, para ir poco a poco aboliendo enteramente la propia creencia religiosa». 6
Recordamos esto, porque lo dicho arriba, a la par de maravilloso, era moneda común en las generaciones de otrora. Pero no en las de hoy. Por ello es necesario recordarla. Y por esto, es fundamental una verdadera nueva evangelización, que recuerde la fe a generaciones de las cuales muchos de sus integrantes están ávidos de una doctrina que tal vez ya nunca escucharon:
«La ignorancia religiosa, uno de los grandes males de nuestros días, tal vez sea la principal causa de los dramas contemporáneos». 7
Por Saúl Castiblanco
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1. Clá, Joao. Lo inédito sobre los Evangelios – Comentarios a los Evangelios dominicales. Libreria Editrice Vaticana.
2 Clá, Joao. Lo inédito sobre los Evangelios – Comentarios a los Evangelios dominicales Ciclo A – Domingo del Tiempo Ordinario. Vol II. Libreria Editrice Vaticana – Heraldos del Evangelio. 2014. p. 266
3 Ibídem. p. 269
4. Ibídem. pp. 270-271
5. Ibídem. p. 271
5. Ibídem. p. 278
7. Ibídem. p. 285
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