Redacción (Martes, 09-10-2018, Gaudium Press) A medida que seguimos contemplando y admirando las sublimidades de la naturaleza, naturaleza que no puede ser otra cosa sino fruto de una Mente Divina, nos va pareciendo cada vez más absurda y hasta ridícula la teoría de la evolución radical, esa que dice que esta maravilla armónica y ordenada llamada Universo es fruto del mero azar.
Pero esa teoría es particularmente absurda cuando se piensa en el hombre, obra prima de la creación en cierto sentido más que los ángeles, pues esta obra es resumitiva de todos los órdenes (mineral, vegetal, animal y angélico), y además en ella se encarnó la propia Divinidad.
Y decimos que es absurda porque por ejemplo, y pregunta el sentido común: ¿Por qué no vemos hoy -en seres vivos de hoy, del año 2018- todos los estados evolutivos simiescos que supuestamente llevaron al hombre? Pues si todo es fruto de un azar, pues algunos habrán evolucionado azarosamente rumbo al hombre y otros no, también azarosamente y de estos diferentes estados evolutivos deberían existir ejemplares en la actualidad. ¿O no?
– «Ahh… lo que ocurre es que cada tanto se producen saltos cualitativos bruscos que llevan de una especie a otra», dirá cierto cultivador de la evolución fanática. – «¿Y por qué?, responderíamos, ¿porque usted lo dice? ¿O porque de alguna manera esa evolución es taaan inteligente que de tanto en tanto salta de una especie a otra, haciendo que las transformaciones entre especies sean rápidas y que los estados intermedios desaparezcan en poco tiempo? Una evolución inteligente solo se explica si es guiada por una Inteligencia…
Todos hemos visto esos dibujos animados que primero hacen crecer los peces en el agua, luego el pez se va haciendo procesivamente anfibio, reptil, ave o mamífero y después simios y hombre. E insistimos: ¿Por qué unos supuestamente se transforman y otros siguen en el estado anterior? ¿Por qué no vemos hoy ejemplares intermedios entre especies sino que contemplamos especies definidas? Por la sencilla razón de que todo eso de la evolución radical huele es a farsa sin sustento y orquestada para excluir a Dios de la Creación.
Pero decimos que esta farsa es particularmente absurda con relación al hombre, porque las cualidades del hombre no se compaginan con la mera materia. Todas sus pasiones, ira, deseo, amor, temor, etc., no pueden ser explicadas por la mera materia. Mucho menos su vida intelectual: ¿Cuánto pesa una idea, cuánto un concepto? Pesa el aire que trasporta las ondas de la voz, pesa el papel donde están los conceptos de un libro, pero ni aire, ni voz, ni papel o tinta son conceptos, son vehículos donde van conceptos. Los conceptos son producto del alma, inmaterial, indivisible, y por ello inmortal, eterna. Nuestras palabras nos hablan de la existencia de un alma inteligente, que no puede ser sino producto de una Inteligencia también Eterna, pues el efecto nunca es mayor que la causa. No hay nada más alejado del azar que el alma humana.
Si en lugar de intentar explicar lo maravilloso con teorías absurdas que no explican nada, nos dedicásemos más bien a admirar la bella obra de la Creación, más cosas verdaderas descubriríamos incluso en el campo de las ciencias naturales, pero sobre todo más felicidad tendría nuestra alma al contemplar las huellas de Aquel del cual tanta sed tiene nuestro espíritu, es decir, de Aquel que se anunció como nuestra recompensa demasiadamente grande.
Por Saúl Castiblanco
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