Redacción (Lunes, 15-10-2018, Gaudium Press) Chiquillos de varias edades, pero siempre chiquillos, deambulan en octubre por centros comerciales, unos de la mano de sus padres y otros más mayorcitos por su propia cuenta, pero al lado de sus mayores, mirando escaparates y probablemente soñando con regalos. Sin embargo las escenas son dantescas, macabras, horribles: esqueletos, murciélagos, arañas, calabazas con expresión feroz, espantapájaros y otras figuras de la ficción o la realidad terrorífica que emergió por cuenta de una costumbre protestante anglosajona totalmente ajena al mundo católico, pero hoy impuesta por la poderosa maquinaria comercial que esclaviza a la humanidad sin compasión endeudándola hasta el desespero.
En los consultorios médicos, en los colegios, supermercados, peluquerías, droguerías y en vehículos de transporte público, el horror inmundo pero juguetón y aparentemente inofensivo de este tipo de comunicación visual, bombardea sin tregua todo el mes de octubre -mes del Rosario y las Misiones en nuestras calendas católicas- sembrando poco a poco y desapercibidamente la idea de que la verdadera fiesta de los niños es el día de las brujas y no la del nacimiento del Niño Jesús dentro de dos meses.
Épocas hubo en muchos países que la noche de Navidad salían niños y niñas disfrazados de pastores, de reyes magos y de angelitos o de San José y la Virgen pidiendo posadita para la joven madre. Era una forma inocente de ir llevando la infancia al mundo maravilloso de Jesús Redentor con tiernos villancicos de fondo y un aroma de manjares navideños preparados en casa invadiendo todo los barrios, los pisos de los edificios y los conjuntos residenciales. Los niños sentían sus ángeles alrededor y con certeza absoluta estos revoleteaban junto a ellos trayendo gracias y bendiciones del Cielo. Bien pronto todos esto ha ido dando lugar a otros festejos al punto que ya la noche de Navidad comienza a desaparecer del horizonte visual de las almas inocentes. ¡Estamos en un país laico! ¡No existen los ángeles! Afirman políticos y periodistas. Al paso que vamos, el hallowen será la fiesta infantil y la Navidad se olvidará o será una fiestecilla de unos pocos reunidos tímidamente a puerta cerrada en casa. ¿Quién responderá por todo esto ante Dios nuestro Creador y Redentor? Probablemente no serán los feligreses ni los parroquianos sin pastor que cada vez se multiplican más y no saben para dónde ir.
La noche de la inocencia por excelencia, la más bella noche de la humanidad, la noche que dividió la historia y confirmó que el hombre es un ser llamado a ser asumido por aquella divinidad que lo creó y lo sustenta todos los días de su vida, hasta aquel en que estaremos para toda la eternidad en una felicidad inefable; esa noche magnífica y sublime, inolvidable, como un manto azul oscuro estrellado de luces doradas y brillantes como la plata, tachonada de diamantes resplandecientes sobre ese aterciopelado paño, volverá algún día a cubrir suavemente y con aroma de Cielo esta tierra hoy profanada y a punto de que el consumismo la vuelva una hedionda boca de entrada en el infierno, cuando bien podríamos convertirla en una bellísima antesala del Cielo.
Tendremos una auténtica noche de paz y amor con el triunfo inaplazable e imposible de evitar -porque es promesa de María- cuando triunfe su Inmaculado Corazón materno sobre toda la tierra y se haga realidad aquella parte del Padrenuestro que nos enseñó Jesús: «Venga a nosotros tu reino». Será el Reino de lo maravilloso, de lo bello, de lo verdadero y lo bondadoso, tan opuesto a esto que nos ha traído cierto tipo de comercio y periodismo, seleccionando lo más horrible y hediondo de la vida en este valle de lágrimas y de pecados, para cercar de asco el mundo de los niños y matarles la inocencia sin quien se las defienda, porque algunos padres de familia han sido los primeros en claudicar simplemente por seguir la moda.
Por Antonio Borda
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