Redacción (Jueves, 18-10-2018, Gaudium Press) Este huevecillo pecoso y más pequeño que los otros fue el primero en reventar. Mamá cisne se alegró mucho y siguió calentando los otros con mucha esperanza. Efectivamente bien pronto comenzaron a salir del cascaron otros bellos cisnecillos con su plumón amarillo marrón y mirando para todas partes. Pero mamita notó algo raro. El primero que salió era un tanto más pequeño que sus hermanitos, paturrito y con un pico muy plano sin mucha gracia. Además desde que salió no hacía sino cuac-cuac como exigiendo más atención. Ella se levantó con mucha elegancia y los condujo a todos al lago azul de la mansión. Se lanzaron contentísimos y el primero fue el pequeñín que nadaba rápidamente pero sin encanto. La verdad es que su cuello corto no lo hacía lucir muy bien. Los otros cisnes de lago acudieron a ver de cerca la chiquillada, papá estaba entre ellos y era el más sorprendido con el pequeñito. Ciertamente era un gran nadador, muy rápido y diestro, pero bien poco elegante y sereno. Mientras los otros parecían deleitarse calmadamente contemplando las aguas en que nadaban, este enanillo miraba agitado a todas partes y mantenía una especie de sonrisa irónica, como quien ve todo y no presta atención definitivamente en nada.
El patito no era tan tontín para no darse cuenta que no se parecía a sus hermanitos. A medida que van pasando los días el chiquitín se va volviendo cada vez más exigente con mamá cisne y resentido por todo. Reclamaba, peleaba, se ofendía con facilidad, a veces se alejaba solo para hacerse buscar de la mamita que estaba muy preocupada con ese comportamiento. Por andar en esas, un día el gato michín casi lo incluye en su almuerzo y el indefenso patito solamente consiguió salvarse lanzándose al agua y sumergirse porque -eso sí, era un aguerrido buzo que dejaba sorprendidos sus hermanos. Mamá cisne quería hacerle entender que a pesar de ser distinto a los otros también lo quería y mucho. Que confiara en ella. Y de verdad era al que más discretamente ayudaba cuando iban a salir del lago pues por sus cortas patitas se le dificultaba mucho este paso. En la noche lo abrigaba especialmente junto a ella. Cuando la buena jovencita que cuidaba del jardín y de ellos esparcía el cereal para que todos comieran, este era el que más corría de lado a lado picando aquí y allá procurando el mejor grano y causando enojo a sus hermanos. Después cuac-cuac -así lo llamaba la jardinerita- reclamaba porque se habían aprovechado de su tamaño para no dejarle comer al menos algunos granitos, lo que no era verdad. Cuac-cuac se estaba ya volviendo mentiroso y exagerado.
Pero lo más grave vino cuando el enanillo comenzó a comparase y darle espacio a la envidia. Mamá cisne intentaba hacerle ver que si bien los otros hermanitos eran muy parecidos entre ellos, también tenían sus diferencias: uno más fuerte, otro más diestro, otro menos saludable, otro más lerdo en fin, pero cuac-cuac no quería entender razones. Se comparaba y comparaba a toda hora. Sus hermanitos lo soportaban y trataban de comprenderlo, algunos, claro está, se indignaban y preferían no hablarle ni hacerle atenciones, los estaba cansando ya tanta quejadera.
De tanto mirar y mirar las cualidades de sus hermanos para envidiarlas y no valorarlas, y de tanto mirar y mirar los defectos reales e imaginados de ellos para maltratarlos y criticarlos, el pobre patito se fue volviendo huraño, solitario y comenzó a enfermarse. Mamá cisne sufría mucho, la jardinerita se preocupaba, sus hermanos estaban divididos en dos opiniones: los que lo compadecían, y los indiferentes que parecían desear que era mejor que se muriera.
Todos seguían nadando a su estilo, lentamente contemplando las aguas azules y deleitándose con las suaves ondas. Este conservaba el suyo más rápido, siempre mirando para lado y lado como buscado algo sin admirar nada. Era un gran pescador, buzo envidiable y ágil en el agua para nadar con rapidez y hacer giros sorprendentes. Sus hermanos se asombraban y buscaban que les ayudara detectando algunos bichitos y plantitas de buen sabor que medraban en el lago. Al principio se negó pero poco a poco fue entendiendo que su papel era convertirse en un gran pionero explorador de las orillas y las oscuras profundidades del lago y avisarles de lo que había encontrado. Con la satisfacción de la jardinerita, la admiración de sus hermanos, la alegría de su mamita y aprecio de los otros cisnes del lago, el patito entendió que si no era tan bello, Dios le había dado cualidades para ayudar a los moradores tan distinguidos y elegantes del lago, y ellos se las valoraban reconociéndoselas con alegre gratitud.
Por Antonio Borda
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