Redacción (Martes, 23-10-2018, Gaudium Press) Muchas personas rezan y no obtienen lo esperado, porque no piden como conviene: Petitis et non accipitis, eo quod male petatis, «Pedís y no recibís, porque pedís mal». (St 4,3)
Para rezar bien es preciso, en primer lugar, la atención, pues el distraído no agrada a Dios, porque divide su capacidad cognoscitiva con cosas cotidianas y con eso no eleva la mente debidamente a los cielos.
En segundo lugar, la humildad. Dios resiste a los soberbios, y no les atiende los pedidos; sino da su gracia a los humildes, (St 4,6) y no deja sus pedidos sin deferir.
«La oración del que se humilla, penetrará las nubes y no se retirará mientras el Altísimo no ponga en ella los ojos.»(Eclo 35, 21) Y esto ocurre, aunque la persona haya sido anteriormente pecadora, por tanto Dios no despreciará un corazón contrito y humillado. (Sl 50, 19)
En tercer lugar es preciso la confianza, que nos hace esperar todo por los merecimientos de Jesucristo y la intercesión de María Santísima. Nullus speravit in Domine et confusus est, (Eclo 2, 11) – «Nadie esperó en el Señor y quedó confundido».
Nos enseña Jesucristo mismo que, cuando tengamos alguna gracia que pedir, no lo llamemos con otro nombre además del de Padre:
Pater noster, a fin de que oremos con toda la confianza que es propia del hijo para con el padre.
El que pide con confianza obtiene todo. «Yo os digo», así dice el Señor, «que todas las cosas que pedís orando, creed que las recibiréis, y ellas os acudirán» (Mc 11, 24)
Prometido por la propia Verdad
¿Y quién puede recelar, pregunta San Agustín, ser engañado en lo que fue prometido por la propia Verdad, que es Dios?
La Escritura nos afianza que Dios no es como los hombres, que prometen y después faltan a la palabra, o porque mienten cuando prometen, o porque cambian de voluntad. Dixit ergo, et non faciet? (Nm 23, 19)
San Agustín además agrega: ¿Si el Señor no nos quisiese conceder las gracias, para qué nos había de exhortar continuamente a pedirlas? Prometiendo, contrajo la obligación de darnos las gracias que le suplicamos. Promittendo, debitorem se fecit.
Perseverancia y Oración
Lo que importa sobre todo, es tener perseverancia en la oración.
Dice Cornelio a Lápide que el Señor «quiere que seamos perseverantes en la oración hasta la importunación».
Es lo que significan los textos siguientes de la Escritura:
Es preciso orar siempre; (Lc 18, 1) Vigilad siempre, orando (Lc 21, 16); Orad sin cesar. (1Ts 5, 17)
Es lo que significan todavía estas repeticiones:
Pedid y recibiréis; buscad y hallaréis; golpead a la puerta y ella se os abrirá. (Lc 11, 9) Bastaba haber dicho: pedid, petite; pero el Señor nos quiso hacer comprender que debemos seguir el ejemplo de los mendigos, que nunca dejan de pedir, de insistir y de golpear a la puerta, mientras no hayan recibido alguna limosna.
La perseverancia final, especialmente, es una gracia que no se obtiene sin oración continua.
Nosotros no podemos merecer la perseverancia, sino que la merecemos de algún modo, dice San Agustín, por medio de las oraciones.
Recemos, pues, siempre, y no dejemos de rezar, si nos queremos salvar.
Los confesores y los predicadores nunca dejen de exhortar a la oración, si quieren que las almas se salven; por tanto el que reza ciertamente se salva, y el que no reza ciertamente se condena.
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