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¿Hay un signo que sugiera si nos vamos a salvar o nos vamos a condenar?

Redacción (Viernes, 26-10-2018, Gaudium Press)

Si quieres sufrir con paciencia las adversidades y miserias de esta vida, seas hombre de oración. Si quieres alcanzar virtud y fortaleza para vencer las tentaciones del enemigo, seas hombre de oración. Si quieres mortificar tu propia voluntad con todas sus aficiones y apetitos, seas hombres de oración. Si quieres conocer las astucias de Satanás y defenderte de sus engaños, seas hombre de oración. Si quieres vivir alegremente y caminar con suavidad por el camino de la penitencia y del trabajo, seas hombre de oración. Si quieres ojear de tu ánima las moscas importunas de los vanos pensamientos y cuidados, seas hombre de oración. Si la quieres sustentar con la grosura de la devoción y traerla siempre llena de buenos pensamientos y deseos, seas hombre de oración. Si quieres fortalecer y confirmar tu corazón en el camino de Dios, seas hombre de oración. Finalmente, si quieres desarraigar de tu ánima todos los vicios y plantar en su lugar las virtudes, seas hombre de oración. Porque en ella se recibe la unión y gracia del Espíritu Sancto, la cual enseña todas las cosas. 1

Maravilloso el texto anterior de San Buenaventura. Que creo convendría ponerlo en negativo, es decir, la dificultad – a veces absoluta – de alcanzar todos los dones ahí enunciados por este santo si no es con la oración. Pero mejor repasemos un poco la teología de la misma, lo que nos llevará al mismo fin, que es intentar movernos a la oración.

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Primero recordemos la definición de Santo Tomás: oración es la elevación de la mente a Dios para alabarle y pedirle cosas convenientes a la eterna salvación. De esta definición, resaltemos un aspecto señalado por el ilustre dominico P. Antonio Royo Marín: «La oración de suyo es acto de la razón práctica, no de la voluntad, como creyeron algunos escotistas. Toda oración supone una elevación de la mente a Dios; el que no advierte que ora por estar completamente distraído, en realidad no hace oración». 2 Entonces, a combatir las distracciones, a dominar la atención en la oración, para que verdaderamente nuestra mente se dirija a Dios. Esa atención centrada también la podemos pedir en la oración. Y para tener nuestra mente en Dios, es bueno leer cosas de Dios: catecismo, Escritura, tratados buenos de piedad, etc.

¿La oración cambia la voluntad de Dios?

No, pues esta es eterna, inmutable. Entonces, ¿para qué rezamos? Dios quiso que unas cosas estén vinculadas a otras. Y quiso así que la oración de nosotros los mortales esté unida a las gracias que nos quiere dar. Es decir, si rezamos recibimos esas gracias; si no rezamos no las recibimos, pues así lo dispuso Dios desde toda la eternidad. «Por consiguiente, no mudamos con la oración la voluntad de Dios, sino que nos limitamos a entrar nosotros en sus planes eternos». 3

¿Es necesaria la oración para la salvación?

Sí. Por muchas razones.

Es necesaria porque Dios así lo estableció en el Orden del Universo: «El hombre está lleno de necesidades y miserias, algunas de las cuales solamente Dios las puede remediar. Luego la simple razón natural nos dicta e impera la necesidad de la oración». 4

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Además es necesaria porque Dios lo mandó: «Es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer» (Lc 18, 1). «Pedid y recibiréis» (Mt 7,7). «Orad sin intermisión» (1 Tes 5, 17). «Permaneced vigilantes en la oración» (Col 4, 2). Y etc.

La necesidad de la oración es también recordada por el Concilio de Trento: «Dios no manda imposibles; y al mandarnos una cosa, nos avisa que hagamos lo que podamos y pidamos lo que no podamos y nos ayuda para que podamos». 5

Recuerda el P. Royo Marín que Dios excepcionalmente concede gracias incluso a quien no las pide, como ocurrió con Saulo en el camino de Damasco. Pero es claro que lo ordinario, «la ley ordinaria por expresa disposición de Dios» 6 es recibir después de pedir.

Entonces hay pedir, sabiendo que Dios quiere que le pidan. Pedir pensando en la grandeza y generosidad de Dios. Pedir con perseverancia, sin desánimo, pedir todos los días, continuamente. Pedir con confianza, sabiendo que Dios puede y quiere dar. Pedir cosas buenas evidentemente, teniendo en vista siempre que no queremos condenarnos sino salvarnos. Pidiendo y alabando, y agradeciendo por los muchos dones recibidos y los muchos peligros evitados. Y es buenísimo pedir por medio de la Virgen, por todas las razones que la teología mariana ha encontrado. Rezar el Rosario por ejemplo.

Pedir para adquirir una segunda naturaleza orante, un «espíritu de oración»: «El espíritu de oración es una grandísima señal de predestinación [ndr. de que nos vamos a salvar]. Y que la desgana y enemistad con la oración es un signo negativo verdaderamente temible de reprobación [ndr. de condenación al infierno]». 7

Por Saúl Castiblanco

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1 San Buenaventura. Citado o comentado por San Pedro de Alcántara: Tratado de la Oración p. I. a c. I in Royo Marín, A. Teología de la Perfección Cristiana. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid. 1994. p. 637

2 Royo Marín. Op. cit. p. 627

3 Ibídem. p. 629

4 Ibídem. p. 631

5 D 804

6 Royo Marín. Op. cit. p. 632

7 Ibídem. p. 632

 

 

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