Redacción (Martes, 30-12-2018, Gaudium Press) Valiosísima es la oración, según establece Santo Tomás, pues tiene esta un valor satisfactorio, meritorio, de refección espiritual e impetratorio. 1
Satisfactorio, en el sentido de que repara de diversas maneras nuestras faltas, paga ante Dios la deuda por nuestras ofensas. Meritorio, pues es digna de las recompensas sobrenaturales y naturales que Dios ha prometido. De refección espiritual, es decir produce un deleite en el espíritu cuando la oración se realiza con atención. E impetratorio, pues acude a la misericordia divina en auxilio de nuestras flaquezas.
Pero para que la oración sea verdaderamente eficaz y alcance la satisfacción, el mérito, el deleite y los favores divinos, tiene que cumplir unas condiciones: 1. Pedir cosas para sí; 2. Pedir cosas necesarias para la salvación (aquí también se pueden incluir los pedidos de cosas ‘materiales’); 3. Orar con perseverancia; y 4. Pedir piadosamente, con piedad, es decir la oración debe estar impregnada del amor a Dios, Sumo Bien, lo que se llama caridad.
Cuando el hombre alimenta en sí el amor a Dios, Dios le comunica más sus bienes, es decir, está más dispuesto a atender su oración. Se habla incluso de hombres «fuertes contra Dios», es decir, aquellos a los que Dios no es capaz de negarles un pedido. Fuerte contra Dios es aquel que es muy amado por Dios y ama mucho a Dios.
Por tanto, la mejor forma de que la oración sea eficaz, es creciendo en el amor a Dios.
¿Y cómo se consigue ello?
El amor es un movimiento de la voluntad hacia un bien, que parte de un conocimiento de ese bien. Ese conocimiento puede ser sensible o intelectual. A la vista de un helado especialmente apetecible, nuestros sentidos reaccionan, nuestra memoria gustativa entra en acción, y la inteligencia nos confirma que realmente, un buen helado es un bien. Así ‘amamos’ el helado.
Entonces, debemos cultivar la noción de que Dios es el Bien Infinito, infinitamente apetecible, máximo, al que más debemos aspirar, para que nuestra voluntad se mueva a amarlo y amarlo cada vez más. Es así, que buenas lecturas espirituales o de doctrina católica como el catecismo, nos van introduciendo en la noción del Dios omnipotente, infinitamente bondadoso, etc. Leer el Evangelio, nos revela la bondad infinita del Salvador que murió en una cruz por nosotros. Leer o escuchar buenas palestras sobre la Virgen, nos animan a invocar cada vez más ese camino directo hacia el Señor que es Ella.
Pero también la contemplación del Orden del Universo.
Cuando vemos un atardecer que especialmente llame nuestra atención, debemos recordar al Autor de todos los atardeceres, infinitamente bondadoso, que continúa produciendo bellos ponientes, para buenos y malos.
Cuando vemos un pajarillo, delicado, de colores vivos, inocente, cantador, y nos encantamos con su perfección, debemos recordar al Creador de todas las aves, que al expresar su Ser en los canarios y los ruiseñores, también tuvo como intención aliviar y alegrar bondadosamente la penosa existencia del hombre sobre la Tierra.
Cuando pensamos que la existencia de todos los hombres, y la nuestra particularmente se debe a la bondad de Dios…
Es decir, todas las fuentes deben ser ocasión para conocer más y más al Bien Absoluto, Dios. Y al conocerlo, es más fácil suscitar el amor. Y al amarlo, lo volvemos más tendiente a que nos manifieste más su amor y nos dé lo que pedimos en la oración. Es decir, nos vamos tornando a nuestra vez «fuertes contra Dios».
El amor de Dios, secreto de la buena oración, también debemos pedirlo en la oración.
Por Saúl Castiblanco
___
1 Cfr. Royo Marín, A. Teología de la Perfección Cristiana. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid. 1994. p. 424.
Deje su Comentario