viernes, 22 de noviembre de 2024
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Lo sapo, del que huye del sacrificio

Redacción (Viernes, 09-11-2018, Gaudium Press) Hoy me puse esos zapatos que aprecio en demasía, de pronto ‘non tan sanctamente’: sentí el fuerte afecto cuando me los estaba calzando y se me ocurrió preguntarme el porqué, tal vez con un cierto reato de conciencia. Son ya viejos y son muy cómodos. Y además tienen una suela interna con un tipo de cámara de aire, que da una bastante agradable sensación a cada paso. «Cuanto gusta a este hombre que soy yo la suavidad, la comodidad, lo soft, lo blando, lo no sacrificante…», pensé.

Sí, cuanto gusta, al inicio…

Porque después llega el hastío, la desesperación.

El Prof. Plinio Corrêa de Oliveira hablaba de ‘la sufritiva’, que no solo era una capacidad del hombre para sufrir, sino que era una capacidad que pedía efectivamente el sufrimiento, el sacrificio. Los modelos de vida tipo soft o play-happy o enjoy the moment, que buscan halagar el deseo del hombre de no sufrimiento, al no atender las necesidades imperiosas de la sufritiva terminan causando hastío: pronto la depresión será la gran pandemia universal. El hombre necesita el sufrimiento, aunque muchos no lo reconozcan, aunque la publicidad busque convencernos de lo contrario.

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« La jeunesse n’est pas faite pour le plaisir, elle est faite pour l’hèroisme », la juventud no fue hecha para el placer sino para el heroísmo decía Paul Claudel y repetía mucho el Dr. Plinio. También -y con el ánimo de incutir el amor por la epopeya esforzada en sus jóvenes discípulos- el Dr. Plinio recordaba continuamente la expresión maravillosa usada por los paracaidistas franceses, de que más vale ser águila un minuto que sapo la vida entera. Previniéndolos también así de la venalidad ensimismada y aburrida del maduro que creyó que la vida era solo para gozar y gozar la vida, Dr. Plinio insistía en la necesidad del sacrificio, en el amargo y a la vez suave y deleitable gusto de la cruz, porque en el fondo-fondo está la necesidad de la negra y ensangrentada Cruz que cargó Cristo, no por acaso, sino porque quiso darnos el mayor de los ejemplos.

***

Cada vez encontramos más aburrida la historia mecánica y chata de los tiempos contemporáneos, mientras que los tiempos heroicos nos atraen cada vez más. En estos días estábamos repasando la vida de ese gigantesco Papa llamado Inocencio III, uno de los mejores intelectuales de su época, tal vez el mayor legislador-pontífice de la historia, protector de los incipientes franciscanos y dominicos. Detestaba con verdadera furia Inocencio ciertos regalitos (o regalazos) con los cuales se le quiso comprar, para ceder feudos, para no reclamar los derechos de la Iglesia sobre ciertos territorios, para mil cosas más. Su radical austeridad era simplemente uno de los elementos integrantes de su grandeza. En un año, sólo un año, unos territorios pontificios que estaban bajo el dominio ilegítimo del Imperio o de facciones italianas, regresaron al dominio de la Iglesia, era tal su fuerza de personalidad, su prestigio justamente conquistado. Se le llama el re-hacedor de los Estados Pontificios.

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Tumba de Inocencio III

Basílica de San Juan de Letrán, Roma

Qué maravilla un Inocencio III. Pero no nos engañemos, detrás de la grandeza estaba la Cruz, la Cruz de Cristo: ¿será que en algún momento no tuvo que rechazar con dolor y sacrificio la sutil y atractiva tentación puesta por el demonio, el mundo y la carne de riquezas inimaginables? Seguramente. ¿No era más ‘fácil’ entenderse con un Imperio que le ofrecía todo incluso la estabilidad en el solio de Pedro en esas épocas en que se cambiaba de Papa como cambiar de sirvientes? Claro que sí. Y muchísimas otras cruces.

Pero no, Inocencio III tomó su cruz y siguió a Cristo. Enfrentó todo, y con la gracia de Dios, salió victorioso y hoy y hasta el final de los tiempos se lo recordará con gratitud y admiración. Es que ni la juventud, ni el papado, ni el sacerdocio, ni el hombre fueron hechos para el placer sino para el heroísmo. Es que más vale ser águila, ser león, ser tigre, un minuto, que sapo la vida entera.

Pero ser león no es tanto ser león contra los otros, sino contra uno mismo. Ya lo dice la Escritura: «Más vale el que se domina a sí mismo que el que conquista ciudades» (Pr 16, 32). Claro, el que con sacrificio llega a tener el alma en sus manos más fácilmente conquista ciudades, y es águila de amplios horizontes y raudos vuelos, es león cuando tiene que serlo, pero también paloma, y a veces también serpiente…

Entretanto, insistimos, el dominarse a sí mismo -la mayor tarea a la que estamos llamados- es imposible sin la ayuda de la gracia. Se vence a sí, y conquista la ciudad amurallada de su propia virtud, quien comienza hincándose ante el que todo lo puede y le dice con un corazón sincero: ‘Sin Ti, nada puedo hacer…’.

Por Saúl Castiblanco

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