Redacción (Lunes, 03-12-2018, Gudium Press) Primera y segunda venida de Jesús se unen delante de nuestro horizonte en este período de Adviento, haciéndonos analizarlas casi en una visión eterna; tal vez, mejor diciendo, dentro de los propios ojos de Dios, para Quien todo es presente.
El círculo y el diamante son las más perfectas figuras geométricas según el concepto de Santo Tomás de Aquino, pues representan el movimiento del efecto que regresa a su causa. Cristo es la más alta realización de esa simbología porque, además de ser el principio de todo lo creado, es también el fin último. De ahí que encontramos, tanto en el término del año litúrgico, como en su apertura, los Evangelios que transcriben las revelaciones de Jesús sobre su última venida.
La Iglesia no elaboró sus ceremonias a través de un planeamiento previo.
Organismo sobrenatural como es, nacido del sagrado costado del Redentor y vivificado por el soplo del Espíritu Santo, posee una vitalidad propia con la cual se desarrolla, crece y se torna bella, de manera orgánica. Así se fue constituyendo el año litúrgico a lo largo de los tiempos, en sus más diversas partes.
En concreto, el Adviento surgió entre los siglos IV y V como una preparación para la Navidad, sintetizando la gran espera de los buenos judíos por la aparición del Mesías. A la expectativa de un gran acontecimiento místico-religioso, corresponde una actitud penitencial. Por eso los siglos antecedentes al nacimiento del Salvador fueron marcados por el dolor de los pecados personales y el de nuestros primeros padres.
Más resaltante todavía se hizo el período anterior a la vida pública del Mesías: una voz que clama en el desierto invitaba a todos a pedir perdón de sus pecados y a convertirse, para que así fuesen enderezados los caminos del Señor.
Deseando crear condiciones ideales para participar de las festividades del Nacimiento del Salvador – su primera venida -, la Liturgia seleccionó textos sagrados relativos a su segunda venida: la nota dominante de una es la misericordia y la otra, la justicia.
Entretanto, esos dos encuentros con Jesús forman un todo armónico entre el principio y el fin de los efectos de una misma causa.
Los Padres de la Iglesia comentan ampliamente el contraste entre una y otra, pero, según ellos, debemos ver en la Encarnación del Verbo el inicio de nuestra Redención y en la resurrección de los muertos a su plenitud. Para estar a la altura de lo grandioso acontecimiento navideño, es indispensable colocarnos delante de la perspectiva de los últimos acontecimientos que antecederán al Juicio Final. De ahí el hecho de que la Iglesia durante mucho tiempo cantó en la Misa la secuencia «Dies Irae», la famosa melodía gregoriana. Más que simplemente recordarnos el hecho histórico de la Navidad, la Iglesia quiere hacernos participar de las gracias propias a la festividad, tal cual de ellas gozaron la Santísima Virgen, San José, los Reyes Magos, los Pastores, etc.
Ahora, una gran esperanza, invadida por el deseo de santidad y por una vida penitencial, sustentaba al pueblo electo en aquellas circunstancias. Y nosotros debemos imitar su ejemplo y seguir sus pasos, de cara no solo a la Navidad como también a la plenitud de nuestra redención: la gloriosa resurrección de los hijos de Dios. Primera y segunda venidas de Jesús se unen delante de nuestros horizontes en este período del Adviento, haciéndonos analizarlas casi en una visión eterna; tal vez, mejor diciendo, dentro de los propios ojos de Dios, para Quien todo es presente. He aquí algunas razones por las cuales se entiende la elección del púrpura para los paramentos litúrgicos, en estas cuatro semanas.
(CLA DIAS, João. O Advento. in: Arautos do Evangelho. São Paulo: Associação AE, n. 47, nov. 2005, p. 6,7.)
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