Redacción (Miércoles, 05-12-2018, Gaudium Press) Hay cuatro lugares especialmente relacionados con la Eucaristía en Tierra Santa: Belén, Cafarnaúm, Jerusalén y Emaús.
En una gruta de Belén, que significa ‘casa del pan’, nace Jesús de las entrañas purísimas de María. ¡En la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús revela proféticamente que su carne tiene que ser comida para tener la vida eterna… lo que causa un profundo trauma en sus oyentes! En la Ciudad Santa, dos son los lugares emblemáticos de la Eucaristía: el Cenáculo y el Calvario, donde sucede, en pocas horas de diferencia, un mismo misterio de amor. Por último, en el camino de Emaús, Nuestro Señor confirma en la Fe a sus discípulos abatidos que lo reconocen a partir del pan.
1 – Belén es el lugar donde Jesús ve la luz… aunque sea de noche. Ve la luz, porque los ojos de María son dos soles que, junto con la presencia de San José y de los ángeles, dan una claridad maravillosa a aquel inhóspito lugar transformado en un palacio. Pero esto es decir poco. San Juan en su Evangelio va directamente a lo esencial: «El Verbo era la Luz» (Jn 1, 9) ¡Jesús es la luz!
Cronológicamente, antes de Belén se sitúa otro lugar bendito: Nazaret. Fue ahí que el Verbo se hizo carne y donde, después, vivió Jesús por espacio de 30 años. El Salvador fue conocido como el Nazareno, aunque su noble estirpe lo identifique con Belén, donde su padre virginal fue inscribirse junto con María, por ocasión del censo ordenado por César Augusto. Jesús nació, pues, en el suelo de su ilustre antepasado, David, el santo Pastor y Rey de Israel.
Ya en Belén, Jesús recibió culto de adoración por parte de la humanidad. Antes que nada, de María y de José, pero también de los pastores y los magos. Los pastores del ambiente representaban a los simples, los trabajadores, los hombres de todos los días; y los magos, potentados y sabios, que siendo muy ricos y eruditos, dejaron ejemplo de humildad extraordinaria: «postrándose, le adoraron abrieron después sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra».
En los pesebres que se colocan en las iglesias y los hogares cristianos, se contempla el misterio admirable de la Navidad. Pero ese misterio se hace realidad y puede ser adorado con propiedad, en los altares, los sagrarios y las custodias donde está la Eucaristía. Pensemos que Jesús tomó nuestra naturaleza, no apenas para padecer y morir, sino también para quedar como alimento.
2 – En Cafarnaúm, desafiando la murmuración de los judíos en general y el temor y rechazo de sus propios discípulos, Jesús profetizó la institución del Sacramento: «En verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida» (Jn 6,53-55).
El Señor, después de anunciar esa maravilla, ve que muchos lo abandonan, sorprendidos e interroga a sus Apóstoles: «¿Quieren irse también?» (Jn 6, 67). Pedro, el portavoz de los doce declara su fidelidad al Señor. Jesús, entretanto, anuncia que uno de ellos lo traicionará. En el momento de revelar el mayor don hecho a los hombres, Jesús pone delante de ellos el drama de su muerte. Con efecto, su cuerpo será entregado y su sangre derramada.
Para conocer en detalles y encantarse con el acontecimiento del anuncio de la Eucaristía en Cafarnaúm, se debe leer con atención el capítulo VI del Evangelio de San Juan.
3 – Jerusalén fue el lugar privilegiado entre todos donde se dio la institución Eucarística. El Señor quiso que fuese en un lugar adecuado, espacioso y bien adornado (Lc 22, 12), el Cenáculo. Durante la Última Cena, tres maravillas vinieron a la luz: la Eucaristía, el Sacerdocio ministerial y el mandamiento del amor… tan íntimamente relacionadas entre sí. El pan y el vino fueron transubstanciados, el mandato de hacerlo en Su memoria fue dado a los Apóstoles y, con el lavatorio de los pies, se establecieron las disposiciones para vivir el sacerdocio y para comulgar debidamente.
Pero es necesario saber que Jerusalén tiene una pre-historia relacionada con la Eucaristía. Fue ahí que el Sacerdote del Altísimo y Rey de Salem (así se llamaba el lugar), Melquisedec, ofreció pan y vino en sacrificio al Señor. Fue también en las inmediaciones de Jerusalén, en el Monte Moria, donde Abraham sacrificó un cordero en sustitución de su hijo Isaac que iba ser inmolado.
4 – Por último, en el camino de la aldea de Emaús Jesús se hace sorprendentemente presente… para nunca más dejarnos. De hecho, Emaús son todos los lugares donde la Eucaristía acoge, nutre y confirma con el Viático de inmortalidad a los caminantes en este valle de lágrimas.
Lo ocurrido en Emaús es un esbozo de la celebración de la Misa: fue en el día de la Resurrección, un domingo; caminaban tristes y desolados, con disposiciones análogas con las cuales se pide piedad en el acto penitencial. Jesús les explica las Escrituras. Ellos se encienden y quieren quedar con Él y, al partir el pan, lo reconocen, de la misma forma que nosotros, al decir amén al comulgar. Por último, vuelven fervorosos y fortalecidos en la Fe, a sus deberes cotidianos. ‘Ite missa est’…
La Eucaristía produce los mismísimos efectos que la aparición del Resucitado a los de discípulos de Emaús… pero es importante la disposición de los peregrinos. Necesitamos ser perdonados, instruirnos con la Palabra y comer Su cuerpo para estar integrados en la Iglesia como piedras vivas. Necesitamos de la Misa.
Por Padre Rafael Ibarguren EP.
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