Abrahán, un hombre justo, que vivía en la contemplación y obediencia a Dios. Y a quien Dios bendijo por encima de todos los hombres de su tiempo.
Redacción (16/03/2021 06:58, Gaudium Press) Hoy celebramos al Patriarca Abrahán, padre de la fe.
Tras la confusión de las lenguas, castigo de Dios por el orgullo de la torre de Babel, Dios se escogió un pueblo para sí mismo, del que reclamaría las honras que le son debidas y al que instruiría particularmente.
El patriarca Abrahán fue la semilla de ese pueblo. Vemos por ahí la grandeza de este hombre, pues por ahí pasó la historia de salvación.
Abrahán nació en Ur, cerca de Babel, hijo de Taré. Los habitantes de Ur eran idólatras, causa seguramente de que Dios ordenara salir de allí a Abrahán. Fue pues Abrahán a vivir a Haran, en Mesopotamia. Pero su vida será una constante peregrinación que lo lleva a Palestina, y luego a Egipto.
Cuando Dios le ordena a Abrahán salir de Ur le hace una promesa grandiosa, de que lo hará padre de un gran pueblo, que además tendrá una vocación universal: “En ti serán benditas todas las naciones de la Tierra” (Gen 12, 1).
Regresando de Egipto, se había convertido en un hombre rico, según nos dice la Escritura. Sus rebaños se habían multiplicado, y se instala en el valle de Caná, dándole Dios esa tierra a él y a su posteridad.
Un día reyezuelos vecinos tomaron prisionero a su sobrino Lot. Abrahán organizó un pequeño ejército y desbarató el ejército de Codorlaomor, rescatando a Lot. Regresando de esa expedición recibió la bendición de Melquisedec, un extraño personaje, misterioso, sacerdote, Rey de Salem, lugar que sería luego Jerusalén.
Nuevamente Dios le hace una promesa a Abrahán, le ratifica que será padre de muchas gentes, “y de ti saldrán reyes”. Una promesa de la universalidad del cristianismo. Y como señal de ese pacto entre Dios y el pueblo de Abrahán, le prescribe la circuncisión.
Pero Abrahán no había tenido hijos con su esposa Sara, entonces no era fácil acreditar en la promesa de Dios. El Señor le promete un hijo de su anciana esposa Sara, que deberá ser llamado Isaac, y con quien Dios ratificará el pacto hecho con Abrahán. Así se cumplió. Y el gesto de Abrahán, de ofrecer a su hijo en sacrificio por pedido de Dios, ratifica también todo.
Isaac se casa con una esposa escogida por el propio Dios, Rebeca, y queda así asegurada la descendencia tan numerosa “como las estrellas del cielo”.
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