jueves, 21 de noviembre de 2024
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Ama a vuestros enemigos

Amad a vuestros enemigos y orad por los que os ofenden” (Mt 5,44-45) Pero, frente a los que ofenden a la Iglesia, ¿cómo reaccionar?

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Redacción (20/02/2023 12:29, Gaudium Press) El Sermón de las Bienaventuranzas ocupa tres capítulos del Evangelio de San Mateo, y la Santa Iglesia dedica seis domingos consecutivos a escucharlos y meditarlos, a lo largo del Año A, tal es el valor y la importancia que sus enseñanzas aportan a la vida del católico.

Ayer 7º domingo del Tiempo Ordinario, por ejemplo, se nos recuerda la “nueva enseñanza” traída por Nuestro Señor: “Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen” (Mt 5,44).

¡Amar a los enemigos! ¿Qué es lo que esto significa?

Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, ofrécele también la izquierda. Si alguien quiere demandar por tu túnica, dale también el manto…” (Mt 5, 39-40)

Ubicación histórica

Pensemos en los pueblos de la antigüedad, acostumbrados durante siglos a costumbres groseras y bárbaras, que oyen de pronto de los labios divinos de Nuestro Señor estas palabras: “Amad a vuestros enemigos…” – cuando la ley imperante entonces era la del más fuerte.

De hecho, incluso entre el pueblo elegido –como leemos en el libro del Éxodo– existía la siguiente norma: “es urgente dar vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe” (21,23-25). Se puede apreciar que en aquella época no se consentía por norma ningún tipo de actitud de clemencia y piedad hacia los culpables…

Sin embargo, es a estas personas a las que Jesús insiste en un precepto totalmente opuesto al criterio que habitaba en sus cabezas: “Amad a vuestros enemigos. Así, seréis hijos de vuestro Padre celestial” (Mt 5, 44-45).

Jesús procedió de esta manera, porque quería abrirles los ojos; especialmente en vista del orgullo exacerbado que llenaba sus almas, impidiendo la acción de la gracia. En efecto, si hay algo que no permite el soberbio es ser herido por cualquier insulto u ofensa que se le haga. Es muy fácil hincharse de indignación cuando el “yo” está en el centro. Ora, no es así como actuaron los santos.

Se cuenta que, una vez, un noble se presentó ante el obispo de Ginebra, San Francisco de Sales, reprochándole con palabras ofensivas. A pesar de ello, el santo permaneció impasible y sereno, sin responder a su agresor. Un sacerdote que había presenciado el hecho se acercó después al santo Obispo y le preguntó el motivo de tal actitud. A lo que el santo respondió: “Mi padre, hice un pacto con mi lengua, por el cual guardará silencio mientras mi corazón esté tomado y nunca responderá a ninguna palabra capaz de provocarme cólera” [1]. Al cabo de unos días, volvió a aparecer el mismo personaje, pero esta vez bañado en lágrimas y arrepentido, conmovido por la humildad del obispo [2]. Como aquellas afrentas alcanzaban su persona, el santo supo dominar su amor propio y permanecer impasible, apuntando al bien de aquella pobre alma.

Sin embargo, en cierto pasaje del Evangelio de san Juan, el mismo Jesús parece reaccionar de manera singular, al ser abofeteado por un soldado en casa de Anás, pues no se calló, y ni siquiera le ofreció la otra mejilla, al contrario, le dijo: “Si hablé mal, dímelo; pero si he hablado bien, ¿por qué me golpeas? (Jn 18,23).

¿No habría entonces una contradicción? ¡No! Son dos actitudes que, a primera vista, pueden parecer dispares, pero que cumplen el mismo principio: “amor a los enemigos”. ¿Por qué?

El Divino Redentor quiso dejar claro que, ante una ofensa que se nos hace, nunca debemos actuar por los impulsos del amor propio, sino considerar si ese acto es un ultraje a Dios, por la transgresión de sus Mandamientos. Por ello, tratándose del hecho relatado por San Juan, poner la otra mejilla induciría al soldado a cometer un pecado más, en lugar de proporcionarle contrición por esa horrenda falta.

Por tanto, si el Redentor nos enseña que hay que eliminar el egoísmo de nuestro interior, hasta el punto de no reaccionar por amor propio cuando alguien nos ofende, sino por amor al verdadero ofendido, que es Dios, cuanto más en lo que dice a los ataques contra la Iglesia y la moral católica.

Callarse, poner la otra mejilla y dejar que estos errores sigan su curso no llevará a nadie a la conversión y al bien, sino a la persistencia en el mal.

Pidamos, pues, a la Santísima Virgen que nos dé el discernimiento necesario para actuar siempre según el amor de Dios, sin permitir nunca que el respeto humano, fruto del orgullo, nos impida defender la verdadera ortodoxia, desgraciadamente tantas veces ultrajada.

Por Guillermo Motta

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[1] HAMON, André-Jean-Marie. Vie de Saint François de Sales, Evêque et prince de Genève. París: Jacques Lecoffre et Cie, 1858, t. II, pág. 161.

[2] Cfr. ídem, p.295-296.

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