Al comentar el Evangelio de Lucas (12,32-48) este domingo 10 de agosto, el Papa nos instó a no guardar para nosotros mismos los dones que Dios nos ha dado, sino a usarlos generosamente para el bien de los demás.
Foto: Vatican News
Redacción (11/08/2025 07:51, Gaudium Press) Ante miles de fieles reunidos bajo el sol en la Plaza de San Pedro, el Papa presidió el rezo del Ángelus desde la ventana del Palacio Apostólico. Previamente, León XIV reflexionó sobre el Evangelio de ayer XIX Domingo del Tiempo Ordinario, tomado de San Lucas (12,32-48), donde Jesús invita a sus discípulos a vender sus bienes y dar limosna.
A través de sus palabras, Cristo nos exhorta a «no guardar para nosotros mismos los dones que Dios nos ha dado, sino a usarlos generosamente para el bien de los demás, especialmente de aquellos que más necesitan nuestra ayuda», explicó el Papa. No se trata solo de compartir los bienes materiales que poseemos, sino de poner a disposición nuestras habilidades, nuestro tiempo, nuestro afecto, nuestra presencia, nuestra empatía. De hecho, todo lo que poseemos «necesita ser cultivado y apoyado para que crezca; de lo contrario, se vuelve árido y devaluado».
El don de Dios «necesita espacio, libertad y relaciones para realizarse y expresarse: necesita el amor que transforma y ennoblece cada aspecto de nuestra existencia, haciéndonos cada vez más semejantes a Dios», continuó León XIV.
El Papa enfatizó que las obras de misericordia son el banco más seguro y rentable donde podemos depositar el tesoro de nuestra existencia, pues en ellas, como nos enseña el Evangelio, con «dos monedas» incluso una viuda pobre se convierte en la persona más rica del mundo (cf. Mc 12,41-44).
Citando a San Agustín, explicó que lo que uno recibe, más que el oro y la plata, es la vida eterna. Por lo tanto, «en la familia, en la parroquia, en la escuela, en el trabajo, dondequiera que estemos, procuremos no desaprovechar ninguna oportunidad de amar», exhortó León XIV. «Es vigilancia lo que Jesús nos pide: acostumbrarnos a estar atentos, dispuestos y sensibles unos con otros, como Él lo está con nosotros en todo momento».
Antes del Ángelus, el Santo Padre invitó a confiar este deseo y este compromiso a Nuestra Señora: «Que Ella, Estrella de la Mañana, nos ayude a ser, en un mundo marcado por tantas divisiones, centinelas de misericordia y paz, como nos enseñó San Juan Pablo II y como tan claramente demostraron los jóvenes que vinieron a Roma para el Jubileo».
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