Madre de 10, abuela de 28, falleció el pasado 5 de junio. Cuando cumplía 61 años anunciaba en una recepción de 800 invitados, que dedicaría los últimos años de su vida a Dios.
Redacción (28/06/2021 16:32, Gaudium Press) Ann Russell Miller no solo era millonaria, sino una ‘socialité’, una dama de mundo californiana acostumbrada a todo lo que la riqueza podía ofrecer de más refinado, mucho más ella que no era una nouvelle riche sino una old money, es decir gente de riqueza de varias generaciones.
Esposa del vicepresidente de la Pacific Gas and Electric, hija del presidente de la Southern Pacific Railroad, pues qué más da, el tiempo se gasta en yates de lujo por el mediterráneo, recepciones, galas, fiestas de beneficencia, etc. Bueno, también cuidaba de sus 10 hijos. Pero, ¿cómo es que una persona de estas termina de monja de clausura a los 61 años?
Fue cuando cumplía 61 años que Anne anunció en una gran fiesta – eran 800 cubiertos, a lo Ann, en el Hilton de San Francisco – que se haría religiosa. Anne, ya no con ese nombre sino el de Hermana Mary Joseph de la Trinidad, falleció el pasado 5 de junio a los 92 años.
De joven había querido ser monja, pero terminó enamorándose de su esposo y a los 20 se casó.
“A los 27 años ya tenía cinco hijos”, cuenta su hijo menor, Mark Miller, “y luego tuvo cinco más, un equipo de baloncesto de cada sexo”.
“Tenía un millón de amigos. Fumaba, bebía y jugaba a las cartas. También fue nadadora de aguas abiertas”, agrega. “Conducía tan rápido y era tan imprudente que la gente salía de su auto con un pie dolorido por pisar el freno imaginario”.
Su mansión en San Francisco daba a la bahía; llevaba a sus amigos a esquiar, a excavaciones arqueológicas, además de los sabidos paseos de yate. Era miembro de 22 juntas directivas, recaudaba dinero para los estudiantes universitarios talentosos, personas sin techo, también para la Iglesia.
Pero cuando su marido muere de cáncer en 1984, ella inicia el camino que la llevaría a la austera Orden de Carmelitas Descalzas en Chicago.
“Aquí estoy yo”, en un globo de helio
Y llegó el día del Hilton party. No faltó su excentricidad, pues en esa fiesta con 800 amigos, de mariscos y orquesta en vivo, Anne llevaba una corona de flores y un globo con helio y el letrero “aquí estoy”, anunciando su ubicación, para que la gente pudiera hallarla fácilmente y despedirse. Ahí dijo que había dedicado los primeros 30 años de su vida a ella misma, los segundos 30s a sus hijos, y que los últimos los dedicaría a Dios.
“Era un tipo de monja poco común”, dice Mark su hijo. “No cantaba muy bien, con frecuencia llegaba tarde a sus deberes requeridos en el convento y arrojaba palos para jugar con los perros, lo cual no estaba permitido”, añade en tono un tanto jocoso.
“Solo la he visto dos veces en los últimos 33 años desde que se mudó al convento y cuando iba de visita no podía abrazarla ni tocarla. Estaba separado por un par de rejas metálicas”, detalla.
No conoció la ya religiosa a todos sus 28 nietos, y a ninguno de sus bisnietos, pero rezaba por todos, que era lo más importante. Y ahora intercederá por ellos desde la eternidad.
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