Nuestro Señor Jesucristo, antes de dejar este mundo, puso a nuestro alcance una ayuda sobrenatural: María. A Ella, que tiene en sus manos el cetro de Dios y gobierna la historia, deben volverse nuestros ojos de súplica.
Redacción (11/01/2022 15:48, Gaudium Press) La vida humana se compone de ciclos que se suceden unos a otros. Cada comienzo es a menudo inseguro y frágil, pero la nueva fase se irá consolidando a medida que se desarrolla, hasta llegar a su punto máximo. Una vez alcanzada la plenitud, el ciclo se agota él mismo, anunciando la inminencia del siguiente, en una cadena de desdoblamientos sucesivos.
Así es con el sol todos los días, y así son los años. Cada fin de año transcurre en un contexto de balance, de análisis de lo que quedó atrás. A su vez, cada año que comienza es ocasión de nuevos proyectos y trae consigo nuevas esperanzas, pero también está marcado por lo desconocido, pues el hombre nunca sabe lo que le depara el futuro.
Precisamente por eso, la Iglesia, sabia Maestra de la vida, instituyó la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, el primer día del año. Es, sin duda, una forma de que el hombre le consagre todo lo que quiere realizar a lo largo del año que acaba de comenzar; pero también es un reconocimiento filial de que toda empresa, y por tanto todo año, debe comenzar y terminar con Ella, en Ella y por Ella. ¿Por qué?
Fue en los brazos de María que estuvo Jesús en el momento de su nacimiento, y fue también en sus brazos que fue depositado el Cuerpo de Cristo cuando fue bajado de la Cruz. Así, Dios quiso que el paso de su Unigénito por esta tierra comenzara y terminara en el Corazón Inmaculado de Aquella a quien Él había elegido, desde toda la eternidad, para ser Su perfecta Hija, Madre y Esposa.
Reina del Universo
Este hecho histórico, sin embargo, no es más que el reflejo terrenal de una realidad mística mucho más elevada. Nuestra Señora, constituida por Dios como Reina del Universo, preside verdaderamente el gobierno que Él ejerce sobre las criaturas. En Ella todo comienza, porque toda iniciativa parte de la gracia, y ésta nos llega siempre por María; también en ella todo termina, pues el fin de las criaturas es dar gloria a Dios, y ésta sólo se torna perfecta cuando pasa por sus purísimas manos.
En consecuencia, María juega, en la vida de todo hombre, el papel de “precursora” y “post-cursora”. Ella prepara con esmero en cada alma el camino para la obra de Cristo y la penetración de su Palabra, como en Caná dispuso todo para el primer milagro del Salvador.
Pero es también la primera evangelista que, habiendo acogido de su Hijo la Divina Palabra, la transmite maternalmente a todos sus hijos, como la más fiel intérprete del Corazón de Dios.
Con tanta razón, pues, María exclamó: “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48). Es verdaderamente dichosa por haber creído en la Palabra de Dios que le fue dirigida, porque en efecto se cumplirá todo lo que el Señor le prometió (cf. Lc 1,45): su triunfo sobre el mal y la implantación de su Reino.
(Texto extraído de la Revista Arautos do Evangelho n. 205, enero de 2019.)
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