jueves, 27 de noviembre de 2025
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“¡Aquí estoy, católico, apostólico y romano!”: el día en que el judío Ratisbonne encontró a la Virgen María

Un joven judío y ateo encontró la fe al ponerse la Medalla Milagrosa. Su historia sigue mostrando el poder del amor de María

Alphonse Ratisbonne

Redacción (27/11/2025 09:17, Gaudium Press) En el corazón de Roma, entre la plaza de España y la Fontana di Trevi, se alza la basílica de Sant’Andrea delle Fratte, un templo barroco que guarda uno de los milagros marianos más impresionantes del siglo XIX. Allí, el 20 de enero de 1842, un joven judío ateo llamado Alphonse Ratisbonne vivió una conversión instantánea ante la presencia de la Virgen María.

Alphonse nació en Estrasburgo en 1814, en el seno de una familia de banqueros judíos. Era el undécimo hijo y, tras la muerte de sus padres, fue criado por un tío. Educado en el ambiente racionalista de su época, afirmaba ser un judío de nombre, sin fe, sin práctica y sin Dios. Amaba la vida cómoda, los viajes y la elegancia.

Estaba comprometido con su sobrina Flora, a quien consideraba una chica dulce, amable y graciosa. Sin embargo, su corazón albergaba un gran resentimiento hacia su hermano mayor Teodoro, que años antes se había convertido al catolicismo y se había hecho sacerdote.

Antes de casarse, Alphonse emprendió un viaje por placer. Visitó Marsella, Nápoles y, casi por casualidad, Roma. Él mismo lo describió así: “No puedo decirlo, no puedo explicarlo. Creo que me equivoqué de camino, porque en lugar de ir a la oficina de sitios para Palermo, llegué a la oficina de diligencias en Roma”.

En Roma conoció al barón de Bussières, amigo de su hermano Teodoro, también convertido del protestantismo. En una conversación provocadora, el barón lo desafió con humor: “Puesto que detesta la superstición y profesa doctrinas tan liberales, ¿tendrá el valor de someterse a una prueba inocente? Llevar consigo un objeto que quiero regalarle”.

Aquel ‘objeto’ era una Medalla Milagrosa. Alphonse aceptó llevarla, burlándose: pensaba enviársela a su prometida como curiosidad. Pero sin saberlo, ese pequeño gesto abrió la puerta de su alma. “Ah, ah… ¡Aquí estoy, católico, apostólico y romano! Era el demonio quien profetizaba con mi boca”, recordaría después.

El barón le pidió que además rezara la oración del Memorare de San Bernardo. Alphonse se negó al principio, pero por insistencia accedió. Días después, el 20 de enero, acompañó al barón a la iglesia de Sant’Andrea delle Fratte, donde debía hacerse un encargo para un funeral. Mientras el barón se ocupaba, Alphonse caminaba distraído por la nave.

Entonces ocurrió el milagro. “Caminaba mecánicamente, mirando a mi alrededor, de repente todo desapareció: la iglesia, las paredes, la luz. ¡Solo veía una cosa! ¡Oh, Dios mío! ¿Cómo hablar de ello? ¡La palabra humana no puede expresar lo inexpresable!”.

Ante él se manifestó la Virgen María, como aparece en la Medalla Milagrosa: de pie sobre un globo, irradiando rayos de luz desde sus manos. El alma de Alphonse fue inundada por una certeza absoluta de la verdad del catolicismo. “Las primeras palabras fueron de agradecimiento al señor La Ferronays. Sabía con certeza que había rezado por mí, no sabría decir cómo lo supe”, escribió más tarde.

Aquel mismo día pidió el bautismo. Pocos años después, ingresó al seminario, fue ordenado sacerdote y dedicó su vida a la conversión de los judíos. Renunció a su herencia, fundó junto con su hermano Teodoro la congregación de Nuestra Señora de Sión y murió en 1884 como un ferviente misionero.

Su historia muestra cómo María, por medio de una pequeña medalla, puede tocar incluso los corazones más cerrados, recordándonos que la gracia de Dios actúa donde menos se espera. Desde aquel día, la capilla donde ocurrió la aparición se ha convertido en un santuario visitado por peregrinos de todo el mundo, donde todavía se puede leer: “Aquí, el 20 de enero de 1842, la Santísima Virgen María se apareció al señor Alphonse Ratisbonne, judío, convirtiéndolo instantáneamente.”

 Historia de la Medalla Milagrosa y Santa Catalina Labouré

La historia de la Medalla Milagrosa comienza doce años antes del milagro de Ratisbonne, en París, 1830, cuando la Santísima Virgen María se apareció a una humilde novicia de las Hijas de la Caridad: Santa Catalina Labouré.

La niña del Ángelus

Catalina nació el 2 de mayo de 1806, mientras sonaban las campanas del Ángelus. Era la novena hija de una familia campesina de once hijos. A los nueve años perdió a su madre. En su dolor, tomó la imagen de la Virgen que colgaba en su habitación, la besó y dijo: “Ahora, querida Señora, tú serás mi madre.”

Desde entonces, vivió con una confianza filial inquebrantable hacia la Virgen María. Trabajaba en casa de su padre, asistía cada día a misa antes del amanecer y pasaba largos ratos en oración.

Un día soñó con un sacerdote celebrando la misa, que le dijo: “Mi niña, es una buena obra cuidar a los enfermos; tú huyes ahora, pero un día estarás contenta de venir hacia mí. Dios tiene planes para ti.”

Tiempo después, al visitar un hospital de las Hijas de la Caridad, vio en la pared el retrato de San Vicente de Paúl, reconociendo al sacerdote de su sueño. Comprendió entonces su llamado.

Catalina, Hija de la Caridad

En 1830 ingresó al noviciado en la casa madre de las Hijas de la Caridad, en la Rue du Bac, París. Fue allí donde tuvo tres apariciones de la Virgen María.

Primera aparición

La noche del 19 de julio de 1830, un niño — su ángel custodio— a despertó diciéndole: “Sor Labouré, ven a la capilla; la Santísima Virgen te espera.”

Al llegar, encontró la capilla iluminada. La Virgen estaba sentada en una silla junto al altar. Catalina se arrodilló, apoyó sus manos en el regazo de María, y escuchó: “Mi niña, el buen Dios desea encargarte una misión. Te van a contradecir, pero no tengas miedo. Tendrás la gracia para cumplirla. Los tiempos son siniestros en Francia y en el mundo.” María le anunció persecuciones, pero también prometió su protección especial.

Segunda aparición

El 27 de noviembre de 1830, mientras meditaba en la capilla, vio a la Virgen de pie sobre un globo, sosteniendo una esfera dorada que representaba al mundo. De sus dedos salían rayos de luz.

“Estos rayos son las gracias que derramo sobre las personas que me las piden”, explicó María. Alrededor de la imagen apareció la inscripción: “¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti!”

La Medalla Milagrosa

Luego, Catalina vio el reverso de la medalla: una gran M entrelazada con una cruz, dos corazones —el de Jesús rodeado de espinas y el de María traspasado por una espada—, y doce estrellas que los rodeaban. “Haz acuñar una medalla según este modelo. Quienes la lleven recibirán grandes gracias, especialmente si la llevan alrededor del cuello”, dijo la Virgen.

Catalina transmitió el mensaje a su confesor. En 1832 se acuñaron las primeras medallas y, como prometió María, los milagros se multiplicaron. Pronto los fieles comenzaron a llamarla la Medalla Milagrosa.

Catalina guardó silencio toda su vida sobre las apariciones, revelando que ella era la vidente solo antes de morir en 1876. Fue canonizada en 1947 por el Papa Pío XII. Hoy, su cuerpo incorrupto reposa bajo el altar de la Capilla de la Rue du Bac, donde millones de peregrinos acuden cada año para venerar el lugar donde comenzó una de las devociones marianas más difundidas del mundo.

Con información de Religión en libertad y Asociación de la Medalla Milagrosa

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