Paramentos negros, ausencia de instrumentos, Adoración de la Santa Cruz: la Iglesia manifiesta su dolor por la muerte de Cristo.
Redacción (29/03/2024, Gaudium Press) El Viernes Santo se recuerda la pasión y muerte del Salvador.
Todas las funciones de este día están impregnadas de un pesado luto, pues es un día dedicado al memorial de la muerte de Nuestro Señor:
Los paramentos negros. La omisión del ‘Dominus vobiscum’ (El Señor esté con ustedes). La falta de instrumentos musicales. Ningún toque de campanas. El altar, frío y desnudo. Desocupado y abierto el tabernáculo. Frente a él, una cruz con un velo negro. En los candelabros hay velas de cera de color amarillo como en los días de funerales. En todo reina la tristeza, la desolación profunda.
Es, para la Iglesia, un día especialísimo, por tanto, de gran silencio, de oración, de penitencia, ayuno y abstinencia, especialmente de carne.
En este día no hay ofertorio, ni consagración de especies eucarísticas, pero se realiza comunión eucarística.
La celebración de la Pasión del Señor se compone de tres partes: la Liturgia de la Palabra, la adoración de la Cruz y y la Santa Comunión.
Liturgia de la Palabra
A las tres de la tarde comienza la celebración de la Pasión del Señor. El ministro celebrante y los ministros sagrados son paramentados de negro en señal de gran dolor. Al llegar al pie del altar, se postran, y oran en silencio por algunos instantes. Esta actitud de humildad es una expresión de la gran tristeza que les cobija el alma con la evocación del gran misterio del Calvario. Durante este tiempo, se extiende sólo un mantel sobre el altar, recordando el Sudario que se utilizó para envolver el cuerpo de Nuestro Señor.
Entonces el sacerdote sube los escalones del altar y lo besa.
Estando todos sentados, se realizan las dos primeras lecturas con el respectivo salmo. Luego, se canta la Pasión según San Juan, de la misma manera como se hizo el Domingo de Ramos.
Al llegar a la parte que dice que nuestro Señor entregó su espíritu todos se arrodillan, y, quedan así por algunos instantes.
Se canta la Pasión de Jesucristo según el evangelio de San Juan, porque él es el cuarto evangelista, y porque, al estar bajo la cruz, fue testigo ocular de la crucifixión. Por eso conviene que él sea escuchado en el día de hoy.
Durante muchos siglos, los fieles procuraban, en este día, no hacer ruido, y sobre todo evitar cualquier golpe, evitando la sensación de aquel ruido terrible del martillo clavando a Jesús en la Cruz.
Nada de canto, de música, de muestras de alegría y recreación. Trabajábase lo mínimo posible, sólo lo necesario. Era el momento para la oración, la lectura, la meditación, la evaluación de la vida, el compartir el sufrimiento de Jesús.
Oración Universal
Acabado el canto de la pasión, el celebrante comienza las oraciones conocidas como Admonestaciones porque el preludio consta, para cada una, de advertencia, a modo de prefacio, en el que el sacerdote dice el objeto de la oración a continuación. Son 9 estas oraciones, y son consideradas como de origen apostólico.
El celebrante reza:
1 – Por la Santa Iglesia;
2 – Por el Papa;
3 – Por todas las órdenes y categorías de fieles;
4 – Por los catecúmenos;
5 – Por la unidad de los cristianos;
6 – Por los judíos;
7 – Por aquellos que no creen en Cristo;
8 – Por los que no creen en Dios;
9 – Por las autoridades públicas;
10 – Por todos aquellos que sufren dificultades.
La Iglesia ora en estas rogativas por los que nunca pertenecieron o que ya no pertenecen a su redil.
La razón es para que no nos olvidemos que el Salvador murió por todos los hombres, y para implorar el beneficio de todos los frutos de su Pasión.
Entre cada una de las oraciones que se hacen, el diácono dice: Flectamus Genua (de rodillas).
Entonces, todos se arrodillan por un momento, y oran en silencio, hasta que el mismo diácono dice Levate (levantémonos), y entonces todo el mundo se levanta.
Adoración de la Santa Cruz
El Viernes Santo adoramos solemnemente la Cruz, porque Jesucristo habiendo sido clavado en la cruz, y habiendo muerto allí ese día, la santificó con su sangre.
La ceremonia de adoración de la cruz, tiene su origen en el siglo IV, en la veneración de la Vera Cruz (Verdadera Cruz) conservada en Jerusalén.
La cruz era colocada sobre una mesa cubierta con un mantel blanco. Los fieles la veneraban, la tocaban con la frente y los ojos y no podían tocarla con las manos o con la boca. Y eso por un motivo muy singular: en una ocasión, un devoto arrancó con los dientes un fragmento de reliquia de la Santa Cruz.
En la actualidad la imagen del Crucificado se coloca sobre un paño de púrpura tendido en los escalones del altar o el coro.
El ritual de esta ceremonia tiene un procedimiento particular: El celebrante se retira la casulla, y quedando al pie del altar, descubre lo alto de la cruz y canta: «Ecce lignum crucis» (He aquí el leño de la cruz del cual pendió la salvación del mundo).
Los ministros que le asisten permanecen con él: «Venite, adoremus» (Venid adorémoslo). Al mismo tiempo, todos se postran.
El celebrante no se postra. Él va a la derecha del altar, descubre el brazo derecho de la cruz, lo muestra, y repite en un tono más alto: «Ecce lignum crucis», etc.
Luego va a la mitad del altar. Una vez allí, descubre toda la cruz, la levanta y canta por tercera vez, más fuerte el tono: «Ecce lignum crucis», etc.
La cruz, entonces, es depositada por el oficiante en las gradas del altar, para ser adorada por todo el clero y los fieles presentes.
La canción: ‘Ecce lignum crucis’ se utiliza desde el siglo IX.
La cruz se pone al descubierto para recordar que el Hijo de Dios fue desnudado por sus captores.
Esta ceremonia se realiza en tres actos que significan los tres actos principales de escarnio sufridos por Nuestro Señor Jesucristo:
1º Cuando, en el atrio del sumo sacerdote, abofetearon el rostro sagrado de Nuestro Señor. Por eso la primera vez no se descubre la Santa Faz del crucifijo.
2º Cuando el Rey de la gloria, coronado de espinas, fue objeto de burla por los soldados que se arrodillaban y las palabras: «¡Salve, Rey de los Judíos». Por eso en la segunda vez se muestra la Santa Cabeza y la Santa Faz del Rey del universo (Mt 27, 27-30).
3º Cuando el Hijo del Altísimo, despojado de sus ropas, fue crucificado y fue insultado con la blasfemia: «¡Ah, tú puedes destruir el templo y edificarlo de nuevo, sálvate a ti mismo.» Por eso, en la tercera vez el crucifijo se muestra todo descubierto (Mt 27, 40).
Durante la adoración de la Cruz, se cantan las antífonas llamadas «Improperios» (del latín ‘improperium’, que significa «censura»), debido a que contienen reproches dirigidos a los judíos por la voz de los profetas.
Cada antífona de estas enumera un beneficio con el que Dios favoreció el pueblo elegido y muestra una ingratitud correspondiente a ese favor practicada por el mismo pueblo.
Misa de los «Presantificados»
Antiguamente y en algunos lugares se llamaba a esta tercera parte de la celebración de la Pasión del Señor, la «Misa de Presantificados»
1 – Misa. De hecho, no es término muy propio porque no hay consagración, y por lo tanto no hay sacrificio. Le dieron, sin embargo, este nombre porque se repite cierto número de los ritos de la misa.
2 – de los Pressantificados. Debido a la Sagrada Hostia, consagrada en la Misa del Jueves Santo. La palabra «Presantificados», significa por lo tanto, regalos santificados, consagrados por adelantado.
Estando para terminar la Adoración de la Cruz, se encienden las velas del altar y se va en silencio, en procesión, a la capilla donde están las hostias consagradas. La procesión trae de vuelta la Santa Reserva, las partículas consagradas.
Se entona un canto. No será más el ‘Pange língua’ porque es un himno de alegría, sino el ‘Vexilla Regis’, que es el himno de la Cruz, un himno conmovedor.
Cuando la procesión regresa, el celebrante coloca en el altar del Santísimo Sacramento. Entonces, dice ‘Orate fratres’ (Orad hermanos), etc, pero nadie responde, y luego viene la oración del Padre Nuestro con su prefacio.
Así, se yergue en la patena la Sagrada Hostia, para que los asistentes la adoren.
Se hace la fracción como en la misa ordinaria, se dice la tercera oración antes de la comunión y el «Domine no sum dignus» («Señor no soy digno»).
Por último, se comulga, se realizan las abluciones y se sale en silencio.
Se rezan ahora las Vísperas, sin canto, sin luces, tratando de mostrar, con eso, que se apagó, muriendo en la cruz, la Luz del mundo, Nuestro Señor Jesucristo.
El celebrante no dice, Pax Domini (la Paz del Señor), ni la oración de apertura antes de la comunión, por qué no se da la paz el día en que nuestro Señor fue rechazado por los que lo mataron con el grito de: «.No tenemos rey»
El celebrante no dice: «El Señor esté con ustedes», porque el único sacerdote, Jesucristo estaba muerto y no puede hablar, y ya no está con nosotros.
Por Emílio Portugal Coutinho.
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