El precio que pagó la humanidad entera y el propio planeta todavía no se ha podido cuantificar y tal vez no se pueda hacer nunca.
Redacción (01/10/2020 07:28, Gaudium Press) En distintos países y por la misma época, trabajaban algunos hombres sin conocerse entre ellos, en el más maravilloso proyecto de transporte terrestre que para el siglo reduciría el tiempo de los viajes. Era todavía la sociedad patriarcal, orgánica y artesanal que el Cristianismo estaba formando, y que ciertamente llegaría muy alto.
En los países de las mejores razas de caballos de tiro se estaba logrando una selección genética más resistente, forzuda y dócil. En los de las ferrerías se producía ya una aleación metálica muy liviana, fuerte y dúctil para los carruajes, y para estos mismos, en los de los bosques la madera que se estaba obteniendo de los árboles injertados era mucho más ligera y resistente. En otras partes los talabarteros conseguían idear arreos más prácticos, finos, suaves y ornamentados. Mientras tanto los caminos se estaban pavimentando con argamasas que los harían más llanos y seguros, y los puentes más resistentes sin perder su señorial estética sobre el río que los refleja maravillosamente en todas las estaciones del año. Las postas de relevos más acogedoras y organizadas.
Sí, ciertamente el transporte terrestre con caballos seleccionados, carretas ligeras y cocheros cada vez más expertos, parecía dar un paso más en la vía del progreso.
Un día rugió un monstruo mecánico
Sin embargo un día, en algún lugar de la tierra rugió un monstruo mecánico desconocido movido por la explosión revolucionaria del vapor hirviendo, y más tarde del combustible inflamado. Había nacido el automotor y la prensa escrita de aquellos días alabó el invento profusamente.
Al principio la novedad comenzó a competir con las carrozas y carretas, berlinas, cabriolés, quitrines, calesas y diligencias. Los mansos caballos se espantaban, los cocheros se asustaban, la gente intentaba no dejarse atropellar, el ruido era simplemente infernal, el humo tóxico y el espectáculo dantesco en medio del polvero que se levantaba.
Nadie calculaba en aquel tiempo el saldo de contaminación, accidentes, lisiados y muertos que el invento traería. ‘¡Progreso es progreso!’ alardeaban los dueños del sector financiero dispuestos a invertir los ahorros del trabajo humano que ellos manejaban. También los productores de petróleo recientemente descubierto en cantidades asombrosas, se refregaban las manos. La idea era ir más rápido a todas partes con ruido y polución. ¡No importa!
El precio que pagó la humanidad entera y el propio planeta todavía no se ha podido cuantificar y tal vez no se pueda hacer nunca. Atrás queda un rastro de desastres y nervios excitados que no volverán a su estado de placidez normal. ¡Para eso están los sedantes y los psiquiatras!
El carro automotor a explosión y que se mide por las revoluciones de su máquina a la que se le puede graduar la velocidad y la fuerza, está siendo hoy día un auténtico dinosaurio mecánico. Por más cómodo y silencioso que se esté intentado fabricar, lo amenaza el carro eléctrico, menos veloz, sin ruido ni contaminación. Lo que mucha gente se pregunta hoy día es por qué estamos tan atrasados en perfeccionarlo y popularizarlo. Las revistas y páginas especializadas nos ilusionan con ese carro del futuro e incluso algunas ya hablan de vehículos impulsados por una pequeña turbina silenciosa a vapor porque no todo el mundo va a poder trasladarse en bicicleta o patineta.
Crear expectativas revolucionarias no es difícil, lo difícil es satisfacerlas, y eso trae frustraciones y resentimientos que algunos políticos están entrenados para canalizar y llevar a las sublevaciones sangrientas que destruyen lo que hasta hoy la humanidad ha alcanzado. Si la llamada nueva normalidad no va a responder a tantas ilusiones que le están metiendo en la cabeza a la opinión pública, para lo que debemos prepararnos es para una catástrofe social de tipo universal donde los peores acontecimientos no van a ser producidos por lo que llaman el cambio climático, sino por el cambio de temperamento de la gente cada vez más irritable, egoísta, inhumana y ambiciosa. ¿Será que eso es lo que está programado en algunos laboratorios de opinión pública? ¿Y cuál será entonces la sorpresa que tienen preparada? ¿Vendrá acaso de otra dimensión u otro planeta? Gracias a Dios todavía hay gente vigilante y prevenida aquí en la tierra que no ha olvidado rezar con fe, y este mes de octubre diariamente ofrecerá un ramillete de más de cincuenta rosas frescas a la Virgen María para que nos proteja.
Por Antonio Borda
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