Se refería a la eucaristía. Lo hizo en el Ángelus de 12 de junio de 2005. Repetía palabras de los 49 mártires de Abitinia, que a pesar de prohibidos, asistían secretamente a la misa.
Ciudad del Vaticano (06/05/2020 09:56, Gaudium Press) Benedicto XVI: una vez más su nombre vuelve a la palestra, con la publicación de último libre de Peter Seewald, Benedikt XVI, Ein Leben (Benedicto XVI, Una vida), volumen de casi dos mil páginas que ha aparecido en alemán, y pronto en otras cuatro lenguas. Se prevé una amplia difusión de la obra, no solo por su protagonista sino también porque los avances muestran que se han abordado polémicos e importantes tópicos.
Sin embargo, por estos días, donde el pedido de sacramentos se torna ya en un clamor universal, se recuerda una declaración hecha por el Papa emérito con ocasión del Ángelus del 12 de junio de 2005: “Reunirse con nuestros hermanos, escuchar la Palabra de Dios, nutrirse de Cristo, inmolado por nosotros, es una experiencia que da sentido a la vida, que comunica la paz del corazón”. Y agregaba: “Sin el domingo, nosotros, cristianos, no podemos vivir”.
Retomaba el Pontífice con estas palabras lo que decían los 49 mártires de Abitinia a inicios del S. IV, cuando prohibidos por el emperador romano de asistir al culto católico, continuaron a asistir en secreto. Fueron hallados en la eucaristía, y luego martirizados.
La Iglesia vive de la Eucaristía
Ya lo decía San Juan Pablo II, en su Encíclica Ecclesia de Eucharistia del 2003.
Es la eucaristía el sacramento que más confiere per se la gracia: “Su eficacia santificadora es enorme, puesto que no solamente confiere la gracia en cantidad muy superior a la de cualquier otro sacramento, sino que nos da y une íntimamente a la persona adorable de Cristo, manantial y fuente de la misma gracia. Una sola comunión bien hecha, bastaría, sin duda alguna, para elevar un alma a la más encumbrada santidad”. 1
Además, Cristo nos ha preceptuado la recepción de la eucaristía: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Jn 6, 51-58).
Repetiremos aquí las conclusiones del docto Royo Marín, cuando aborda los efectos de la Sagrada Comunión:
-La eucaristía nos une íntimamente con Cristo, y, en cierto sentido, nos transforma en Él.
-La eucaristía nos une íntimamente con la Santísima Trinidad.
-La eucaristía nos une íntimamente con todos los miembros vivos del Cuerpo místico de Cristo.
-La eucaristía nos aumenta la gracia santificante al darnos la gracia sacramental.
-La eucaristía nos aumenta las virtudes teologales, sobre todo la caridad. Y con ellas todas las demás virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo.
-La eucaristía borra del alma los pecados veniales, y en determinadas circunstancias incluso el pecado mortal.
-La eucaristía remite indirectamente la pena temporal debida por los pecados.
-La eucaristía preserva de los pecados futuros.
-La eucaristía es prenda inestimable de la futura gloria.
-La eucaristía, dignamente recibida, santifica en cierto modo el cuerpo mismo del que comulga.
-La eucaristía confiere al que la recibe dignamente el derecho a la resurrección gloriosa de su cuerpo. 2
Es comprensible, teniendo en cuenta todos los beneficios de la eucaristía, que los fieles la ansíen, y mucho, después de haber sido privados por tanto tiempo en estos días de ese beneficio. Incluso, aunque no sepan toda la rica teología que la Iglesia ha destilado sobre la eucaristía, el solo recordar los efectos que las buenas comuniones han tenido en sus almas, hacen que su deseo sea muy fuerte y crezca con los días.
Es la eucaristía, como lo hemos visto, un vehículo único para la unión con Cristo. Siendo así, las añoranzas de la eucaristía no son otra cosa sino añoranzas de la más estrecha unión con el propio Cristo, quien prometió que estaría con nosotros hasta el fin del mundo, particularmente con la eucaristía. (SCM)
1 A. Royo Marín. Jesucristo y la vida cristiana. BAC. Madrid. 1961 p. 501.
2 Cfr. A. Royo Marín. Teología Moral para Seglares – II. BAC Madrid. 1965. p. 205-213.
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