“Queda el nombre de vaticanista, inventado por Benny Lai y que permanecerá para siempre en la historia. Queda no solo el recuerdo, sino también el ejemplo…”
(12/12/2025 15:05, Gaudium Press) Es la primera vez en la historia de esta profesión que Benny Lai no ha visto ser elegido a un Papa. Murió poco después de la elección del Papa Francisco, y había seguido los Cónclaves que eligieron a Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Benny Lai no era solo parte de la historia del vaticanismo. Era la historia.
Por eso, me preguntaba qué habría dicho de este nuevo pontificado.
Cómo lo habría comentado, cómo habría juzgado las preguntas de los colegas. Porque, al final, Benny Lai observaba a los colegas con atención, ponderaba sus preguntas, trataba de leer en su interior.
Un poco como hacía con la galería de personajes que nos regaló durante su vida, y que se encuentran en sus diarios, “Mi Vaticano”, pero también en sus “Relatos vaticanos”. Un poco como hacía en la vida, cuando su modo de ser brusco no significaba distanciarse de las personas. Era, más bien, su lenguaje, su modo de acercarse, su provocación para comprender a partir de las reacciones. Benny Lai era un luchador de judo de las palabras y de las relaciones, jugaba a la defensiva sin descubrirse nunca, pero sabía atacar cuando era necesario, con una ironía cortante, y con esa sonrisa a medias que ponía cada vez que sabía que había dado en el blanco.
En los últimos tiempos de su vida, Benny Lai decía siempre que lo que estaba viviendo ya no era “su Vaticano”. En 2011, fue invitado a un Cortina Incontra, y es la única edición de la que hoy no logro encontrar el video. Pero recuerdo vívidamente lo que dijo, en un debate que giraba todo en torno a los libros escándalo sobre la Iglesia y sobre el primer Vatileaks: “La Iglesia ha dejado de ser ella misma. La Iglesia quiere ser demasiado secular”.
Laico de profesión y agnóstico por vocación de vida inicial y desencanto general, Benny Lai no era lo que se definiría “un beato”. Pero de la Iglesia había aprendido a apreciar el lenguaje. Había estudiado sus símbolos, había dado vida a la historia, había tratado de hacer plásticas y evidentes a las personas de Iglesia, y lo hacía porque de ellos le gustaba la coherencia, la capacidad de mantener un punto de principio, la pragmaticidad que nunca dejaba de lado la historia. El de los hombres de Iglesia era un equilibrio difícil, como lo era el de los periodistas que cubrían el Vaticano.
No puede sorprender, entonces, que Benny Lai haya construido su relación más privilegiada con el Cardenal Giuseppe Siri, a quien celebró como “El Papa no elegido” en un libro inolvidable. Porque el cardenal Siri era una persona franca, directa, que mantenía sin embargo su gracia en esta franqueza. Benny Lai no solo se reconocía en el cardenal Siri. Estaba fascinado por él.
Si Siri hubiera llegado a ser Papa, sin embargo, Benny Lai ciertamente no habría usado el privilegio de su conocimiento. Lo habría mantenido discreto, habría dosificado la información, prefiriendo enseñar en lugar de imponer.
El inicio del pontificado del Papa Francisco había sido, para Benny, una ruptura con el “Vaticano en voz baja” que él había relatado. No había visto más que los inicios, y los inicios le bastaron a Benny para notar la brecha, el cambio de paradigma. Ya no era un Vaticano que no usaba su lenguaje, como había dicho en Cortina Incontra. Había un paso ulterior, una brecha narrativa, casi como si la historia vaticana estuviera ahora filtrada a través de lentes diferentes, y entonces hubiera sobrevenido la vergüenza por quien se había sido. Porque la gloria no es algo de lo que huir, para caballeros como lo era Benny Lai. La gloria es para comprender, celebrar, abrazar, y vivir humildemente. Es un matiz esencial.
Pero hoy Benny no estaría entre los cantores del regreso a lo viejo, porque sabría que nada vuelve a ser igual a sí mismo. Apreciaría el regreso de algunos símbolos –la muceta roja, por ejemplo– pero probablemente ya estaría en la búsqueda de la nueva simbología, del nuevo lenguaje. Porque Benny Lai comprendía los signos de los tiempos, y trataba de anticipar los tiempos.
Hoy, más que hablar de León XIV, probablemente estaría hablando con los cardenales para entender qué está cambiando y qué no, para recoger pettegolezzi (rumores) en voz baja tratando de descifrar una tendencia en los nuevos lenguajes pontificios que pueda ser una apariencia de futuro.
Lo veo, y lo veo con su voz un poco ronca, pero intensa y de timbre decidido y perentorio, tomando a un cardenal en la calle, y preguntándole directamente: “Entonces eminencia, ¿este consistorio?” Y lo veo hoy observando, y tomando notas de cada detalle con su caligrafía que sabía a antiguo y nuevo, un poco gruesa pero tampoco demasiado. Porque Benny amaba los detalles invisibles, no los visibles.
Probablemente sería inmune a las polémicas sobre el rol de la información vaticana. No tanto porque no hubiera tenido críticas que hacer – ¡las habría tenido, y cómo! – sino más bien por el hecho de que a él le gustaba tener su lado original, y por tanto habría preferido encontrarse solo las noticias que nadie tenía. Al final, Benny Lai nunca había trabajado para una agencia.
Increíblemente, hoy Benny Lai estaría en la búsqueda de la novedad permaneciendo un hombre del viejo mundo. Paradójico, pero precisamente por eso verdadero, porque los seres humanos son paradójicos.
Pero recordar a Benny Lai significa recordar la primera generación de los vaticanistas. Un tiempo heroico, en el que se definía un oficio y se establecían sus confines. Era un tiempo más romántico, lejano luego de los fastos post-conciliares de la segunda generación de vaticanistas, llegados a menudo de la gran experiencia de los movimientos católicos y ya listos para saber qué pensar.
Benny Lai pudo ver sin embargo la tercera generación, es decir la mía, y ha dedicado a esta generación tiempo, enseñando a su modo “un poco brusco” (como lo definía él), con bromas cortantes y afirmaciones tranchant. Y hoy se siente mucho la falta de maestros como Benny Lai. Se siente la falta de alguien que pueda enseñar a la cuarta generación. Pero queda, de Benny Lai, el ejemplo. Quedan los libros, los artículos, las grabaciones de las entrevistas, algunos videos. Queda el nombre de vaticanista, inventado por Benny Lai y que permanecerá para siempre en la historia. Queda no solo el recuerdo, sino también el ejemplo.
(Nota de Andrea Gagliarducci en Vatican Reporting, 12-12-2025).





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