Aumenta el interés por el marino español. Pero aún no se conoce la verdadera proporción de lo que él hizo.
Redacción (11/03/2023 19:04, Gaudium Press) Así como ocurrió con el héroe de la Vendée Charette, el insigne marino Don Blas de Lezo tuvo su momento auge al final de su existencia, cuando defendió a Cartagena de Indias en 1741 de la mayor Armada de toda la Historia después de la que invadió a Normandía, comandada por el orgulloso almirante inglés Vernon. [1]
La desproporción de fuerzas era brutal:
Don Blas con solo seis barcos y 2.800 hombres derrotó a 180 naves, 15.000 tripulantes para esas embarcaciones, más de 8.000 soldados de infantería de desembarco con artillería de asedio, 4.000 milicianos americanos y 2.000 nativos jamaiquinos macheteros.
Y aunque el interés por su vida sigue creciendo y creciendo a pesar de los deseos de las tinieblas, que lo mantuvieron bajo el ostracismo por varios siglos inclusive en su propia Patria, decimos sin miedo que los católicos aún no hemos dimensionado lo que él hizo cuando entregó su sangre y vida, defendiendo La Ciudad Heroica de las fuerzas combinadas anglo-americanas y hasta de la incompetencia del propio Virrey español Eslava, que terminó convertido por envidia y mezquindad en su némesis pequeña.
De Lezo, gigante desde chico, que fue entregando heroicamente su vida literalmente a los pedazos, cuando en su bautismo de fuego frente a Málaga en plena guerra de sucesión española, y siendo solo un prometedor guardiamarina de 15 años, pierde su pierna izquierda aplastada por una bala de cañón, que debieron amputar en el propio barco en el que iba y con los métodos semi bárbaros de entonces de sierra y alquitrán. Pero tal fue su valentía en esos momentos, que el propio hijo de Luis XIV que comandaba la flota lo reconoce en gloria que quedó plasmada en letra escrita
O que cuando estaba defendiendo el fuerte de Santa Catalina en Tolón (Toulon, puerto francés del mediterráneo, en el momento en que se mezclaban las tropas españolas y galas), y con solo 18 años, entregó su ojo después de que una bala de cañón golpeara el parapeto que lo escondía, haciendo que una esquirla de piedra ahí se le incrustase. O que cuando ya siendo capitán de navío, comandante del Campanella, se acerca tanto en su buque a la asediada Barcelona que una bala de mosquete de los defensores le atraviesa su antebrazo derecho, quebrando carnes y tendones y ocasionándole la inmovilidad de esa extremidad del codo hacia abajo. En contra del consejo y para sorpresa de los enfermeros siguió luchando, vendado y sangrando.
Alguna razón tenían, las afiladas lenguas de caballeros y damas cartageneras que despotricaban, al decir que ese lejano rey de España no debía querer mucho su joya colonial de América, cuando les había mandado no uno sino medio general… pronto se darían cuenta, mucho antes del asedio de Vernon, que el general “Pata de palo” valía por mil, por diez mil y más.
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Pero volviendo al tema, para comenzar a percibir lo que fue esta gran gesta cartagenera, aquello que consiguió, lo que preservó y lo que impidió, sirve mucho el diálogo ideado por Pablo Victoria con base en la más pura realidad, entre Lawrence Washington –hermano de George Washington y quien participó del ataque a Cartagena con varios miles de milicianos norteamericanos– y su padre Augustine, cuando Lawrence le anunciaba que participaría de la expedición y buscaba vencer la reticencia del patriarca Washington:
– Tal vez tu ignores que los españoles son un peligro para nuestro sistema de vida y gobierno colonial… decía Lawrence al patriarca.
– ¿A qué te refieres? – preguntó su padre.
– Me refiero a que en las posesiones españolas las razas inferiores están en pie de igualdad con los blancos; en Cuba y Puerto rico hay inferiores que están en pie de igualdad con los blancos; en Cuba y Puerto rico hay universidades donde los negros son admitidos sin reparo. El poder político está distribuido en por lo menos el 75 por ciento de la población, independientemente que se trate de negros, mestizos o indios… Aquí el poder lo tenemos nosotros los blancos, y tú no me podrás decir que estos españoles no mantienen un sistema de vida que es anárquico y perjudicial para todo el entorno colonial.
– Creo que exageras, porque en la América española hay también esclavos… ¡Trae más vino, John! – exclamó girando la cabeza hacia el corpulento negro vestido de librea blanca.
– Claro que los hay, padre, pero la proporción de gente libre es muchísima mayor… En la llamada Nueva España (México), por ejemplo, casi no se encuentra ni un solo esclavo… Mira, te pongo un ejemplo: el rey de España ha concedido a una familia de color todos los privilegios de los blancos, incluyendo el de arrodillarse sobre alfombras en la iglesia… ¿Qué te parece? ¡Eso es escandaloso!
– Bueno, debo conceder que eso es inusual e intolerable… Que los negros se arrodillen junto con los blancos en sus iglesias… pues, le viene bien a esos católicos y que coman de su propio plato… estamos viviendo tiempos terribles, Lawrence. Bueno…, pero esto no será tan grave si nuestros esclavos no se enteran de lo que sucede en la América española… (…)
– Creo que bromeas, padre… – dijo Lawrence Washington mirando al viejo Augustine. – ¿Sabías que esos españoles enseñan su catecismo a los indios en las misiones? ¿Y para qué se los enseñan? Nuestros teólogos ya han considerado la inexistencia del alma de esas gentes… Eso es sabido, padre. Y, claro, como suponen que tiene alma, los tratan de manera distinta, cuando nosotros sabemos que hay que tratarlos fuerte, a látigo muchas veces, para que entiendan quienes son sus amos y cómo comportarse.. Es posible que desconozcas que los españoles no se rigen por el Code Noir (Código francés para disciplina y comercio de esclavos, terrible) y que sus leyes, al contrario favorecen la manumisión (adquisición de la libertad)… (…).
– ¿Qué dices, Lawrence? – preguntó Augustine incrédulo.
– Pues, lo que oyes. Escucha: la legislación española le da ciertos derechos al esclavo. Por ejemplo, el de buscarse un amo mejor; el de casarse como se le antoja y con quien se le antoje; el de rescatar su libertad al precio mínimo del mercado; el de ganársela por sus servicios; el de ser propietario y el de comprar la libertad de su mujer e hijos… ¿Quieres que te siga enumerando las diferencias?
– Veo que te han enterado muy bien de los enemigos a quienes quieres combatir – agregó Augustine. Hubo algunas risillas disimuladas en la mesa.
– Así es. Y te pongo otro ejemplo para que compares: las leyes que Inglaterra dictó en Barbados en 1688 y las más recientes, las de las Bermudas, de 1730, permiten que no se persiga al amo que durante un castigo mate a su esclavo… Esto sería inadmisible en el sistema español. ¿Qué se creen esos tipos? Además, más pronto que tarde todo el mundo sabrá que hasta los indios han alcanzado un nivel de vida en muchos casos comparable al de los blancos. Mira: son tales las riquezas que esos españoles han acumulado que en México hay que trabajar menos para comprar carne que en París o Londres… En Caracas se come siete veces más carne por habitante que en París – concluyó meneando la cabeza con asombro.
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Lo que Blas de Lezo impidió, pues, venciendo a Vernon, fue la desaparición del bello ramillete de naciones que estaba naciendo y que hoy constituyen buena parte de América Latina, aún esperanza para la humanidad. Porque el plan de los ingleses era no solo Cartagena y de ahí el corazón del virreinato de la Nueva Granada, sino con estos agonizados, atacar todas las posesiones españolas del pacífico americano.
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Pero no. España era Madre de naciones, Inglaterra propiamente de nuevas naciones, no. Porque España era católica, e Inglaterra y prohijados, no. Y Dios quiso ayudar a esta Madre, obsequiando al mundo con el sublime regalo de un gran héroe católico.
Por eso Don Blas, haciendo que Vernon y Washington regresaran a sus tierras con el rabo entre las piernas, realizó una gesta que puede ser comparada de cierto modo a la de Carlos Martel, cuando venció a los musulmanes en Poitiers.
Don Blas de Lezo a diferencia de Charette venció. Aunque poco después murió, si no directamente por las heridas de batalla probablemente por la fiebre tifoidea que cundió en las batallas. Murió en el olvido como consecuencia de las calumnias del envidioso Virrey Eslava.
Esa victoria todavía está por ser conquistada: la de que Don Blas sea para estos pueblos agradecidos, más conocido y venerado que el inflado y de plástico Supermán.
Por Saúl Castiblanco
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[1] Para la elaboración de estas líneas, aunque consultadas varias obras, tomamos como base fundamentalmente el magnífico libro de Pablo Victoria, El día que España derrotó a Inglaterra – Blas de Lezo, Tuerto, Manco y Cojo destrozó a la mayor Armada inglesa.
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