miércoles, 10 de septiembre de 2025
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Cardenal Müller compara a Gran Bretaña actual con Alemania nazi

El Cardenal alemán envío un saludo al congreso “Le Tavole di Assisi” el pasado 6 de septiembre.

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Redacción (10/09/2025 09:29, Gaudium Press) En Inglaterra, uno puede acabar en prisión por rezar ante una clínica abortista por la vida de los no nacidos, del mismo modo que en la Alemania nazi el deán de la catedral de Berlín, Lichtenberg, murió en 1943 bajo custodia de la Gestapo solo por haber rezado por los judíos perseguidos.

El cardenal Gerhard Ludwig Müller ha enviado un saludo al congreso Le Tavole di Assisi el 6 de septiembre de 2025 sobre el tema propuesto: «La nueva presidencia de EE. UU. ¿Trono y altar juntos de nuevo? ¿Una oportunidad para Occidente cristiano?»

A continuación el saludo, en versión de Infocatólica:

Queridos amigos:

Lamentablemente no puedo estar presente en persona en vuestro importante evento en Asís los días 6 y 7 de septiembre de 2025. Esta semana me encuentro en Polonia en tareas pastorales, con misa y predicación en una gran conmemoración jubilar en la diócesis de Lyck, y dando una conferencia en Białystok sobre el transhumanismo y sus consecuencias antihumanas.

Desde el punto de vista católico no puede haber un matrimonio entre trono y altar, como ocurre en el modelo del Imperio Alemán dominado por el protestantismo en tiempos de Bismarck, y tal como corresponde a la concepción luterana del príncipe como obispo de una iglesia regional.

La Iglesia católica, que como comunidad invisible de gracia con Dios y como institución visible y sacramental —fundada en el Dios-Hombre Cristo como su cabeza— es inseparable, se debe exclusivamente a Dios en su origen, en su actuación y en su misión, y por tanto es absolutamente independiente de cualquier poder terrenal. Pero cuando el Estado cumple su cometido de servir al bien común y cuando el poder estatal reconoce los derechos humanos inalienables como fundamento y límite de su actuación en el poder ejecutivo, legislativo y judicial, entonces puede haber cooperación entre Iglesia y Estado, por ejemplo en los ámbitos de la educación y la formación, en las instituciones sociales y caritativas.

En los Estados modernos, conviven pacíficamente personas de distintas religiones y cosmovisiones, siempre que la Constitución, la jurisprudencia concreta y la legislación se orienten por la ley moral natural, que permite distinguir infaliblemente entre el bien y el mal en la razón de la conciencia de cada persona. Los ideólogos nazis sabían en su conciencia que matar a personas inocentes era un crimen ante Dios y ante los hombres. Pero adormecieron su conciencia con su ideología racial, según la cual los judíos y otros pueblos (como los eslavos, por ejemplo) no eran seres humanos de pleno derecho y por tanto no se aplicaba, en ese caso, la ley inscrita en el corazón de todo ser dotado de razón: «No matarás» (Éx 20,13; Deut 5,17). Lo mismo ocurre con los ideólogos del aborto, que saben que el niño en el vientre materno es un ser humano individual al que no se debe matar. Pero para encubrir el crimen, afirman que los niños en el vientre aún no son personas con plenos derechos, y que por tanto se les puede matar si se considera necesario. Para acallar sus propios remordimientos, criminalizan a los defensores del derecho a la vida de los no nacidos. En Inglaterra, uno puede acabar en prisión por rezar ante una clínica abortista por la vida de los no nacidos, del mismo modo que en la Alemania nazi el deán de la catedral de Berlín, Lichtenberg, murió en 1943 bajo custodia de la Gestapo solo por haber rezado por los judíos perseguidos.

Lo mismo se aplica a la locura de género, que convence a adolescentes en plena pubertad de que pueden cambiar de sexo y los empuja, con la auto-mutilación asistida, a una miseria física y un sufrimiento psíquico de por vida. Por eso, todo católico en EE. UU., y especialmente el episcopado, debe estar agradecido al gobierno de Trump, porque en la potencia líder del Occidente libre se vuelve a tomar como fundamento de la acción estatal la ley moral natural, que es reconocible en la razón de todo ser humano consciente como norma ética.

El papa León XIV ha dejado claro recientemente que la conciencia de los políticos católicos no puede dividirse (en el sentido de la falsa doctrina de la doble verdad) en un ámbito privado, en el que obedecen a Dios y siguen las enseñanzas de la Iglesia de Cristo, y un ámbito público, en el que se rigen por la lógica de las luchas de poder de sus partidos. En la vida privada como en la pública, los católicos somos responsables ante nuestra conciencia, en la que Dios nos interpela directamente a hacer el bien y evitar el mal. No esperamos de un gobierno secular ni de los católicos que trabajen en él que promuevan el cristianismo como fe sobrenatural en la revelación de Dios en Cristo con medios estatales o que hagan lobby en favor de la Iglesia como institución. Pero sí exigimos de todo Estado que tome como base de toda actuación en la administración, la legislación y la jurisprudencia la ley moral natural, cuyo centro es la inviolabilidad de la dignidad de toda persona humana. Y estamos dispuestos, como Iglesia en su conjunto y nosotros como católicos individuales en nuestras profesiones y ámbitos de responsabilidad, a colaborar en la construcción de una comunidad justa, libre, social y solidaria, tanto en nuestro propio pueblo como en la comunidad mundial de los pueblos, tal como lo describió el Concilio Vaticano II en la constitución pastoral «La Iglesia en el mundo actual. Gaudium et spes», y como ya nos orienta la doctrina social de la Iglesia desde León XIII. Por tanto, seguimos la palabra de Jesús: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22,21). Pero en caso de conflicto, prevalece la interpretación auténtica de esta palabra de Jesús por el supremo magisterio de san Pedro ante el Sanedrín: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29).

Cardenal Gerhard Müller

Publicado originalmente en Kath.net

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