En el capítulo final de su último libro “De Buena Fe”, el Cardenal alemán trata de El Dilema Chino.
Redacción (28/02/2023 10:02, Gaudium Press) Terminamos con estas líneas las notas que nos propusimos sobre el último libro del Cardenal Gerhard Müller, In buona fede. La religione nel XXI secolo (De buena fe – La religión en el siglo XXI). Hoy intentaremos resumir las razones por las cuales el purpurado alemán critica los términos y efectos del acuerdo que desde hace unos años vigora entre la China comunista y la Santa Sede, expresadas en el último capítulo de la obra que lleva por título Il Dilema Cinese (El Dilema Chino).
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“Con el diablo no se puede negociar”, sentencia desde el inicio el antiguo prefecto de Doctrina de la Fe.
Ese acuerdo, con “cláusulas desconocidas”, no impide que para “los sacerdotes católicos chinos que pertenecen a la Iglesia fiel a Roma sean incluso previstos cursos de actualización con la evidente intención de control de la estructura católica. Existe además una carta enviada por el Cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin, en la cual se autorizan a los sacerdote chinos a firmar una carta que impone estos cursos de adoctrinamiento”, deplora Müller.
Mejor el ejemplo de San Ambrosio
El Cardenal advierte la insistencia de la diplomacia vaticana en ser “discretos” con relación a los chinos, pero si se sigue en esa vía “terminaremos como Hilarion, el metropolita [ortodoxo] ruso que ha sido transferido por Putin porque había osado criticar la guerra en Ucrania. La Iglesia católica china no puede convertirse en una especie de monaguillo estatal, garantizando un sostenimiento a-crítico al partido comunista. No puede servir a la razón de Estado. Ambrosio, siendo obispo de Milán, no tuvo escrúpulo en contestar al emperador Teodosio. Era el último emperador del Imperio romano, responsable de una grave matanza en Tesalónica con setenta mil muertos. Teodosio habría querido ingresar a la catedral, pero Ambrosio lo detuvo pidiéndole un acto de penitencia, y haciéndole entender que como cristiano que era debía ser tratado como todos los otros cristianos y que debía respetar los principios de la vida y no matar personas inocentes. Estos han sido los grandes modelos episcopales que la Iglesia tiene y en los cuales debemos continuar a inspirarnos”.
En sentido diverso, el Cardenal Müller hace el elogio del Obispo emérito de Hong Kong, Cardenal Joseph Zen Ze Kiun, que llega a calificar de “cardenal símbolo”, y quien continúa la estela de grandes purpurados que lucharon contra el comunismo como el Cardenal ucraniano Slipyi, el Cardenal Mindszenty o el Cardenal polaco Wyszynsky.
Lamenta eso sí, la falta de apoyo que de parte del Vaticano ha tenido el Cardenal Zen: Con respecto a los ataques recibidos por parte de los comunistas chinos hacia “Zen la Santa Sede no ha nunca tomado posición neta públicamente. Hasta ahora ha adoptado una actitud prudente y de cautela, tal vez incluso ambivalente, para no tornar peor la situación, para no arriesgar que hubiesen reacciones negativas, en cadena, sobre los católicos chinos. Sin embargo, la Iglesia debería ser un faro por la defensa de los derechos humanos según una visión cristiana evangélica, testimoniada. Debería hablar abiertamente también sobre las situaciones que se refieren al Estado en las cuales son regímenes de corte comunista y donde la libertad que tienen los ciudadanos es limitada, a comenzar por la libertad religiosa”.
La China de Xi, amenaza mundial
La China de Xi Jinping, “no el pueblo chino en cuanto tal”, es “una potencial amenaza [para el mundo], puesto que tiende a destruir la libertad de conciencia. Cada hombre debe tener la facultad de buscar la verdad y decidir libremente, pero en China esto no ocurre”.
“El partido [comunista] tiene el control sobre estas personas [los chinos] y se presenta con las dinámicas de una autoridad absoluta, pre-existente a todo. El presidente Xi se pone casi como un dios, se ha absolutizado con el paso de los años, rechaza aceptar la libertad de conciencia, el pluralismo y la libertad de religión. Quiere alinear, controlar, uniformizar, tanto que hoy en China es considerado un crimen, un acto hostil, creer en un otro dios (que no sea Xi). Están prohibidos los crucifijos en las casas de los cristianos, y las cruces en muchos lugares de la China. (…) Nosotros conocemos solo una mínima parte de esta realidad y solo porque ha habido fuga de noticias”.
Sin embargo, a pesar de todas las persecuciones, el Cardenal Müller vaticina que la China de Xi “no prevalecerá sobre el cristianismo, no conseguirá sofocarlo”.
Sin mucha presencia de los católicos chinos a la hora de la firma
Acerca de la intención vaticana al firmar un acuerdo con la China, dice el Cardenal que se ha “considerado el mal menor, en la tentativa de llegar a un compromiso aceptable. Lo que me hace escéptico es que todos aquellos que conocen bien la situación china, como por ejemplo el Cardenal Zen (pero no es el único), continúan a repetir que el acuerdo da ventajas exclusivas al ateísmo comunista”. Destaca el purpurado que cuando el acuerdo fue firmado en Pekín en la delegación católico “no estaban presentes los teólogos chinos. Cuando Pío XI promulgó la encíclica Mit Brennender Sorge [de 1937, contra la ideología nazi] antes de la publicación hubo largas consultas con los obispos alemanes. El acuerdo chino, al contrario, carece de las opiniones de los expertos locales”.
“Yo veo solo una Iglesia que corre el riesgo de ser sometida, domesticada a los políticos del partido. Es también posible que al Papa le haya sido transmitida una visión ideal de la China, un modelo idealizado, de una epopeya lejana, donde tuvieron gran papel los jesuitas en los tiempos de Matteo Ricci. Recientemente me ocurrió incluso de escuchar a un obispo que aseguraba que en China la autoridad civil está realizando la doctrina social de la Iglesia porque el Estado ha derrumbado el muro de la pobreza para centenas de millones de personas. Naturalmente abrí de par en par los ojos, no llegaba a creer aquello que estaba escuchando: Todos saben bien que Pekín no respeta la esencia de la persona, la libertad, la fe individual. No se puede relativizar todo de este modo porque se minan los fundamentos de la coexistencia humana. Un otro tema que la Iglesia deberá retomar en la predicación pública futura será la así llamada ideología gender, cuyos efectos son peligrosos”. (Gaudium Press / Saúl Castiblanco)
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