Si Bergoglio escogió Francisco, no sería sorprendente que Prevost escogiese ‘Agunstín’.
Foto: Vatican News
Redacción (06/05/2025 11:00, Gaudium Press) Con el delicado estado de salud del Papa Francisco y la inevitable expectativa en torno a un futuro cónclave, comenzaron a surgir los nombres de posibles sucesores de San Pedro. En un escenario eclesial globalizado, cada nuevo nombre revelaba algo sobre los rumbos de Iglesia y también sobre las tensiones internas que la atraviesan. Entre los cardenales cuya estrella ha surgido recientemente en el horizonte romano, se destaca un norteamericano poco conocido fuera de los círculos más atentos: el cardenal Robert Francis Prevost, O.S.A.
No se trata de una figura mediática ni de alguien con gran visibilidad pública. Pero, como bien observa el vaticanista John Allen Jr. en su columna habitual en Crux, Prevost se ha vuelto ‘papabile’ casi sin quererlo, debido a su posición actual, su trayectoria y, en particular, su confiabilidad junto al Papa Francisco.
¿Será él, después del primer Papa jesuita, el primer Papa agustino de la historia?
Robert Francis Prevost nació en Chicago el 14 de septiembre de 1955. Ingresó en la Orden de San Agustín en 1977 y fue ordenado sacerdote en 1982. Sus primeros años de ministerio no los pasó en los centros eclesiásticos de los Estados Unidos, sino en el norte de Perú, en la Diócesis de Trujillo, donde sirvió como párroco y educador. Allí se dedicó a la formación de seminaristas, a la enseñanza del Derecho Canónico (es doctor en derecho canónico del Angelicum) y al servicio pastoral entre los pobres, un inicio de vida eclesial que lo marca con el sello de la misión y de la periferia, tan querido por Francisco.
Durante casi dos décadas, el joven agustino dividió su tiempo entre la vida académica y el trabajo pastoral. En 1999 regresó a Estados Unidos para ser nombrado prior provincial de su orden en Chicago y en 2001 fue elegido Prior General de la Orden de San Agustín, cargo que ocuparía durante dos mandatos, hasta 2013. Fue en este cargo que se familiarizó con la realidad internacional de la Iglesia y adquirió una sólida experiencia administrativa y diplomática, lidiando con conflictos internos, reformas disciplinarias y desafíos de formación.
Al final de sus dos mandatos, y ya con más de 60 años, Prevost podría haberse retirado pacíficamente a alguna función tranquila en su Orden religiosa. Pero su historia tomaría otro giro.
En 2014, el Papa Francisco lo nombró administrador apostólico de la diócesis de Chiclayo, en Perú, que vivía un período de vacancia y dificultades internas tras la gestión de Mons. Jesús Moliné Labarta. Prevost fue nombrado administrador apostólico y más tarde obispo de esta diócesis periférica. Una vez más, el camino de Prevost fue el de la misión, la reconstrucción y el servicio, gobernando sin ostentación o ambiciones.
Durante sus años en Chiclayo, el entonces obispo se destacó por su prudencia y firmeza. Enfrentó crisis políticas locales, participó en iniciativas sociales y, sobre todo, supo mantener unida la diócesis. En un país que atravesaba convulsiones políticas y donde la Iglesia desempeñaba un papel mediador, el estilo reservado pero eficaz de Prevost reveló su capacidad como líder eclesial.
Pero la etapa más importante de su carrera aún estaba por llegar.
En enero de 2023, el Papa Francisco lo llamó a Roma para asumir uno de los roles más poderosos en la Curia Romana: dirigir el Dicasterio para los Obispos. Este es el órgano encargado de analizar y aprobar el nombramiento de prácticamente todos los obispos del mundo, con excepción de las Iglesias orientales.
Esta elección decía mucho de la confianza de Francisco en Prevost. Se necesitaba alguien con un sólido perfil canónico, sensibilidad pastoral y, sobre todo, lealtad a la visión del pontífice para prolongar su legado. Prevost parecía reunir todas estas cualidades y no tenía los vicios de ciertos clérigos de carrera italianos.
Como recuerda John Allen Jr., este nombramiento tuvo un impacto considerable: “Ser responsable de elegir obispos en todo el mundo es quizás la manera más decisiva de forjar el futuro de la Iglesia. Y Prevost, con su estilo tranquilo y discreto, parece haber entendido exactamente lo que Francisco quiere: pastores con olor a oveja, no príncipes de la Iglesia”.
Vale la pena recordar que el cardenal Prevost fue creado cardenal en el reciente consistorio de septiembre de 2023, con el título de cardenal-obispo de Albano. Esto ya sería suficiente para colocarlo entre los cardenales de prestigio en la Curia. Pero su influencia va más allá de su cargo: personifica, con serenidad, un modelo de obispo que Francisco desea legar a la Iglesia.
En el plano teológico y pastoral, Prevost no destaca por posiciones arrojadas. Es fiel al magisterio, equilibrado en sus intervenciones y celoso respecto a la ortodoxia. En Chiclayo no participó en iniciativas polémicas. Tampoco es un reformador radical, como algunos cardenales de los círculos alemán o estadounidense.
Esta sobriedad puede verse como una virtud y como un límite. Para algunos, carece de carisma mediático. Para otros, su perfil excesivamente administrativo puede ser un problema. Pero, como bien señala John Allen Jr., quizá sea precisamente ésa su fuerza: “En un cónclave marcado por la polarización, ganan fuerza los cardenales discretos, fiables, que no dividen sino que unen”.
Prevost es multilingüe (habla con fluidez inglés, español, italiano, francés y portugués, además de leer alemán y latín) y tiene gran facilidad de articulación con los diversos sectores de la Iglesia. Su dominio del Derecho Canónico le convierte en un referente técnico y jurídico. Además, es un religioso: pertenece a la Orden de San Agustín. Esto le confiere una cierta distancia con relación a las estructuras del clero diocesano y al mismo tiempo una experiencia universal de la vida consagrada.
Entre bastidores: lo que dicen en Roma
Fuentes cercanas al Dicasterio de los Obispos informan que Prevost ha desempeñado sus tareas con meticulosa atención. A pesar de su poco tiempo al frente del dicasterio, no parece un novato en el cargo. Recibe personalmente a los candidatos al episcopado, escucha a obispos y nuncios, evita los favoritismos y busca formar un episcopado global que combine la fidelidad doctrinal con la sensibilidad pastoral.
Según un obispo francés citado en College of Cardinals Report , “él hace preguntas inteligentes y escucha atentamente, con respeto. Uno se siente en presencia de alguien que realmente se preocupa por el futuro de la Iglesia”. Esta descripción contrasta con ciertos cardenales que utilizan su cargo para autopromocionarse o para interferir políticamente en el cónclave.
En la práctica, Prevost ayudó a dar forma al episcopado del pontificado de Francisco, con nombramientos más sinodales, pastores cercanos al pueblo y menos centrados en los títulos eclesiásticos. Esta acción puede leerse tanto como una continuación del papado actual como como una preparación para el futuro.
Ningún cardenal es inmune a las críticas y con Prevost no es diferente. Algunas voces dentro y fuera de la Iglesia han señalado omisiones de su parte ante las denuncias de abusos cuando era Prior General de los Agustinos o incluso obispo en Perú. Estas acusaciones, si bien no han generado procedimientos formales, constan en artículos y dossiers críticos.
Es difícil evaluar cuánto podría pesar esto en un cónclave. En tiempos de tolerancia cero ante los escándalos, incluso las sospechas no confirmadas pueden empañar las candidaturas. Por otra parte, como señala Allen, a Prevost no es visto ni como encubridor ni como cómplice, y su reputación personal de integridad aún prevalece entre los cardenales.
Otro factor que pesa en contra de Prevost es… ser estadounidense.
La elección de un Papa norteamericano siempre ha sido vista con escepticismo dentro de la Curia. El temor es que Estados Unidos —ya una superpotencia política y económica— domine también espiritualmente a la Iglesia, lo que provocaría reacciones especialmente en Asia, África y Europa.
Este tabú, sin embargo, se está relativizando cada vez más. El Papa Francisco ha nombrado a varios estadounidenses para puestos clave, incluidos Kevin Farrell y Blase Cupich. Y el hecho de que Prevost viviera muchos años fuera de Estados Unidos, especialmente en Perú, ayuda a suavizar su imagen de ‘yanqui’.
Como señala John Allen Jr., “Prevost es quizás el menos estadounidense de los estadounidenses de la Curia. Su español es perfecto, su temperamento es latino y su vida religiosa le da una perspectiva global”. Su rostro moreno y su sonrisa afable no transmiten la apariencia de un “cowboy” o de “red neck”. En este sentido, puede ser considerado un ciudadano del mundo, que gobernaría para el Orbi y para la Urbe.
Posibilidades reales en el Cónclave
En un posible Cónclave en 2025 o 2026, Prevost podría surgir como el nombre de consenso. Probablemente no será la primera opción de ningún grupo. Pero podría ser la segunda opción de todos. Esto lo convierte en una opción muy viable, como lo fueron Joseph Ratzinger en 2005 y Jorge Mario Bergoglio en 2013.
Cardenales más progresistas tal vez lo vean como alguien que mantendría el espíritu sinodal de Francisco sin los excesos del argentino. Cardenales más conservadores no lo rechazarían, debido a su ortodoxia doctrinal y su conocimiento jurídico. Los latinos lo reconocerían como uno de los suyos, los africanos apreciarían su firmeza y los europeos respetarían su aplomo.
Además de ocupar una de las posiciones más estratégicas en la Curia Romana, como Prefecto del Dicasterio para los Obispos, el Cardenal Robert Prevost tiene un conocimiento privilegiado de la vida y de los desafíos de la Iglesia en los cinco continentes. Sabe quiénes son los cardenales, conoce las realidades de las diócesis, sigue los nombramientos episcopales y mantiene un diálogo constante con decenas de nuncios apostólicos repartidos por el mundo. Su papel no se limita al gobierno de un dicasterio: Prevost forma parte también de otros órganos importantes de la Curia, como el Dicasterio para la Evangelización (Sección para la Primera Evangelización y las Nuevas Iglesias Particulares), el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el Dicasterio para las Iglesias Orientales y el Dicasterio para el Clero.
Esta combinación de experiencia pastoral internacional e inserción en el corazón de la maquinaria eclesiástica romana le da al cardenal norteamericano una evidente ventaja estratégica en un Cónclave.
Después del primer jesuita… ¿el primer agustino?
La historia de los papas es también una historia de órdenes religiosas. Ha habido papas benedictinos, franciscanos, dominicos y jesuita. Pero nunca un agustino. La elección de Prevost daría a la Orden de San Agustín un lugar inédito en la historia de la Iglesia y simbolizaría un giro hacia la tradición del corazón, la interioridad y la conversión, tan presente en los escritos del Doctor de Hipona.
Los agustinos, de hecho, nunca fueron una orden de poder. Están más vinculados a la educación, a la reflexión teológica y al trabajo pastoral. La elección de un Papa agustino, después de un jesuita, indicaría una continuidad en la elección de Papas religiosos, con un perfil menos monárquico y más servidor.
Conclusión: Ironías de la historia y memes de la Providencia
De ser elegido, Prevost pasaría a la historia como el primer Papa agustino, el primer estadounidense y el segundo religioso en los últimos tres pontificados. Pero más que eso: sería el Papa que formó a los obispos del mundo durante un breve período del reinado de Francisco, un arquitecto silencioso del episcopado actual que ahora asumiría el propio trono de Pedro.
La ironía es interesante: un Cardenal que decidía quién era obispo durante el pontificado de Francisco, se convierte él mismo en obispo de Roma. Y para completar, sería un estadounidense que piensa de manera completamente opuesta al estilo de Donald Trump, cuyos partidarios, al enterarse de un “Papa estadounidense”, podrían pensar por un momento que el MAGA ha llegado al Vaticano. Hasta depararse con un tipo que usa sandalias agustinas, habla mejor español que inglés y escucha antes de juzgar. Y quién sabe, detrás del cónclave, la Providencia podría volver a sonreír con uno de esos memes que sólo el Espíritu Santo sabe dibujar.
Por Rafael Tavares – Especial para Gaudium Press
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