miércoles, 12 de marzo de 2025
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Céline, hermana de Santa Teresita: con su cámara en el convento, una mezcla de arte y santidad

Céline Martin, hermana de Santa Teresita de Lisieux, fue una monja pionera en la fotografía, capturando momentos únicos de la vida religiosa y dejando un legado visual de santidad y devoción.

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Foto: Céline a la izquierda y a su lado su hermana Santa Teresa de Lisieux

Redacción (11/03/2025 11:50, Gaudium Press) 1869, año en que nació Céline Martin, más conocida como Sor Genoveva de la Santa Faz. Ella fue la confidente y hermana mayor de Santa Teresita de Lisieux, la más privilegiada de los secretos del corazón de su hermana, a quien Teresa confió sus descubrimientos espirituales.

Céline también fue figura fascinante en la historia del Carmelo de Lisieux, hija de padres santos, Luis y Celia Martin. Céline pasó a la historia no solo por ser parte de una familia ejemplar de santidad, sino también por su inusual talento para la fotografía, un arte poco común entre las religiosas de su época.

Creció en un entorno profundamente religioso, y a lo largo de su vida destacó por su gran habilidad diferentes campos; tenía un espíritu tenaz, un corazón de artista y una mente de ingeniera. “Me gustaba mucho hacer inventos y entender su mecanismo. Como tenía una máquina de coser, la desmontaba por completo y, después de limpiar cada pieza, las volvía a colocar en su sitio. También sabía cómo hacerla funcionar”, se afirma en su biografía.

Céline, una artista multifacética

Esta ‘artista’ multifacética ganó varios premios en matemáticas, y desarrolló su talento en diferentes áreas como la pintura, la galvanoplastia –proceso que sirve para dotar a un material metálico de un revestimiento resistente a la corrosión– y, por supuesto, la fotografía. No solo incursionó en diferentes campos sino que mostraba una gran habilidad en cada uno de ellos.

Sin embargo, el arte de la fotografía que ella desarrolló dentro del convento, ayudó a que el mundo conociese de la espiritualidad de un monasterio de clausura.

Tras la muerte de su padre, Céline ingresó al convento de las Carmelitas de Lisieux en 1894, tomando el nombre de Sor Genoveva de la Santa Faz. En el claustro, su talento artístico no solo fue reconocido, sino también acogido. Le permitieron llevar con ella una cámara fotográfica, algo sorprendente para la época: una caja de madera de 13×18, con una lente ‘Darlot’. Utilizaba un proceso de placa seca o “ferrotipo”, técnica fotográfica del siglo XIX.

El proceso de la fotografía era laborioso: se recubrían delgadas placas de hierro con una mezcla de colodión y nitrato de plata fotosensible, que luego se exponían a la luz. Tras ser reveladas, fijadas y barnizadas al instante, resultaban en imágenes duraderas, detalladas.

Algo que hacía a Céline única era que, además de su destreza técnica, fue una de las primeras personas, y la primera monja, en capturar la vida dentro de un convento.

En lugar de ser una observadora externa, como era común en los fotógrafos de la época, Céline tuvo acceso directo al corazón de la comunidad carmelita. Utilizó su cámara para documentar la vida en clausura, lo que representaba una novedad en la historia de la fotografía religiosa. Su trabajo ofreció al mundo una visión inédita de la vida de las monjas, así como de los momentos cotidianos de las religiosas en su devoción a Dios.

Así mismo  logró capturar imágenes notables que siguen siendo icónicas en el mundo católico. Su habilidad para preparar las escenas, hacer posar a los sujetos y capturar la esencia de la vida en clausura le permitió crear un legado visual que ha perdurado a través de los años. Las imágenes que Céline tomó siguen siendo un testimonio conmovedor de la vida de las monjas, su devoción y su espiritualidad.

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Un legado visual de santidad

Entre las 41 fotografías que tomó, se encuentran algunas de las imágenes más representativas de su hermana, la doctora de la Iglesia. Céline capturó momentos trascendentales en la vida de la santa, desde su entrada al convento hasta su muerte.

Más allá de su pasión por la fotografía, lo que movía a Céline era su profunda devoción a Cristo. En sus escritos, expresó cómo cada ocupación, por más mundana que pareciera, la acercaba a su Creador. Para ella, la belleza en el arte y la vida cotidiana siempre fue un medio para elevar su alma hacia Dios.

“Desde el primer momento en el que buscamos su reino y su justicia, Él se alegra de nosotros. Incluso en ocupaciones que no tenían como meta inmediata la eternidad, siempre me entregué a ellas con la intención de encontrar allí alguna belleza que me acercara a mi Creador. Además, no era difícil, todo me elevaba hacia Él, incluso las cosas que naturalmente deberían haberme alejado de Él”, escribió.

Céline Martin vivió una vida dedicada a la contemplación, el arte y la oración. Su legado como la primera monja fotógrafa es un testimonio de cómo el arte puede ser una herramienta poderosa para transmitir la belleza espiritual y la santidad. Hoy, sus fotografías no solo nos permiten conocer mejor la vida en clausura, sino que también nos invitan a reflexionar sobre la intersección entre la fe, el arte y la devoción.

Con información de Religión En Libertad

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