El término está cada vez más en bocas y publicaciones del mundo entero, en parte por los sobresaltos traídos con la deriva del llamado Camino Sinodal alemán, pero no solo.
Redacción (06/08/2023, Gaudium Press) “Cisma”…
El término está cada vez más en bocas y publicaciones del mundo entero, en parte por los sobresaltos traídos con la deriva del llamado Camino Sinodal alemán, pero no solo.
Recordemos que el canon 751 del Código de Derecho Canónico define al cisma como “el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos”. (1) El delito de cisma, así como el de herejía o la apostasía, es castigado con la excomunión Latae Sententiae (Pena automática), de acuerdo al canon 1364.
En esta materia, el código canónico actual conserva la misma forma que el de 1917, salvo que el de Benedicto XV en lugar de definir cisma definía al cismático: si denique subesse renuit Summo Pontifici aut cum membris Ecclesiae ei subiectis communicare recusat, schismaticus est. (2)
Vemos pues que cismático se es tanto por la no sujeción a la legítima autoridad papal, pero también se sospecha al cismático cuando se sospecha una no comunión con la Iglesia Romana.
Sobre el primer aspecto, aclara Pedro María Reyes Vizcaíno que “no incurre en cisma quien desobedece al Santo Padre. Este hecho, aunque puede ser muy grave, en sí no constituye un cisma. Lo que es esencial al cisma es negar al Papa su autoridad sobre la Iglesia”. (3)
La esencia es la ruptura de la unidad
De hecho, cisma es fundamentalmente –según definición de la autorizada Enciclopedia Católica– “la ruptura de la unidad y unión eclesiásticas, i.e. ya sea el acto por el cual uno de los fieles corta los vínculos que le unen a la organización social de la Iglesia y que le hacen miembro del cuerpo místico de Cristo, o el estado de disociación o separación que resulta de dicho acto”. (4)
“El cisma en su definición y pleno sentido es la negación práctica de la unidad eclesial”, insiste esta Enciclopedia.
Es claro, en los tiempos recientes “cisma” se ha asociado más a un no reconocimiento de la autoridad del Sumo Pontífice, precisamente porque él es el llamado por definición a ser el vínculo de unidad de la grey de Cristo, al tiempo que custodio de la fe. Pero la esencia del cisma es el quiebre de la unidad dentro de la Iglesia, en torno sí a la autoridad, pero también en torno a la “creencia” y a la “adoración”.
Así lo fundamenta la Enciclopedia Católica:
A imitación fiel de la enseñanza de su Maestro, San Pablo a menudo se refiere a la unidad de la Iglesia, describiéndola como un edificio, como un cuerpo, un cuerpo entre cuyos miembros existe la misma solidaridad que hay entre los miembros del cuerpo humano (1 Cor xii; Ef 4). Él ennumera sus diversos aspectos y fuentes: «Porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo cuerpo…. y hemos bebido en un solo Espíritu» (1 Cor xii, 13); porque nosotros, siendo muchos, somos un solo pan, un solo cuerpo, todos los que participamos de un mismo pan» (1 Cor x, 17). Él lo resume en la siguiente fórmula: «Un solo cuerpo y un solo Espíritu….un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo (Ef iv, 4-5). Finalmente llega a la conclusión lógica cuando anatematiza las novedades doctrinales y a sus autores (Gal i, 9), igualmente cuando escribe a Tito: «Al hombre que es hereje, después de la primera y segunda amonestación, evítalo» (Tit iii, 10); y de nuevo cuando con tanta energía condena las disensiones de la comunidad de Corinto: «Hay discordias entre ustedes… cada uno de ustedes dice: Yo, en realidad, soy de Pablo; y yo soy de Apolo; y yo de Cefás; y yo de Cristo. ¿Está dividido Cristo? ¿Entonces Pablo fue crucificado por ustedes, o fueron bautizados en su nombre? (1 Cor i, 11-13). «Ahora, les ruego hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos hablen la misma cosa y no haya cismas entre ustedes; sino que tengan el mismo pensar y el mismo sentir» (1 Cor i, 10). San Lucas hablando en elogio de la primitiva Iglesia menciona su unanimidad de creencia, de obediencia y de adoración: «Ellos perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la unión, en la fracción del pan y en la oración» (He ii, 42). Toda la primera carta de San Juan está dirigida contra los innovadores y cismáticos contemporáneos; y el autor, en contraste a los miembros de la Iglesia, “los Hijos de Dios”, los considera como extraños a ésta y les llama “los hijos del diablo” (1 Jn iii, 10); los hijos “del mundo” (iv, 5), e incluso Anticristo (ii, 22; y iv, 3). [Ndr.: Las negritas no son del original].
Es claro –lo vemos en el texto anterior– la herejía, es decir, la negación contumaz de una verdad de fe, está intrínsecamente unida a la división. La historia a su vez nos evidencia que los que en un inicio fueron meramente cismáticos, no aceptando la autoridad del obispo o del Papa legítimo, terminaron creando sus herejías para justificar su desobediencia.
Constatamos que incluso San Pablo manda evitar al hereje, lo que es de facto una separación del hereje. Es claro, no se puede decir que el que evita al hereje es cismático, sino que cismático fue el hereje que por la profesión de sus errores se separó de la unidad católica. “Toda la primera carta de San Juan está dirigida contra los innovadores y cismáticos contemporáneos”, vemos que afirma la Enciclopedia Católica, uniendo casi indisolublemente herejía y cisma.
Bien es cierto también, como advierte la Enciclopedia Católica, que los herejes han querido justificar sus cismas, alegando la existencia de supuestos “abusos en la Iglesia, novedades dogmáticas o litúrgicas, supersticiones” en la Iglesia Católica, siendo que al final no les está permitido a “los individuos o para las Iglesias nacionales o particulares constituirse en jueces de la Iglesia universal”.
Entre tanto, igualmente aquí vemos una característica importante para identificar a los cismáticos: Ellos en realidad se separan de la Iglesia universal, que como vimos arriba se constituye en la “unanimidad de creencia, de obediencia y de adoración: «Ellos perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la unión, en la fracción del pan y en la oración»”, nos dice San Lucas. Es el caso del Obispo hereje (la historia abunda de ellos): él puede seguir protestando que obedece la autoridad pontificia, incluso puede conservar bien los usos litúrgicos, pero con su negación pertinaz de la doctrina cristiana, se coloca fuera de la comunión del cuerpo eclesial, se separa de la Iglesia universal y además de hereje se convierte en cismático.
Sobre esta unidad católica, que insistimos no solo se establece por la obediencia a la autoridad legítima sino por la unidad de creencia, también da testimonio la Historia, cuando vemos que algunos herejes quisieron para justificar su herejía dividir los artículos del Credo “en fundamentales y no fundamentales” (Cf. Enciclopedia Católica, n.III), los primeros para aceptarlos y los otros no, división que por lo demás es arbitraria, inexistente. Es decir, ellos, que no querían ser calificados de cismáticos por no aceptar ciertos puntos de doctrina, buscaban minusvalorar estos puntos doctrinarios. Sin embargo, la enseñanza católica ratifica que “la indispensable unidad de la fe se extiende a todas las verdades reveladas por Dios y transmitidas por los Apóstoles”.
“La Tradición repite, a través de diferentes formas, todo lo que Ireneo escribió: «La Iglesia extendida por toda la tierra, recibió de los Apóstoles y sus discípulos la fe en un solo Dios» (aquí siguen las palabras del Credo), luego el escritor continúa: «Depositaria de esta predicación y de esta fe, la Iglesia que se multiplica a través de todo el mundo, las vigila tan diligentemente como si ella habitara en una sola casa. Ella cree unánimemente en estas cosas como si tuviera un solo corazón y una sola alma; ella las predica, las enseña y da testimonio de ellas como si no tuviera sino una sola boca. Aunque hay en el mundo diferentes lenguajes no hay sino una única e idéntica corriente de tradición [Ndr.: Las negritas no son del original]”, recuerda el texto que venimos citando.
Lamentablemente, debemos decir que esta unidad global de doctrina predicada por San Ireneo y que fue más o menos mantenida incólume en la Iglesia universal hasta tiempos recientes, no es tan patente ahora, cuando consideramos hechos como el Camino Sinodal alemán, que tiene adeptos en obispos del mundo entero.
Creemos no escandalizar cuando decimos que podemos estar viviendo el momento de mayor confusión de creencia al interior de la Iglesia de toda su historia, pues si en otros tiempos las herejías estuvieron limitadas a grupos o zonas geográficas concretas, hoy ellas están extendidas por todo el orbe. Cuando se consideran situaciones –por ejemplo– como las del episcopado americano, en donde obispos se ven obligados a corregir desvíos doctrinales de cardenales, podemos constatar que esta unidad universal de doctrina está quebrada.
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Es por eso que hoy más que nunca es preciso invocar la tradición católica, como elemento de unidad en la fe, no solo de los católicos de hoy, sino con los católicos de todos los tiempos, lo que es sinónimo de unidad con lo que verdaderamente nos dejó Cristo.
Por Saúl Castiblanco
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1 Código de Derecho Canónico. https://www.vatican.va/archive/cod-iuris-canonici/esp/documents/cic_libro3_cann747-755_sp.html
2 Código de Derecho Canónico 1917. https://mercaba.org/Codigo/1917_1290-1408.htm Cfr. Canon
3 Pedro María Reyes Vizcaíno. El cisma, la herejía y la apostasía en el derecho canónico. https://www.iuscanonicum.org/index.php/la-funcion-de-ensenar/74-otros-articulos/430-el-cisma-la-herejia-y-la-apostasia-en-el-derecho-canonico
4 Enciclopedia Católica. ¿Qué es un cisma? https://es.catholic.net/op/articulos/18731/cat/696/que-es-un-cisma.html
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