domingo, 16 de noviembre de 2025
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Comentario al evangelio dominical: debemos interesarnos en el fin de nuestro mundo

La admiración de los discípulos por el Templo de Jerusalén da lugar a las palabras proféticas del Redentor acerca del fin “del” mundo y del fin “de un” mundo.

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Cerco de Jerusalén, por David Roberts – Colección particular

Redacción (16/11/2025 13:51, Gaudium Press) Dos momentos son cruciales en la existencia de un hombre: su nacimiento y su partida de este mundo. Los desterrados hijos de Eva encuentran un singular reposo en ambas circunstancias: al entrar en la vida, el niño es depositado en una cuna, lugar asociado a la esperanza de lo que llegará a ser en el futuro; al abandonar la condición terrena, todos recibimos un ataúd, “morada” vinculada a la memoria de nuestras realizaciones.

Toda historia humana debe interpretarse en función de su fin: el juicio en el cual Dios separará a los malos de los buenos, correspondiendo el castigo a unos y el premio a otros, según sus obras (cf. Rm 2, 6).

Cuando por última vez –el Martes Santo– el Redentor salía del Templo de Jerusalén, sus discípulos se mostraban admirados con la belleza de aquel edificio reconstruido por Herodes tras cuarenta años de trabajos. El mármol blanco, adornado con el perenne brillo del oro, mostraba toda su magnificencia bajo los rayos del ocaso.

El Divino Maestro quiso, a partir de ese movimiento de admiración meramente humana –pues la opulencia exterior del edificio cubría la infidelidad que reinaba en su interior–, darles el consejo de tener en consideración el fin: “¿Admiráis estas cosas? Vendrán días en que no quedará piedra sobre piedra. Todo será destruido” (Lc 21, 6). Anunciaba con palabras proféticas el fin de un mundo.

En efecto, la respuesta de Jesús alcanzaba dos ámbitos de particular interés: el fin del Templo de Jerusalén y el fin del mundo. Sus palabras aún hoy suenan con aire de misterio; sin embargo, el conjunto de las lecturas de este domingo torna suficientemente clara la intención de Nuestro Señor de prepararnos para el fin.

La Historia ya ha sido testigo del “fin de muchos mundos”. Basta recordar el ocaso del Imperio Griego o del Romano. En pleno siglo III, San Cipriano de Cartago desvelaba el signo de los tiempos que anunciaba el fin de su mundo: “Faltan agricultores en los campos, marineros en los mares, soldados en los cuarteles, honestidad en el foro, justicia en los tribunales, solidaridad en las amistades, habilidad en las artes, disciplina en las costumbres”…

Una nueva cuna, una nueva era histórica

Teniendo en cuenta el estado actual de nuestro mundo, puede conjeturarse que la Providencia ya esté preparando una nueva cuna de esperanza para la civilización que debe nacer del auténtico amor al Reino de Dios.

La verdadera visión de la Historia analiza todo en función de su personaje principal, el Salvador, y de su Cuerpo Místico, la Iglesia. Para no compartir la suerte del Templo de Jerusalén, tengamos a Jesucristo como piedra angular de nuestro edificio espiritual. Obrando así, escucharemos las consoladoras palabras del Redentor: “No perderéis ni un solo cabello de vuestra cabeza. Es permaneciendo firmes como ganaréis la vida” (Lc 21, 18-19).

Por el P. Thiago de Oliveira Geraldo, EP

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