viernes, 22 de noviembre de 2024
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¿Cómo acumular tesoros en el cielo?

Que tu ‘sí’ sea sí y tu ‘no’ sea no. Todo lo demás procede del maligno» (Mt 5,37).

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Redacción (13/02/2023 16:02, Gaudium Press) En este VI Domingo del Tiempo Ordinario, Nuestro Señor Jesucristo llama a quienes le siguen a la integridad en el cumplimiento de los Preceptos Divinos:

“Que tu ‘sí’ sea sí y tu ‘no’ sea no. Todo lo demás procede del maligno» (Mt 5,37).

Los diez mandamientos, antes de ser entregados en dos tablas a Moisés en el Monte Sinaí, habían sido grabados en el corazón de cada hombre. Prueba de ello es que el más pequeño de los niños -poseyendo uso de razón- cuando actúa mal, ya sea mintiendo, apropiándose de algo que no le pertenece, etc., siente remordimiento de conciencia, aunque no sea capaz de explicarse estas fallas en la razón.

Sin embargo, como demuestra un sabio principio de moral, cuando una ley tiene que ponerse por escrito, da testimonio de la decadencia de una sociedad. Y tal era la situación de los judíos cuando Dios le dio a Moisés el Decálogo. Sin embargo, cuando bajó del monte y vio que la situación del pueblo era aún peor, arrojó al suelo, delante de todos, aquel precioso tesoro escrito “con el dedo del mismo Dios” (cf. Ex 31, 8; 32,15).

¿Qué llevó al profeta a actuar de esta manera? Quería, con esta acción simbólica, mostrar lo que habían hecho en su interior. Después de cerrar sus oídos a la voz de Dios que les habló no solo desde adentro, sino más claramente a través de su profeta, arrojaron las “tablas de la ley” al suelo, adorando a otros dioses.

El gusano roedor del relativismo

La primera lectura dice:

“Delante del hombre están la vida y la muerte, el bien y el mal; recibirá lo que quiera” (cf. Eclo 15,18).

Se nos dio libre albedrío, es decir, la capacidad de hacer el bien, ¡y no tenemos derecho a elegir el mal! Porque el Creador, que tanto ama a sus criaturas, les ha reservado en el cielo “algo que ojo nunca vio, ni oído oyó, ni corazón concibió” (1Cor 2,9), con tal de que seamos fieles en la práctica de sus preceptos. Recordemos que los que viven en la ley de Dios “tienen los ojos del Señor vueltos hacia ellos” (cf. Eclo 15,20).

Sin la ayuda de la Gracia, es imposible que el hombre practique establemente los diez mandamientos. A esto se suma el hecho de que, tras la ausencia de nuestros primeros padres en el paraíso, nuestra naturaleza ha quedado completamente desordenada. Por tanto, como dice el Apóstol, sentimos en nosotros dos leyes: una de la carne y otra del espíritu. Así, muchas veces cuando queremos hacer el bien, es el mal el que se nos presenta (cf. Rm 7,2;23).

Todo esto, sin embargo, no puede ser motivo de desánimo para nosotros. Nuestro Señor Jesucristo vino a la tierra y se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado (cf. Heb 2,17). Aunque era Dios, nos dejó el ejemplo a seguir: “no vino a abolir la Ley, sino a cumplirla en su totalidad” (Mt 5,17).

Ahora bien, por más que la naturaleza humana muestre todos los días alarmantes signos de decadencia, esto de ninguna manera justifica no cumplir con la Ley, o, peor aún, querer adaptarla a las necesidades de las generaciones actuales. Los Diez Mandamientos son inmutables, y lo serán hasta el final de los tiempos. El hombre tiene que amoldarse a la voluntad Divina, no al revés.

Pidamos, por tanto, a través de Nuestra Señora, que Dios abra nuestros ojos para contemplar “las maravillas contenidas en Su Ley” (cf. Sal 118), para que nunca nos comprometamos con el gusanillo del relativismo. De esta manera, estaremos acumulando tesoros en el cielo, “donde la polilla no destruye, ni el óxido destruye” (Mt 6,20).

Por Guillermo Maia

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