Texto extraído con adaptaciones de “San José: ¿quién lo conoce?…” de autoría de Mons. João Scognamiglio Clá Dias.
Redacción (02/02/2022 12:19, Gaudium Press) Texto extraído con adaptaciones de San José: ¿quién lo conoce?… de autoría de Mons. João Scognamiglio Clá Dias (1):
La Presentación en el Templo se llevó a cabo por expreso deseo del Niño Jesús. Él, que aún no hacía uso de la palabra para asemejarse en todo a los hombres, menos en el pecado, se comunicaba continuamente de forma mística con sus padres. Y les hizo saber su deseo de cumplir la Ley en todo, para dar el buen ejemplo de humildad y obediencia.
Para ese rito [ndr. Purificación de la Madre], los esposos debían ofrecer en holocausto un cordero y un pichón o una tórtola, en sacrificio expiatorio, a fin de purificar legalmente a la madre, o un par de tórtolas o dos pichones, en caso de que sus posesiones no permitieran llevar un cordero. El recate del primogénito se hacía mediante el pago de una determinada cantidad, equivalente al salario de un mes, destinada al servicio del Templo.
Estando en Jerusalén, San José fue a comprar el par de palomas para el sacrificio. Como sabía que iban a ser destinadas al culto divino, no le importó lo que podrían costar, sino que procuró encontrar dos palomas perfectas, que simbolizaran mejor la inmaculada pureza de su Esposa.
Cuando llegaron al Templo, se encontraron con el sacerdote Simeón que, “impulsado por el Espíritu” había acudido allí con la convicción de ver aquel día al tan ansiado Salvador. Los esperó en la entrada y, tan pronto como vio al Niño Jesús, fue a su encuentro recibiéndolo con el alma llena de júbilo. La Virgen Madre le entregó a su Hijo, el cual dio muestras de muchísima simpatía hacia él.
Momento auge de su existencia
Fue el momento más feliz de la existencia de este santo varón, gastado ya por la dureza de una larga vida plagada de arideces, pruebas y luchas. En efecto, Simeón, por su santidad de vida y por gozar de la inspiración del Espíritu Santo, no podía dejar de constatar el deplorable estado de Israel, con el culto del Templo profanado por tantos sacerdotes indignos, interesados en el lucro que los vendedores ambulantes les proporcionaban mediante negocios no siempre honestos. ¿Cuánta decadencia, cuánta miseria, cuánta ruina había soportado con dolor y santa indignación! Con todo, tenía la certeza absoluta de que Dios iba a intervenir y, por eso, rezaba con todo el empeño de su alma suplicando la venida del Mesías.
La fidelidad de Simeón llegó a su extremo y, por eso, recibió el premio de un sobreabundante consuelo.
La confianza fue el arma que le alcanzó la victoria contra todas las apariencias de fracaso, y lo llevó a encontrarse con la Sagrada Familia cuando estaba en el auge de su prueba.
Concluidos los ritos prescritos por Moisés, Simeón tomó de nuevo al Niño en sus brazos y exclamó: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.
Profetiza sobre la Virgen
A esta profecía añadió muchas otras, exponiendo lo que le había sido revelado sobre el Niño Jesús, su misión, su vida, su Muerte y Resurrección. Después bendijo a la Sagrada Familia y, volviéndose hacia Nuestra Señora, le anunció los dolores de la Pasión: “Una espada te traspasará el alma”. Le explicó entonces que Ella iba a tener un papel especialísimo junto a su Hijo durante la Pasión, pues llevaría a cabo su misión de Corredentora del género humano.
1 Mons. João Scognamiglio Clá Dias. San José: ¿quién lo conoce?… Asociación Caridad y Verdad. Lima. 2017.
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